Todo se renueva al soplo de un Concilio renovador.
Y no es que estuviera malo cuanto se ha hecho hasta hoy, sino que la Iglesia, como árbol que crece coherente con la semilla que le dio origen, busca precisamente en esa semilla y en esa coherencia el secreto de su expansión en un mundo al que debe salvar y santificar. Construida por Cristo para un mundo que también crece y madura la Iglesia fue dotada de una formidable capacidad de adaptación en el mundo en que vive.
Y eso es lo que pasa con la actividad misionera posconciliar. De un concilio que reconoce los valores positivos de otras religiones aun no cristianas y que proclama la libertad de creer frente a cualquier imposición injusta, emana también el Decreto de la actividad misionera que apremia la responsabilidad de Jerarcas y fieles en la divina aventura de las misiones.
Como se entiende que sea tan necesaria esta labor misional de la Iglesia si ella misma proclama la libertad religiosa y reconoce lo mucho de bueno de las otras religiones paganas? He ahí la nueva mentalidad misional.
Ante las nuevas declaraciones del Concilio tendrán que cambiar algunas formas de la tradicional actividad misionera, pero no podrá cambiar jamás la esencia misma de la misión que procede de un mandato que sigue en pie: ID Y ENSEÑAD A TODAS LAS NACIONES. Establecer en todo el mundo la única Iglesia fundada por el Hijo de Dios, seguirá siendo la tarea de todos los que creemos en El. El es el único nombre dado a los hombres para ser salvos, y El se prolonga en la Iglesia católica. El valor positivo de otros credos deberá aprovecharse, como enseña el Concilio, «como reflejos de un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres».
La Misión es Cristo mismo que, a través de la Iglesia, evangeliza al mundo; no será la cristiandad de occidente que evangeliza a las razas de color. La misión no es una potencia instalada sobre ruinas de culturas autóctonas. La Misión en Cristo que se acerca con respeto a las culturas y a los valores autóctonos de todos los pueblos para elevarlos y construir con ellos el mundo de los hijos de Dios.