Este momento se caracteriza por la densidad. Todo el torrente de la preparación y celebración conciliar desemboca en la era nueva de la Iglesia. «La discusión acaba, empieza la comprensión. A la acción del arado que revuelve la tierra, sucede el cultivo ordenado y positivo. La Iglesia se reorganiza con las nuevas normas que el Concilio ha dado…Es éste el período del verdadero «Aggiornamento», preconizado por Juan XXIII (Discurso del Papa 18 Nov.).
La famosa palabra que sintetiza y caracteriza toda esta época abierta por la audacia profética de Juan XXIII, tiene hoy, al clausurarse el Concilio, toda la preciosa y densa significación de un programa renovador. Fue tan densa la consigna de esa palabra, que muchos no la comprendieron.; muchos soñaron con la Iglesia que debía «relativizar» con el espíritu del mundo sus dogmas, sus leyes, sus estructuras, sus tradiciones, todo. Cuántas opiniones y corrientes estremecieron por fuera y por dentro la nave de la Iglesia en estos años de debate.
Pero hoy la densidad turbulenta se ha tornado serena densidad constructiva.
Allí están ya 16 documentos conciliares y una fecunda proliferación de instituciones nuevas o renovadas para encauzar con orden majestuoso todo el torrente renovador. Ya no hay lugar para interpretar el «aggiornamento» como un afán de «mundanizar » el Reino de Dios. La vigorosa voz del Concilio solo ha hecho oír con resonancia de siglo veinte, los alcances modernos de la eterna consigna de Cristo: «Estáis en el mundo, pero no sois del mundo…Padre, no te pido que lo saques del mundo, sino que los preserves del mal».
La densidad de esta hora de esperanzas y acción, no necesita ya discusiones sino fidelidad. «Aggiornamento quiere decir, de hoy en adelante, sabia penetración del espíritu del concilio que hemos celebrado y aplicación fiel de sus normas, feliz y santamente emanadas». Lo que hoy hay que pedir a Dios, ha dicho también Su Santidad, en la exhortación Postrema Sessio, es «una numerosa escuadra de santos, que, como Carlos Borromeo, sean ejemplo y estímulo del Pueblo cristiano en la fiel realización de los decretos conciliares, pues precisamente de esos hombres hay que esperar la verdadera renovación de la Iglesia, ardientemente deseada por el Concilio.