La última carta pastoral del Excmo. Arzobispo Metropolitano Monseñor Chávez, cuya reproducción está honrado nuestras páginas desde el número anterior, ha acentuado el dedo de la Iglesia sobre la llaga de las injusticias sociales de nuestros propio ambiente.
Es una pastoral que ha tocado la carne vida de la trágica realidad salvadoreña: hay datos y cifras que están escondiendo el corazón de sus protagonistas. Y naturalmente, como siempre que se toca el corazón, las reacciones se pueden catalogar en dos categorías: la de los empedernidos que no quieren que se les turbe el falso sueño de su metalizado corazón; a ésto solo podrá despertarlos el latigazo de un comunismo que arrancará a la fuerza lo que no se quiso dar por convicción y por amor. Y la de los que todavía tienen la hombría de ser señores de sus riquezas y buscan una seria solución que al mismo tiempo que defina sus legítimos derechos sea sensible y defienda los derechos de esa mayoría que vive una vida indigna de seres humanos. A esas dos categorías podrían reducirse los múltiples comentarios que en estos días se están haciendo por todas partes a las inspiradas letras del Excmo. MetropolitaNo.
La conciencia está despierta al agudo problema social, «Los hombres de nuestro tiempo de día en día toman una conciencia más vivida de estas desigualdades, pues están plenamente persuadidos de que mediante el desarrollo de la técnica y las posibilidades económicas con que cuenta el mundo de hoy, es posible corregir este infausto estado de cosas.
Por tanto se requiere de todos muchas reformas de vida económico-social y la conversión de la mente y de las costumbres». Así escribió el Concilio en la constitución sobre la iglesia en el mundo de hoy.
Es un pregón de penitencia (conversión de mente y de costumbres) al igual de aquel de los profetas que presagiaban la ruina del pueblo de Dios si no enderezaba sus caminos de injusticia. Hoy que ese pregón del Concilio se hace salvadoreño en la pastoral del Sr. Arzobispo, es de prudencia acelerar la búsqueda de una solución cristiana a esta tragedia de la Patria. Y ya que esta hora de la historia se caracteriza por el «diálogo», porqué no entablar y multiplicar el diálogo entre pastores y fieles, entre clero y seglares, entre patronos, capitalistas y empresarios, entre capital y trabajo. La luz de la Iglesia se está ofreciendo generosa. Cerrarle los ojos es actitud de suicidio.