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No.2132 Pág. 1 – En la Tierra Prometida

En la Tierra Prometida
EL TABOR
O.A.R.

Se siente a Dios en este divino paisaje de montaña y de llanura. El Creador al construirlo pensaba que un día sobre esa cumbre dejaría caer un torrente de su gloria para arropar en esplendores de nueve y de sol al «Hijo amado en quien tiene sus complacencias».
Más que un monte, el Tabor, aislado al extremo noroeste de la gran llanura de Esdrelón, parece un altar levantado a la gloria de Dios. Por eso el profeta David le dio alma y admiración en el salmo 88,13: «El Tabor y Hernán exultan en tu nombre…!» Y Débora, la profetisa de Israel, recibió también en esta cumbre la inspiración de su canto triunfal, al celebrar la victoria de su pueblo sobre los ejércitos de Yahín y de Sisara (Jueves cap.45)
El Tabor está a 562 metros sobre el mar a unos 300 sobre la llanura. Por su altura y sus elegantes líneas lo llamó bien el Evangelio «in montem Excelsum». Porque ésta es sin duda la montaña de la transfiguración. El Evangelio no menciona el nombre; pero todas las circunstancias concuerdan con la antiquísima tradición que por el testimonio de Orígenes en el siglo III bien puede remontarse a los mismos apóstoles.
Hoy una atrevida carretera sustituye la ruda ascensión que debió emprender a píe nuestro Redentor, acompañado de Pedro, Santiago y Juan, mientras dejaba a los otros apóstoles en este pueblecito «»Daburlye» que todavía vive aquí al pie de la excelsa montaña. El fervor de algunos peregrinos renuncia al automóvil para subir también a pie meditando en Jesús.
Y la lenta ascensión se va convirtiendo en una revelación que culmina en la cumbre. No son los paisajes los que interesan. O mejor dicho los paisajes se convierten allí en páginas bíblicas., visiones de siglos y de pueblos, recuerdos de ejércitos y naciones que aquí conjugaron sus poderíos bajo las tremendas manifestaciones de la potencia de Dios.
Bien dicen que a esta cumbre del Tabor que subir con la Biblia en la maNo. En ella revela los secretos de esa inmortal llanura de Esdrelón que se extiende casi infinita hacia el sur. Ella guarda los triunfos y las tragedias, de esos montes de Geiboé que con el pequeño Hermón cruza la llanura hacia de el este. La Biblia explica aquellas montañas de Efraín entre las que se destacan los famosos montes de Hebal y Garizín…y al poniente el Carmelo.
Por la otra parte, al noroeste, están las montañas que esconden la inolvidable Nazareth a 10 kilómetros del Tabor. Mientras al noroeste se puede ver al pie del imponente Hermón donde comienza la «Tierra Prometida». Al oriente los montes que limitan el Valle del Jordán y caen pintorescos sobre el nuevo sur, al pie del pequeño Hermón, está Naím, la evangélica aldea donde Jesús enjugó las lágrimas de una madre con la resurrección de su hijo único. Y mas allá, a través de esas colinas de todas esas tierras y paisajes que fueron el fondo pintoresco del sermón de la montaña, de las parábolas, de las fatigas, de la ternura del Hijo de Dios hecho hombre.
Un día maravilloso mirador de la Biblia se convirtió en el pedestal de la espléndida teofanía que narra el capítulo 17 de San Mateo: «…Y mientras oraba, se transfiguró ante ellos. Su rostro se puso luminoso como el sol y sus vestidos blancos como la nieve…y los envolvió una nube luminosa y de la nube salió una voz que dijo: éste es mi Hijo amado, oídlo».
«Señor que bueno es estarnos aquí!» exclamó extasiado Pedro. Y aquel deseo del ardiente galileo, repetido por los siglos cristianos, ha poblado la solitaria montaña, no obstante que muchas veces la feroz persecución abatió monasterios e iglesias que siguen expresando con el lenguaje de las ruinas: Señor, que bueno es estar aquí…!
Actualmente la vida religiosa de aquella cumbre está representada por los Franciscanos y los sistemáticos griegos. Y es que la cumbre del Tabor es una risueña explanada de 1,200 metros de largo por 400 de ancho, circundada por los restos de una fortaleza sarracena del siglos XIII que se atraviesa por la puerta «Bab el Haua» (puerta del viento). Esta explanada está dividida por un muro de oriente a poniente; la parte nortees de los cismáticos que cuidan la iglesia de San Elías. Los franciscanos ocupan la parte sur donde tienen un hermoso monasterio, un hospedaje de peregrinos y sobre todo la encantadora Basílica de la Transfiguración que es un verdadero poema de piedra a la gloria del Transfigurado. Cuando el sol choca contra la policromía de los vitrales del ábside, parece que de nuevo la «nube lúcida» ha bajado al Tabor…y se iluminan los graciosos mosaicos que simbolizan otras cuatro transfiguraciones de Jesús: su nacimiento, su Eucaristía, su pasión y su Resurrección. Y cuando el sacerdote envuelto en la gloria de aquella basílica, celebra por privilegio la misa del seis de agosto, parece que está sintiendo algo de éxtasis de San Pedro: Señor, qué bueno es estar aquí. Como me acordé aquella mañana del Divino Patrono de mi Patria y encomendé este querido suelo salvadoreño, Tabor de América.
También un atardecer en el Tabor es inolvidable, sobre todo si uno, apartándose de las actuales construcciones, se pierde en aquella naturaleza pródiga de arbustos, de flores y pájaros, para sentir la misma intemperie en que oró Jesús con sus ojos alzados a estos mismos cielos y a estos mismos paisajes, poco antes de transfigurarse…
Y por la noche, desde la terraza del convento, el espíritu vuelve sobre ese silencioso paisaje de la Tierra Santa…está iluminado plácidamente por la luna que alumbrará la semana santa, y parece que reflexiona que la gloria definitiva del Tabor hay que merecería con la transfiguración de dolor en el Calvario…

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