O.A.R.
una felicitación a los que la celebran…
un llamamiento a los que desertan…
Preparación del espíritu
El Papa Pío XII «Pastor Angelicus» ha recaído los fines pastorales de la semana santa al restaurarle su primitivo esplendor.
En San Miguel ese «pastoreo: de almas, se inició desde las semanas de cuaresma con sus 4 tandas de ejercicios espirituales para hombres, niños y prisioneros.
La Parroquia del Calvario se convirtió en Berfagé. Allá bendijeron y distribuyeron las palmas. Dios allá comenzó a desfilar el triunfo de las palmas y las hosannas: la imagen del «Señor del triunfo» viste como verdadero Rey que recibe el homenaje. Catedral recibe la algarabía de la pascua de Jerusalén que bate palmas al Hijo de David. Pero como entonces, el llanto de Cristo vuelve a ensombrecer el espíritu, la misa de color de penitencia y la lectura de la pasión sobrecogen de tristeza a la muchedumbre que llena el templo.
Tomad y comed…
Un triduo de meditaciones y prerrogativas he presidido la gran noche de la última cena. El jueves santo por la mañana, la catedral ha recibido la liturgia de la edad de oro, con su «misa crismal» que congregó al clero de la Diócesis. Pero fue por la noche que la inmensa sala se dilataba como el gran cenáculo de la «Misa de la cena del Señor». Largas filas de hombres y mujeres se acercaron al llamamiento de Jesús: «tomad y comed este es su cuerpo…»
Y después del arte para guardar el divino regalo. Doña Carmencito de Soto, la Señorita Chabe Carmona y la Guardia del Santísimo dieron al de Catedral también este año la primacía de arte y elegancia: portó su llave el presidente de los Caballeros del Santo Entierro, Don Rogelio Pocasangre, quién invitó al Señor Obispo y a los consorcios a una recepción que su familia le ofreció por el honor de ser aquella noche el guardián del sagrado depósito. Tuvo igual honor Don Jesús Orellana Lemus para el radiante monumento de San Francisco elaborado por los Santas Asturias, Ester Cerritos, Rosita Sánchez y demás guardias del Santísimo. Don Alberto Herrera llevó la llave del piadoso monumento de Santo Domingo erigido por Doña Adela de Herrera, Doña Susana de Oliva, Doña Elvira Mena, Señoras Matilde Ramírez, Angelita Becci y demás guardias del Santísimo. En el calvario fue portador de la llave, Don Luis Panameño y de sugestivo movimiento del hospital bajo el símbolo del «perdón»:, fue carcelero Don Martin León Guevara. Los piadosos monumentos fueron muy visitados toda esta noche y por la mañana del viernes santo, habiéndose destacado por su orden y número de visitas de los hombres, de las parroquias de catedral y calvario.
El testimonio del silencio
El atrio de San Francisco renovó la noche del jueves santo las emociones del Getsemaní. Los caballeros levantaron allí un huerto entre cuyas hojarascas se percibía la figura doliente del NazareNo. Los hombres debieron sentir muy hondo la contricción que inspiraba aquel cuadro, porque a las 11 de la noche el atrio y la plaza estaba inundada por una muchedumbre silenciosa de hombres que organizaban la «Procesión del Silencio». Este número original ha dado la nota típica de la semana santa de este año. El silencio contagiaba también a la muchedumbre que veía pasar por las calles de San Miguel la majestad del silencio en torno del divino silencio Jesús NazareNo. Solo turbaba el silencio, para hacer lo más trágico y sombrío, el toque de los clarines y el fúnebre sonar de redoblantes y el rodar de las cadenas. Si los hombres debieron sentir muy hondo el sufrimiento de Cristo, porque al terminar la procesión todos se dispersaron silenciosos bajo la terrible emoción de Dios hecho prisionero.
«Y tomando la cruz, salió camino de calvario…»
De nuevo en la plaza de San Francisco que ya no es Getsemaní, sino Lilóstrotos. La misma petición de los judíos, no con odio sino con amor y con piedad parece ser la plegaria de este pueblo reunido bajo el amor y la compasión comienza a moverse lentamente aquella enorme policroma, pintoresca masa humana en torno de la bella imagen del Nazareno que en las andas de la Niña Raquelita v. de Prunera y su fiel ayudanta la Señora Susana parece más conmovedora.
Los funerales de Cristo
El enorme ábside de catedral vestido de riguroso luto hace un fondo de infinito dolor al sublime cuadro de la crucifixión en que luce nuestro famoso «Señor de la cama». Es una multitud compacta la que está enfrente para escuchar las «siete palabras» con que el divino Mártir sintetizó su misión de perdonar, de obsequiar el paraíso y la dulce maternidad de la Virgen, de pagar con el terrible abandono de su espíritu y el supremo sacrificio de su cuerpo sediento la deuda de nuestros pecados. Y como si en los amoratados labios se oyeran los ecos del «Consumatum así» la bella escultura del dolor es contemplada con compasión cuando la llevan a arreglarla en la primorosa urna que resplandece gracias al cuidado de los hombres del Santo Entierro y la incasable colaboración de Doña Araceli v. de Paz.