Pronunciada por el Pbro. Lic. Oscar Arnulfo Romero en los funerales de Mons. Ventura celebrados en la parroquia de Jucuapa.
Venerables sacerdotes:
Católicos de la huérfana parroquia de Jucuapa y San Buenaventura:
En la angustiosa tarde del entierro de Monseñor Ventura, cuando la gratitud del Clero diocesano quiso hablar por mi boca, cometí contra vosotros una omisión que ha lamentado mucho. Confieso que me traicionó la memoria. Era yo víctima entonces de impresiones demasiado dolorosas, las ideas se agitaban con la fiebre de un luto para mi tan sentido.
Perdonadme, bondadosos católicos de Jucuapa. Perdonadme y en reparación de aquella involuntaria desatención, aceptad esta palabra sincera de agradecimiento, hoy tengo el honor de traeros en nombre del Clero de la Diócesis y de la sociedad migueleña representados aquí en estas exequias, que vosotros habéis organizado con cariño agradecido, a la memoria santa de nuestro llorado Monseñor Ventura.
Nuestra presencia aquí, frente a este altar donde el querido Monseñor celebró su ultima misa…en este templo que recogió sus últimos ministerios sacerdotales…entre vosotros que tuvisteis la dicha de escuchar como testamento patriarcal sus últimos consejos de pastor…nuestra presencia aquí se sobrecoge con aquella gratitud tan sentida que estremeció el alma del Profeta David cuando supo de las bondades que usaron los habitantes de Javes de Galaad para con su difunto antecesor; entonces dijo el profeta: «Bendito seáis vosotros los de Javes de Galaad, porque habéis sido tan buenos con vuestro señor…Que Dios también haga con vosotros misericordia y bondad… (2 Sam.2,4 ss.)
Aquella peregrinación de piedad filial que vosotros formasteis constantemente junto al lecho de su última enfermedad…aquella caravana de luto en que todos tomáisteis parte para ir a depositar junto a su ataúd vuestras lágrimas de sinceridad y vuestros suspiros de orfandad…aquel ataúd que le obsequiasteis, que con la suavidad de sus sedas quería simbolizar vuestro noble corazón que guarda en depósito sagrado y agradecido los imperecederos recuerdos de nuestro párroco difunto…Todo esto quedará para siempre como un capítulo de la nobleza de esta sociedad entristecida.
Bendito seáis vosotros porque habéis sido tan buenos con él, que Dios también haga con vosotros misericordia y bondad.
Pero no solo venimos a agradeceros por vuestro corazón de oro. Venimos también a convivir con vosotros la orfandad común.
Monseñor Ventura era para toda la Diócesis migueleña una prolongación de aquella figura inolvidable de pastor, majestuosa y paternal: Monseñor Dueñas. Cuantas veces nosotros, sacerdotes jóvenes, nos acercamos a su sombra de roble y en sus consejos nos parecía sentir nuevamente el cariño de aquel Prelado que nos formó el ejemplo de humildad, la sumisión sacerdotal de su alma, la dignidad de su carácter…nos fortalecían en el cumplimiento de nuestros difíciles ministerios.
De él podemos decir ahora lo que del sufrido Job decía Elias de Tamán: «Tu eras el que amaestrabas a muchos; tu dabas vigor a los agobiados; tus palabras eran el sostén de los vacilantes; y tú fortalecías las trémulas rodillas de los débiles» (Job 3,34).
Pero Monseñor ha muerto. Ha caído aquel roble macizo que ahondaba sus raíces en su fe profunda y elevaba su follaje en el aire purísimo de una espiritualidad exquisita. Se ha quebrado esta fuerte columna del clero y de la diócesis. La parroquia de Jucuapa vestida de luto llora muerto a su pastor. Llora el templo con sus campanas dolientes y el coro con fúnebres acordes. Llora los hombres, los niños lloran. Lloramos todos esta desaparición que nos sume en una nueva orfandad. Como el hogar al que la muerte arrancó a un padre, se repitieron el Jucuapa y en la diócesis los sollozos de Raquel que se oyeron hasta en los confines de Ramá, lloraba y no quería consolarse porque ya no existe…(Int. 2,18)
Brilla sin embargo sobre los crespones de este dolor común un blanco y poderoso rayo de esperanza.
¿Qué es la vida humana? Es un contraste admirable de fugacidad mesquina y rica perennidad.
La vida es una sombra que pasa…es una nube fugaz… es un soplo sutil…la vida humana es como la nave surca el mar. Por un momento levanta la majestad de su silueta en el horizonte esplendoroso, pero luego se pierde en la bruma de la lejanía. Así describe la santa escritura la fugacidad de la vida.
Sin embargo hay en esa vida fugaz algo imperecedero. Esa nube que pasa, esa sombra fugaz, esa nave ligera lleva en su entraña el soplo de Dios, un reflejo de la inmensidad divina.
El tiempo corrosivo y la enfermedad tenaz podrán quebrar la fragilidad de la vida. Pero sobre la ruina del sepulcro hay un canto de eternidad. Y cuando ese espíritu inmortal ha recibido la unción sagrada del sacerdocio, y la mañana del 18 de Septiembre de 1915 Dios eterno interpuso su juramento inconmovible para decir al joven sacerdote «tú eres sacerdote para siempre»; ah, entonces, sobre la fugacidad de la vida – sobre el luto de nuestro dolor, estará brillando esta realidad consoladora y sublime: la eternidad de Monseñor Ventura.
Eternidad sacerdotal que con su palabra y con su ministerio era un faro de eternidad para los que peregrinamos en el tiempo. Eternidad sacerdotal que sólo Dios podrá apreciar en el fruto de aquellas oraciones secretas…de aquellas penitencias ignoradas… Eternidad sacerdotal que en el cielo cantarán tantas almas de sus parroquias, y de las cuales era un reflejo la impotente procesión de su entierro hace 9 días. Eternidad sacerdotal que con su sonrisa de madre y patrona bendecirá perpetuósamente la reina de sus amores: Nuestra Señora de la Paz.
Con cuanta razón se ha cantado en la solemne liturgia de hoy, dando ciertamente lugar al justo dolor humano, pero bañando ese dolor con la apacible esperanza de la religión de aquel, que en la tarde de su resurrección se llevó consigo al cielo el alma de Monseñor Ventura, para decirle muy de cerca «Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mí no morirá para siempre»: (P. 11,25) «Señor a tus fieles la vida no se les quita sino que se les cambia. Pues destruida esta frágil casa del destierro se les da eterna mansión en el cielo». (Prefacio del difunto)
Monseñor Ventura: Aquí en este templo parroquial que guardará para siempre el recuerdo de tus últimas solicitudes pastorales, depositamos reverentes la corona de nuestro cariño y te prometemos ser fieles a las enseñanzas evangélicas que nos dio tu eterno sacerdocio. Ovejas huérfanas hoy de tus cariños parroquiales, iremos por el desierto de la vida siguiendo tus pasos de pastor. Lloramos hoy enlutados tu partida pero luego cantaremos contigo junto a Cristo resucitado la inmortal estrofa de tu eternidad sacerdotal.
Que el señor le conceda el eterno descanso. Que brille para él la luz perpétua. Que descanse en paz. AMEN.