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No.3041 Pág. 1 – EDITORIALES – EL MISTERIO DE LA MUERTE

En el solemne funeral del Dr. Charlaix, Monseñor Graziano dirigió unas profundas reflexiones sobre las majestades de la muerte y de la Redención de Cristo. Esperamos ofrecer su texto literal len próxima edición, mientras tanto entresacamos del Concilio Vaticano II (Constit. acerca de la Iglesia en el mundo actual) una página que expresa el sentir de la Iglesia en esta hora de luto para varios hogares migueleños.

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«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humaNo.
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Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, eleccionada por la revelación divina afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida, cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en el estado de salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el futuro destino del hombre, y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismo querido hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera».

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