El viernes próximo celebrará Asamblea General la Cooperativa Sacerdotal Limitada «ARS» que congrega -nos parece- la mayoría de nuestros sacerdotes en un noble afán por lograr aquella digna previsión social del Clero que auspicia el mismo Concilio cuando dice en el Decreto de los Presbíteros: «En las naciones en que todavía no esté organizada la previsión social en favor del Clero, procuren las Conferencias Episcopales que, consideradas siempre las leyes eclesiásticas y civiles, se establezcan instituciones por las que, bajo la atención de la jerarquía, se provea suficientemente a la que llaman conveniente asistencia sanitaria y a la debida sustentación de los Presbíteros enfermos, inválidos o ancianos…así, sin angustia del futuro pueden practicar la pobreza con resuelto espíritu evangélico y entregarse plenamente a la salvación de las almas» (n.21).
Estas palabras del Concilio constituyen la más alta aprobación de los esfuerzos que desde hace varios años vienen emprendiendo en ese sentido varios de nuestros queridos sacerdotes y los estimulan a proseguir el camino hacia un noble bienestar del clero. Más aún, tales palabras son un apremiante llamamiento a la Jerarquía a interponer su autoridad decisiva al servicio generoso de tan justos derechos de asociación y previsión.
Sin pertenecer específicamente a la misma materia, pero por la fuerza de la idea nos referimos también al sistema económico de la mayoría de nuestras Curias y parroquias. Creemos que tales sistemas, que bien podíamos calificar de arcaicos, es necesario superarlos con la misma inquietud con que se ha emprendido el camino hacia la previsión social del clero. El Concilio abre las brechas luminosas cuando dice en el mismo Decreto de los Presbíteros que se administren los bienes de la Iglesia con la ayuda de laicos expertos en economía…o cuando oboga por «un fondo común de bienes con que puedan los obispo satisfacer otras obligaciones y con que también las Diócesis más ricas pueda ayudar a las más pobres, de forma que la abundancia de aquéllas alivie a la escasez de éstas».
Un fiel seguimiento del espíritu del Concilio cambiaría pronto la faz de una Iglesia mendicante en la serenidad de una institución que precisamente para encarnar su mensaje del cielo, necesita tener sólidamente fincados sus pies en la tierra.