Se trata del problema del control de natalidad.
Todos deseamos una orientación clara y pronta. Sin embargo la Iglesia y la ONU han llegado por diversos caminos a una conclusión moratoria: es necesario esperar.
El II Comité económico de las NN.UU decidió aplazar para fines de este año su juicio acerca de si debe o no la Asamblea General de la ONU autorizar la financiación económica de un proyecto para la planificación familiar a escala mundial. La razón de esta demora es que los técnicos de la economía mundial no pueden juzgar si el aumento de la población sirve de estímulo o más bien retarda el desarrollo económico del mundo.
Otro organismo de la ONU, la OMS (Organización Mundial de la Salud) concluyó también en su última sesión, que los estudios médicos no están suficientemente maduros para que esta organización «pueda comprometerse directamente en programas de planificación familiar!.
* * *
Por su parte la Iglesia también espera más madurez para su pronunciamiento moral. Se acordará que, cuando en el concilio se debatía sobre el tema de la «explosión demográfica», el Papa Paulo VI se responsabilizó personalmente del estudio y nombró inmediatamente una comisión numerosa de técnicos eclesiásticos y seglares de todo el mundo para asesorarlo desde los diversos ángulos de donde puede verse este problema. Varias veces el Papa ha apresurado a dicha comisión porque el mundo está impaciente por sus conclusiones.
Ante aquellos dos aplazamientos de la ciencia, comprendemos hoy mejor la demora de la Iglesia. Comprendemos que se tata de un problema enormemente intrincado y oscuro y que es necesario esperar para dar un fallo que solo afecta a la moral religiosa sino también a la economía y a la salud mundiales.
* * *
Mientras tanto hay que agradecer al Concilio que entre sus sabias y oportunas orientaciones de los problemas de hoy, ha señalado los escollo y evitar y los caminos a seguir para una solución verdadera del control de natalidad: «El Concilio exhorta a todos, a que se abstengan de aquellas soluciones promovidas en público o en privado y a veces incluso inquietas, que contradicen a la ley moral. Pues según un derecho inalienable del hombre, el derecho al matrimonio y a la generación, así como la deliberación del número de hijos que se han de engendrar, depende del recto juicio de los padres, y de ningún modo puede quedar en manos del parecer de la autoridad pública. Y como el juicio de los padres supone una conciencia bien formada, es de gran importancia que a todos se les dé la posibilidad de responder a esta responsabilidad honrada y verdaderamente humana, que tenga puesta la mira en la ley divina, según las circunstancias de las cosas y de los tiempos».