Las agencias internacionales de noticias, como de costumbre, hacen especulaciones sobre una supuesta «renuncia» del Santo Padre, cuando cumpla los setenta y cinco años de edad. Según las mismas fuentes informativas, una emisión extraordinaria de la radio vaticana, dedicado al cumpleaños del Papa, calificó estos rumores como una «deducción fatua», pero indicó que Su Santidad está cansado, comparando su vida y su trabajo con un «martirio», dando la impresión de que su reino es similar al calvario de Cristo.
No necesitábamos ninguna clase de aclaraciones para saber de nuestro amado Pontífice está muy lejos de abrigar la idea de abdicar, renunciando a la pesada cruz que le ha tocado cargar, cumpliendo los designios infinitos de Dios. Además de llevar sobre sus hombros, como Vicario de Cristo, todos los dolores, todas las preocupaciones, todos los problemas de la humanidad; además de soportar los ataques y las diatribas de los sectarios, de los enemigos declarados de la Iglesia; el venerable anciano tiene que beber el cáliz amargo de la rebelión, de la incomprensión, de la soberbia de muchos de sus propios hijos, sacerdotes y laicos, teólogos e intelectuales, con sus desviaciones «proféticas» y sus posturas «constestatarias».
Lo más probable es que nuestras palabras no lleguen hasta el solio del sucesor de Pedro, para brindarle un pequeño consuelo, pero nuestras oraciones por su salud y bienestar, sí llegarán al cielo, pidiéndole a Dios que nos conserve muchos años, para el bien del pueblo cristiano y para el progreso espiritual de la humanidad.
Porque nosotros «más papistas que el Papa», como los hijos fieles quieren a su padre abnegado, que no piensa nunca en su propio provecho, sino que se complacer en ser «el siervo de los siervos de Dios». Porque nosotros sabemos muy bien que Cristo no encomendó al magisterio de la iglesia a los doctores de la ley, ni a los teólogos, ni a los filósofos, ni a los sabios, sino que al humilde pescador, al fiel e intrépido Pedro, a la venerable figura de su santo sucesor, Pablo VI, Pontífice Supremo, Maestro infalible, el Teólogo por excelencia, la figura blanca de Cristo en la tierra.
Por eso somos, definitivamente, decididamente, fervorosamente, «más papistas que el Papa». Gracias a Dios.
UN NUEVO PENTECOSTÉS
Ya empiezan las agencias internacionales de noticias a divulgar chismes, dimes y diretes, sobre el Sínodo Mundial de Obispos. Tiene mucha razón el Cardenal polaco de advertir a los participantes contra los «hábitos malsanos» y el «papel demagógico de la prensa».
El Sínodo no es un pleito de comadre, ni un mitin político, ni una lucha entre derechas e izquierdas, o una pugna entre liberales y conservadores. El Sínodo es más que todo y por encima de todo, una nueva edición del Pentecostés, de la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, reunidos para orar y mediar, bajo la presencia de Pedro en la persona de sus actuales sucesores, el Papa Pablo VI, Vicario de Cristo en la tierra, y el Colegio Episcopal, que tiene en nuestro tiempo el poder y la responsabilidad del Colegio Apostólico.
De este nuevo Pentecostés, bajo la inspiración del Santo Espíritu, saldrán las orientaciones saludables, las corrientes de auténtica renovación eclesial, la verdadera adaptación a los tiempos, la traducción del mensaje de salvación al «idioma» de los hombres de nuestra época y de acuerdo con las necesidades de los pueblos.
A nosotros los católicos fieles, sacerdotes y seglares, solo nos toca ORAR Y ESPERAR, con la plena confianza que tenemos en la infabilidad y en la indefectibilidad de la promesa divina: las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia.