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No.1829 Pág. 1 – DIA DEL SACERDOTE

En esta Diócesis se han tenido la inspirada idea de dedicar un día al sacerdote, el segundo domingo de agosto.
Este signo de contradicción- descartado de unos ambientes acogidos cariñosamente en tros- es siempre una realidad en el mundo; realidad de la que no pueden prescindir los hombres, porque el mismo hecho de ser combatido confiesa la verdad de su poder.
Día del sacerdote…?
Precisamente ahora que oficialmente se le desconocieron sus derechos políticos…?
Sí. Así precisamente se conoce mejor su personalidad. El sacerdote no vale por los puntales frágiles de una política que hoy encumbra y mañana abate. No necesita de artículos legislativos humanos, cuando Único Legislador lo hizo depositario de sus poderes divinos. Para ser querido de los pueblos, el sacerdote no necesita de elecciones populares (si es que las hay!); le basta haber sido elegido por el Rey de los pueblos que le dijo: » yo os elegí!».
Este es su máximo honor.
Los honores políticos, sobre todo entre nosotros, puede ser juzgados con el acertado juicio de las recientes declaraciones de Monseñor Rossell en Guatemala: «el clero de Guatemala no hace política partidista…ni necesita hacerla pues su prestigio le veda meterse en terreno que es semillero del soborno, el peculado, la corrupción y aún el mismo asesinato…».
La entereza sacerdotal no estaría bien con una diputación, por ejemplo, que equivalga a representar un papal de comedia.
Si con todo derecho se abogó y se protestó en pro de los derechos políticos del Clero, nunca fue por ambición de ocupar una curul, pingüe de sueldo pero acaso exigua, de gloria y de criterio…fue porque quitar al sacerdote los derechos que se dan a todo cuidado es un atropello arbitrario y fue sobre todo porque eso significaba quitar al pueblo un representante que hablara con más desinterés en la vida oficial del Estado en problemas de los mismos derechos de ese pueblo.
Pero con derechos políticos o sin ellos, el sacerdote será siempre en el mundo la realización de la palabra de Cristo. «Yo os elegí y os he puesto para que reportéis gran fruto…»
Y por ese fruto palpable en todos los rincones del mundo, el sacerdote, ciudadano de todo el planeta, será siempre el verdadero hombre del pueblo porque es el hombre de Dios».
O.A.R.

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