«Patronus en la terminología del derecho romano equivale a abogado. Era el defensor de los clientes, de los colones, de los libertos; era el hombre libre, influyente, el «civis romanus» ciudadano romano que tenía medios para defender a los débiles, a los necesitados.
Parece que fue San Ambrosio, hombre de leyes, el primero que trasladó aquel concepto y aquel nombre de la jurisprudencia romana a los intercesores ante Dios. La actual legislación eclesiástica alaba la costumbre de elegir Patronos de las naciones, de las Diócesis, de las provincias, etc (can. 1277). Y la renovación del Concilio, se ratifica este consorcio de la Iglesia peregrinante con los intercesores del cielo lo cual «lejos de atenuar el culto latréutico debido a Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, más bien lo enriquece ampliamente» (Const. Lumen Gentium n.51) Eso sí, exhorta a los pastores de almas a corregir abusos, excesos o defectos y orienta el culto de los Patronos a su auténtico objetivo: «buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión».
Esa ejemplaridad de vida, esa participación de intimidad, esa confianza en la intercesión, que deben marcar nuestras relaciones con los Patronos, se deben elevar a proporciones mucho mayores cuando la Patrona que se asigna a una nación es nada menos que la misma Madre de Cristo, bajo un título que de por sí evoca santidad de vida, intimidad y confianza, como es el de NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ.
Hagamos pues, honor al que honor que la Santa Sede nos ha hecho al escoger para Patrona de El Salvador a la Reina de la Paz. Crezca en el alma de los católicos salvadoreños esa triple relación con la Santísima virgen, ya que hoy esos lazos se estrechan más con la proclamación de este Patrono Nacional.