La Iglesia está en construcción. Todos los que creemos en Cristo edificamos un templo a la gloria de Dios con piedras vivas que somos los hombres que formamos la Iglesia. El esplendor de este templo concluido sólo no será dado contemplarlo en la eternidad, cuando se escriba la última palabra de la historia en el mundo. Mientras tanto la historia se está escribiendo y la Iglesia está en construcción.
Estos conceptos que se profundizaron como nunca en el aula Conciliar del Vaticano II, el mismo Concilio los aplica como lógica deducción a las «iglesias particulares» que son las Diócesis.
«El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de los fieles. Del mismo modo cada obispo es el principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia Particular, formada a imagen de la iglesia universal; y todas las iglesias particulares queda integrada la única Iglesia católica. Por eso cada Obispo representa a su Iglesia, tal como todos ellos a una con el Papa representan toda la iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad…Es cosa clara que los Obispos, gobernando bien sus propias iglesias como porciones de la Iglesia universal, contribuyen en gran manera al bien de todo el Cuerpo místico que es también el cuerpo de todas las Iglesias».
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En este momento trascendental para la historia de nuestra Diócesis, cuando un nuevo Obispo Coadjutor viene a reforzar el gobierno y las energías de la Diócesis, son esas ideas luminosas del Concilio las que debe iluminar las intenciones de todos los sacerdotes y de todos los fieles. Construir la Diócesis en espíritu sobrenatural de obediencia incondicional y de generosa colaboración con nuestros obispos, «puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios», es «contribuir en gran manera al bien de todo el Cuerpo Místico».