El «Papa del gesto» Paulo VI supo expresar, con un rasgo inolvidable de la solemne clausura del Concilio, el eterno pensamiento de la Iglesia frente a la sagrada realidad de la Patria. Evocar aquel episodio y meditar frente a la sagrada realidad de la Patria. Evocar aquel episodio y mediar en sus enseñanzas es enfocar con el criterio de la Iglesia el fervor patriótico que, gracias a Dios, están logrando nuestras autoridades en este mes que encierra la fecha prócer de nuestra nacionalidad.
Representantes de cuatro continentes: los embajadores de Bélgica, Brasil, Japón, Etiopía; y el Delegado de la ONU como si llevara la representación conjunta de todos los Estados de la tierra, se acercaron a recibir el Mensaje del Concilio que, en nombre de todos los Obispos de la Iglesia, entregaba el Papa a los Gobernantes de todas las Patrias del mundo.
En aquel denso mensaje se oye la voz de veinte siglos de sabiduría y experiencia que formula el concepto más genuino del patriotismo porque es el patriotismo del hombre más auténtico que ha pasado por nuestra historia. El Hombre Dios cuyo espíritu y corazón sigue palpitando en la vida actual de la Iglesia.
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«Honramos vuestra autoridad y soberanía, respetamos vuestra función, reconocemos vuestras leyes justas…pero tenemos una palabra sacrosanta que deciros: Sólo Dios es grande, sólo Dios es el principio y el fin, sólo Dios es a fuente de vuestra autoridad y el fundamento de vuestras leyes.
En vuestra ciudad terrestre y temporal, Cristo construye misteriosamente su ciudad espiritual y eterna; su Iglesia. Y qué os pide Ella, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, la potencia de la tierra, qué os pide hoy? No os pide más que libertad: la libertad de creer y predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y servirlo; la libertad de vivir y llevar a los hombres su mensaje de vida. No la temáis; es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, sino que salva a todo lo humano de su fatañ caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza. Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de nuevo: eso sería sacrilegio porque es Hijo de Dios; y sería suicidio porque es Hijo del hombre. La Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso…La Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y morales».
Si quisiéramos resumir en tres ideas el eterno mensaje y la fecunda dádiva de la Iglesia a la Patria de la tierra, diríamos que la iglesia: 1.- reconoce en su justo límite el poder de los que gobiernan. 2.- defiende la verdadera libertad de los ciudadanos, y 3.- eleva y embellece los valores humanos y autóctonos de su suelo.