Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
Ya es tradicional la revisión de la vida actual de la Iglesia, que el Papa hace ante el Colegio Cardenalicio en Navidad y en su onomástico. Esta vez hizo un llamamiento de optimismo y de confianza ya que, precisamente uno de los fenómenos enumerados en su análisis, es la crisis de confianza.
«En el momento en que vivimos la falta de confianza en la Iglesia, se ha apoderado de cierto número de cierto número de cristianos y también de sacerdotes y religiosos; desconfianza que llega a veces incluso a una ciega agresividad, pero que toma también, muy a menudo, la forma de desaliento y desilusión».
Dos extremismos de moda son la causa próxima de desconfianza: a unos se les antoja que se quiebra la unidad coherente y organizada de la Iglesia a la que estaban acostumbrados; » se sienten sacudidos por el cristianismo que en estos años ha salido a la superficie, por el carácter arriesgado de ciertas iniciativas que ignoran la tradición, por el abandono de manifestaciones exteriores y de formas de piedad a las cuales estaban apegados». En el extremo opuesto, pierden la confianza en la Iglesia, porque la consideran «aprisionada por instituciones trasnochadas, piensan que en una sociedad secularizada, la Iglesia debería abandonar la mayor parte de las formas que la caracterizan y renunciar incluso a las certezas adquiridas, para ponerse únicamente a la escucha de las necesidades del mundo y frente a la Iglesia visible e institucional, experimentan una frialdad que conduce a algunos a alejarse de ella, sensibles, como creen que son, ante los profundos cambios, propios de nuestra época, ante las novedades de las situaciones culturales y ante las posibilidades científicas y técnicas.
Los frutos de esta crisis de confianza son fatales para la verdadera fe católica. El Papa enumera, por vía de ejemplo: -una interpretación arbitraria y falsa del Concilio, que lleva a soñar en una Iglesia «nueva, que rompa con su tradición y altera su misma constitución, sus dogmas, su moral, su derecho; la «fascinación de la violencia» y un concepto de «liberación» que no siempre es interpretación de la libertad evangélica, sino que frecuentemente es eufemismo que encubre métodos subversivos y alianza peligrosa «con ideas socialistas de sentimientos no cristianos y a veces anticristianos»; una tendencia a disolver el magisterio de la Iglesia, jugando con un pluralismo equívoco que justificara la coexistencia de concepciones opuestas.
Pero el origen profundo de esta crisis de confianza, es el olvido de la relación trascendente y vital de la Iglesia con Cristo. cristo está presente y en él mismo el que construye y dirige su Iglesia. «Las mismas lentitudes, derrotas y pruebas, son connaturales, al misterio de la Cruz de la resurrección de Cristo, única razón de ser de la Iglesia.
Por eso -en contraste con la visión miope de aquellos dos extremos el Papa nos invita a explayar una mirada de optimismo, sobre la exuberante primavera de la Iglesia posconciliar, que no puede ser obra humana, sino de la asistencia de Dios: nuevas estructuras jerárquicas y pastorales coordinan el quehacer eclesial, de Obispos, presbíteros, religiosos, seglares; crece el sentido de lo social y de la caridad activa; se irradia con más amplitud y más profundidad del mensaje del Evangelio; se renueva el empeño misionero; penetra en vastos estratos del clero y del laicado, un mayor impulso de generosidad y entrega; aguijonea un sentido más agudo de pobreza evangélica; hay una mayor apertura de los valores positivos del mundo, etc.
Y no es que ante una crisis de confianza, El Papa cierre los ojos cándidamente ante las defecciones humanas de la Iglesia. Nadie como él las ha criticado y las siente. Pero su crítica es constructiva, hecha con amor y con fe. Porque no serán los que han perdido su fe y su confianza en la Iglesia, los que pueden hacer algo positivo por Ella. Sólo los que creen que la Iglesia es Divina, a pesar de sus sombras humanas, son los verdaderos artífices de su renovación.