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Número 30930 – Págs. 1 y 4 – COMO SIGNO DE COMUNIÓN CON EL PAPA

Por Monseñor Oscar A. Romero
Hoy he sentido que llegué a la meta de mi viaje a Roma. He hablado con el Papa en una inolvidable audiencia privada. El anhelo principal de venir a Roma, era el mismo deseo que llevó a San Pablo a Jerusalén. «ver a Pedro» y sentir de cerca el carisma que el Señor prometió al sucesor de Pedro, centro y fundamento de la unidad de la Iglesia, «confirmar a sus hermanos en la fe». Y hoy escribo esta breve nota sobre uno de los momentos más densos de mi vida, no solo por expresar una profunda satisfacción personal que sería mejor guardar en el secreto del alma, sino para hacer partícipes de esta nueva «confirmación en la fe» a mis amigos y sobre todo a la querida Diócesis de Santiago de María, que ha sido confiada a mi humilde servicio pastoral.
La figura del Papa, me pareció más luminosa que nunca y su gesto efusivo y de admirable sencillez con que me dio la bienvenida en español, me ganaron por completo la confianza.
Luego juntos localizamos, en un mapa eclesiástico que él tenía sobre su escritorio, el territorio Diocesano de Santiago de María que su Santidad subrayó con un lápiz rojo «para tenerlo siempre presenten en mis oraciones», me dijo. Recordó con cariño a su primer difunto Obispo Monseñor Castro y Ramírez, «era un hombre fiel, comentó, que difundió valientemente la doctrina verdadera y la adhesión a la Santa Sede». Y, al referirse a este humilde sucesor, me proyectó todo el carisma que acabo de mencionar y en verdad «confirmó mi fe». Me admiró el conocimiento que tiene el Papa de nuestros problemas salvadoreños y, en concreto, de mi modesta labor sacerdotal; por eso han quedado esculpidos en mi espíritu estas palabras de mí programáticas: «Esto fortes in dide…siga adelante, siga su línea, siga su estilo, no tema seguir profesando y enseñando lo que ha aprendido en el magisterio de la Iglesia».

Y nuevamente nos pusimos de pie porque quiso sellar estas palabras de «confirmación» con otro inolvidable gesto de «comunión»: me obsequió un cáliz. «Esto no lo solemos hacer con todos, comentó. Pero usted va por primera vez a una Diócesis, llévelo como signo de comunión con el Papa». Y en virtud de esta «comunión» que ha inspirado todo mi viaje, sentí que conmigo estaba junto al Papa toda la Diócesis, como el mismo Papa me lo recordó al calificar el cáliz «como signo de comunión…pues usted debe considerar esta visita como su primera visita «ad limina», porque con usted está presente toda su querida Diócesis». Tomó también de su gaveta estampas, rosarios y medallas: «lleve, lleve, me dijo, con una graciosa sonrisa, meta en sus bolsillos, porque los bolsillos del Obispo deben estar siempre llenos para dar».
«También para traer al Papa», agregué yo, al sacar de mi bolsillo una medallita de oro que me dio para él la Señorita Merceditas Gonzalbo y un breve memorándum para mi entrevistas. Agradeció el obsequio y nos sentamos de nuevo para comentar los breves puntos de mi afortunado papel que ya estaba bajo la mirada de Su Santidad.
Fue una conversación de verdadera «comunión». El Papa me hizo sentir la realidad del «afecto colegial» con que el Concilio define las relaciones entre los sucesores de los apóstoles y entre éstos y sus Sucesores de Pedro. Y fue en este contexto, cuando me mencionó la confianza en María la Madre de la Iglesia, que tiene especial cuidado con sus pastores. «Y no olvide que usted y yo somos esos humildes pastores que juntos trabajamos, juntos sufrimos y juntos oramos y confiamos en el mismo Señor».
El Clero unido con su Obispo, el porvenir del seminario, el cuidado espiritual de las religiosas, la confianza en el laicado y otros puntos pastorales desfilaron en este luminoso diálogo como directrices segura del pastor universal.
Para terminar, me invitó a tomarnos una fotografía. Y al darme, para despedirnos, el clásico doble abrazo romano, sentí que no estaban solos mis brazos para estrechar con respetuoso cariño y adhesión al «Dolce Cristo in terra», sino que conmigo palpitaban el corazón de la Diócesis santiagueña, más aún, como salvadoreño sentí en mi pecho palpitar el corazón entero de El Salvador».
Roma, 23 de Noviembre de 1974

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