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No.2148 Pág. 1 – En la Tierra Prometida

ADIOS GALILEA
O.A.R.
Los días inolvidables vividos en la pintoresca Galilea tocaban a su fin en una fresca mañana de marzo. Al celebrar aquella mañana la santa misa en el santuario transparente de las bienaventuranzas, tratábamos de imprimir en los ojos y en el alma este paisaje que se llevó al cielo en sus ojos y en su alma el Hijo de Dios.
La solemnidad con que San Lucas comienza a relatar la despedida de Jesús de estas costas sonrientes, expresan la emoción que debió sentir también el divino Maestro al dejar definitivamente su amada Galilea para dirigirse a su última correría apostólica que debía terminar en Jerusalén con su pasión y su glorificación: Y sucedió, dice San Lucas (9,51) que al cumplirse los días de su asunción, hizo firme depósito de encaminarse hacia Jerusalén.
En la trayectoria que estamos emprendiendo de Galilea a Judea, o sea de norte a surde la Palestina, es el mismo histórico recorrido que hicieron hace muchos siglos Abraham y los Patriarcas cuando comenzaba a abolirse el pueblo de Dios. En ese sentido de norte a sur caminó Jerusalén cuando «fue de prisa» a ver a Elizabeth en las montañas a la aldea, y en esa misma dirección San José y la virgen cuando de Nazareth fueron Belén a celebrar la navidad más grande de los tiempos, y, más tarde, cuando iban con el Niño a la celebración de las pascuas. Y sobre todo, cuando para Jesús sonó la hora de su sacrificio y de su glorificación, así comenzó a cruzar la Patria de Dios, de Galilea hacia el sur.
Recorrimos otra vez la costa occidental del lago del norte a sur. Que bien recuerdo aquellas lanchas que se balanceaban en la orilla del lago, mientras los pescadores remendaban sus redes y venderían el pescado cogido en la noche laboriosa, el ni más ni menos las mismas escenas que vieron Jesús y los apóstoles.
Adios divino lago de Jesús, al llegar a ti me parecería tan alegre porque tuviste la dicha de conocer a Jesús y gozar de sus predilecciones, pero hoy que debo alejarme de ti siento que eres más triste y me parece que tus aguas y tus sauces comprenden el cariño que te tuvo Jesús y que sigues esperando que un día regrese a tus playas como cuando volvía de sus correrías apostólicas. Y tienes el privilegio de contagiar, a todo el que te conoce, la alegría de haberte amado el Maestro y la tristeza de seguir esperándolo… Yo imagino que San Pedro, allá en el esplendor de la capital romana, nunca olvidó la belleza del mar de Tiberiades, y cuando sellaba su amor a Jesús, muriendo en el circo de Nerón, debió sentir de nuevo el suave rumor de estas aguas donde Jesús anunció el martirio. Al decir adios a Galilea, un anciano compañero de la peregrinación, hizo esta nostálgica plegaria que me conmovió: «Yo pido a Dios a nuestras almas volver a besar este suelo bendito».
Dejando a la izquierda el lago…cuyas aguas se encauzan al sur por el río Jordán, la carretera comienza a subir. Recuérdese que estamos a unos 200 metros bajo el nivel del Mediterráneo. Subimos otra vez a la llanura de Esdrelón, extensa, fértil, espléndida…Y otra vez comienza a desfilar en la ancha llanura los recuerdos bíblicos en torno de la majestad del monte Tabor. Esta lenta majestad del Tabor se impone durante largo rato a pesar de la vertiginosa carrera del automóvil. También San Pedro es aquí el intérprete de los peregrinos: «Señor, que bueno sería estarnos aquí…» Aquí en esa cumbre escogida por Jesús para peana de su espléndida teofanía. Otra vez vemos Naím la aldea que presenció a Jesús cuando resucitaba al hijo de la viuda otra vez Sulam la patria de la Sulamita de los cantares de nuevo los trágicos montes de Geboé. Y sobre todo aquellas colinas de Nazateh, que ocultan la «Flor de la Galilea», la «Patria del Ave María», donde el Verbo se hizo carne y donde Jesús obrero enseñó la santidad del trabajo y del deber cumplido.
Dignas de mención por su trascendencia arqueológica, son las ruinas de la antiquísima ciudad de Meggido. Se ha comprobado por las modernas excavaciones que se trata de una ciudad fundada en el 5º. Milenio y extinguido hacia el 350 antes de Cristo, las civilizaciones cananea, Kksos, egipcia, filistea, e israelita dejaron allí sus profundas huellas, admira la perfección de su sistema hidráulico y su caballeriza para más de 400 caballos. Los faraones vencieron allí a los reyes de Sulfa y Palestina. El libro de Josué (17.11) canta aquí una de sus victorias. El Rey Salomón fortificó esta ciudad y fue una de sus prefecturas (1 Reyes 42) Apartándonos hacia la costa estamos cerca de Cesarea Marítima que Herodes en Grande embelleció en honor de César Augusto. De este puerto superó a Jerusalén y llegó a ser sede de los procuradores romanos. San Pablo estuvo preso aquí a la orden del procurador (Act. 23, 2333). También lo honraron con su predicación San Pedro (Act. 10, 144) y el Diácono Felipe (Act. 840) El año 195 se celebró aquí el concilio que fijó el día domingo para celebrar la Pascua.
Y caminando siempre al sur, hemos llegado ya a la famosa llanura de Sarón. Modernos trabajos de irrigación le han vuelto su aspecto proverbial. Cuando pasábamos en medio de sus naranjales y sus hortalizas, yo pensaba en aquel esplendor del Carmelo y del Sarón que inmortalizó con poesía Isaías ( 36 2) y el cantar de los Cantares (2, 1).
Allá a la izquierda del Serón se ven ya las montañas de Samaria y al sur corre a desembocar al Mediterráneo el bíblico río Yankon mencionado en el libro de Josué (19, 46). Y 2 kilómetros más abajo terminaron nuestro recorrido. Estamos en el moderno puerto de Tel Aviv. Aquí finaliza la jornada inolvidable dejándonos en el espíritu la nostalgia de aquella mañana cantaremos el clásico salmo de los peregrinos de Tierra Santa: «Laetatus sum tus his quae dicta sunt mihi: in domo Domino ibimus…» Porque mañana iremos al corazón de la Tierra Prometida…mañana estaremos en Jerusalén.

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