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No.2021 Pág. 1 – MARXISMO Y CRISTIANISMO

O.A.R.
El corazón de Centro América está palpitando con las emociones del más puro patriotismo ante las gloriosas gestas de la hermana república de Guatemala.
Queremos expresar nuestra firme adhesión al movimiento anticomunista y sentir el orgullo de decir que entre los héroes guatemaltecos de la liberación estuvieron dos personajes eclesiásticos: el Excmo. Sr. Nuncio Monseñor Verolino y el Excmo. Sr. Arzobispo de Guatemala, Monseñor Mariano Rosell. A monseñor Rosell, valiente, digno hermano en el episcopado de aquellos héroes que tras la cortina de hierro han sido la voz viviente de la libertad de sus propios países, se le ha calificado en Guatemala como el ángel de la patria que supo intrépido decir su palabra de libertad en la misma cara de los tiranos y supo mantener en alto el espíritu del sufrido pueblo.
Hoy la pluma del Arzobispo que estremeció a todo el comunismo guatemalteco, ha escrito otra hermosa pastoral para decir a los hombres de la liberación su palabra de simpatía y reafirmar la posición de la Iglesia frente al comunismo.
Y es que el anticomunismo de la Iglesia va al fondo de las cosas; no es el anticomunismo de las conveniencias políticas, sino el anticomunismo de los principios. Voy a desarrollar esta idea.
El comunismo pretende engendrar una nueva especie de hombres, diferentes de los hombres que hasta aquí han conocido los siglos. Se ha dicho que la marca específica del hombre es la religiosidad: el hombre es un animal religioso, definió el célebre naturalista Quatrefages. Sin la religión el hombre no es más que animal. Pues bien, el comunismo eso pretende: arrancar del hombre todo sentimiento religioso. No importa cual sea la religión: musulmanes, hindúes, judíos, están bajo la misma amenaza comunista que los protestantes y los católicos. El comunismo quiere provocar el desierto de Dios en el alma.
Sin duda que hoy el marxismo no ataca de frente a la religión. Ya sabe que esa táctica es mala porque entonces su enemigo se defiendo. «No te dirán nunca nada contra la religión decía un joven cristiano recién inscrito en el partido comunista, pero después estar seguro que acabarás renegando de ella». Bajo este aspecto el comunismo y el socialismo marxista son herederos del laicismo; no hablar de Dios al niño en la escuela con el pretexto de neutralidad. No hablamos de Dios en las leyes, en las manifestaciones públicas; eliminarlo si es posible de la historia, de la ciencia, de la literatura; hacer un completo vacío a Dios y así llegará progresivamente a la desaparición de la fe en Dios.
Sin embargo el comunismo se presenta como una mística, como una fe, como una religión… «Ustedes y nosotros somos un sacerdocio», decía un obrero comunista a un sacerdote. En efecto en el ambiente de la fábrica dicen que se conoce pronto un comunista y un verdadero cristiano, por la dedición de ambos a su propia fe: no buscan ni el dinero ni el placer, solo buscan el triunfo de sus propios principios. Un patrón cristiano hizo esta interesante confesión: «Yo tengo en mi comité de empresa un militante comunista, que es para mí un terrible enemigo, pero yo admiro la convicción y el dinamismo de este hombre. Y yo me pregunto todos los días, en que fuente nutre él su fe?».
Hay pues en el comunismo un fenómeno que es interesante estudiar. Y por de pronto encontramos entre el cristianismo y el comunismo interesantes puntos de contactos. El comunismo aboga por una sociedad sin clases, justa y pacífica; el cristianismo también. El comunismo tiene el sentido de las masas populares; el cristianismo también.
Pero lo que los diferencia radicalmente es que esos mismos ideales se buscan por caminos muy diferentes; el comunismo pretende construir esa nueva civilización con sus solas fuerzas humanas, y para lograrlo todos los medios son lícitos. Mientras que el cristianismo sostiene que es imposible ese nuevo orden sin contar con la justicia y la caridad de Cristo instaladas en las almas: sin Cristo se destruirán ciertas injusticias, pero se entronizarán otras peores.
Lo grande del comunismo es el fin que se propone: progreso humano, unidad humana, paz universal. Lo pequeño del comunismo, lo mezquino, lo odioso, lo detestable e inhumano son los medios empleados: se mutila al hombre quitándole el sentido de lo divino y de lo infinito, destruyéndole la libertad, menospreciando su personalidad, fomentando la lucha de clases, etc.
El cristianismo también ama el progreso, quiere la unidad, lucha por la paz y por la justicia social, pero no puede admitir el falso principio comunista de que el fin justifica los medios, ni cree con el comunismo que sea necesario destruir al hombre con pretexto de construir una nueva humanidad.
Hay por tanto entre el comunismo y el cristianismo, más puntos de oposición que de convergencia. Muchos se imaginan que la diferencia solo es de aspecto económico político. Solo se fijan que el cristianismo defiende la propiedad privada, detesta la lucha de clases. Pero no es eso lo esencial. Lo grave, lo decisivo, lo inconfundible, lo que hará siempre que el cristianismo sea anticomunista es ante todo que el comunismo niega a Dios y al cristianismo afirma a Dios.
De este ateísmo comunista se desprende otro punto de oposición: la llamada «filosofía de la acción» o sea la teoría del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Para un comunista lo absoluto es el «partido». Lo que está con el partido es bueno, es justo. Lo que se opone al partido es malo, es injusto. Y todos los medios son buenos para eliminar a los enemigos.
Así se explica que el comunismo cuente por millares sus víctimas: Obispos encarcelados, sacerdotes arrestado, escuelas católicas suprimidas, movimientos juveniles prohibidos, sacerdotes vejados, y recientemente en Guatemala multitud de flagelados, desterrados, etc.
De ninguna de sus víctimas dirán que muere por defender sus principios, su conciencia, su libertad, su religión. Dirán que son crímenes políticos. Y es que el comunismo ha englobado bajo el nombre de «política» mil cosas que nosotros consideramos como cosas de conciencia, de libertad, de persona, de religión. Y este es el gravísimo peligro comunista para nuestra civilización: «politizar» la conciencia, falseas el sentido de lo justo y de lo injusto, del bien y del mal, de lo verdadero y de lo falso, de lo humano y de lo inhumaNo.
Por eso el cristianismo de nuestros días se ha revestido de aquella misma entereza del cristianismo que derrocó el totalitarismo de los césares hace veinte siglos y que ha lucido frente a todos los embrutecimientos de la humanidad.
Voz de veinte siglos…voz de la eternidad del cristianismo son las palabras de la figura valiente y simpática del Arzobispo de Guatemala entre un comunismo herido de muerte y un anticomunismo triunfal.
«La paz que hoy nos llena de felicidad, puede perderse dentro de unos meses sino tiene por cimientos fundamentales la justicia social y la caridad cristiana».

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