Oración Patriótica de Monseñor Oscar A. Romero, Obispo Auxiliar de San Salvador, en la Santa Iglesia Catedral, con motivo de la conmemoración del primer grito de independencia y día nacional de acción de gracias.
Hoy venimos la Patria y la Iglesia a celebrar bajo el signo de la libertad nuestro día nacional de acción de gracias.
En aquellos días de la primera parte del siglo pasado, las señales de un parto fecundo estremecieron las entrañas de la Madre Patria: Nuestro primer grito de independencia era un eco más de aquel imponente canto de liberación que anunciaba el nacer de las nuevas nacionalidades latinoamericanas, desde el cono sur de América y a lo largo de los paisajes andinos y hasta en las mismas tierras de la nueva España.
Aunque no fuera más que una leyenda de nuestro folklore, la figura de aquel eclesiástico salvadoreño que agitó la campana de La Merced, en la aurora de este día, para anunciar la liberación de Centroamericana, que dará como el símbolo de los hombres y de los pueblos del Continentes a los que, ya maduros para la vida cívica, llamara Dios para hacerlos partícipes y colaboradores del don divino de la libertad. Porque «la libertad es el signo eminente de la imagen divina en el hombre» ha dicho el Concilio, canonizando así la inmortal palabra de nuestro Prócer José Simeón Cañas: «no hay bien comparable con la libertad».
LA LIBERTAD ES UNA CONSTANTE Y DIFÍCIL QUE HACER DE TODOS
Dios mismo escribió en el libro del Exodo el paradigma de las gestas libertarias de todos los pueblos. Como la de Israel, la libertad de todas las naciones es ante toda una iniciativa de Dios: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto -dijo Yahvé a Moisés- y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces, pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel…ahora pues, yo te envío a Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto» (Ex. 3, 7-10).
Israel nunca olvidará esta iniciativa del Señor y esta convicción fue durante toda su historia el fundamento de sus esperanzas nacionales. Pero también aprendió que esta iniciativa divina está condicionada a la fiel cooperación de los hombres. No sólo Moisés sino todo el pueblo tenían que ser los artífices de aquella liberación que se inició en el Exodo. La austeridad de los desiertos donde se templaron la voluntad de aquel caudillo y la fidelidad y solidaridad de aquel pueblo con vocación de libertad es la pedagogía de Dios para enseñar a todos los pueblos que la libertad hay que trabajarla en la austeridad en la solidaridad, en la búsqueda incansable y humilde, en el batallar contra todos los enemigos de esa preciosa dádiva que se llama una Patria libre y que la Biblia presenta en la exuberancia figura de la tierra prometida que mana leche y miel.
SI EL SEÑOR NO EDIFICA A LA CASA,
EN VANO TRABAJAN LOS QUE LA CONSTRUYEN
Y aun cuando la libertad del pueblo de Dios llegó a campear en el símbolo intocable de su santuario y de su rey más grande, Israel no podía olvidar que aquel don del cielo había que seguirlo trabajando con la fidelidad a su alianza con Yahvé. Precisamente su rey más poderoso expresó esta conciencia en uno de sus más bellos salmos: «Si el Señor no edifica la casa en vano trabajan los que construyen, si el Señor no cuida la ciudad, en vano velan sus centinelas» (Salmo 126). Y hay momentos en que los recuerdos del Exodo afluirán con más insistencia a la conciencia nacional de Israel como cuando en el cautiverio de Babilonia otro salmo canta con inspiración de elegía y nostalgia el mutismo de las arpas colgadas en los sauces de los ríos hasta que la reconstrucción de la libertad y el retorno de un nuevo éxodo renueva con arrepentimiento la alianza con el Señor.
LA VERDADERA LIBERACIÓN RADICA
EN LA CONVERSIÓN SINCERA DE LOS CORAZONES
Era difícil ministerio de los profetas de aquel pueblo: mantener despierta esta conciencia de fidelidad, de cooperación, de solidaridad con el designio libertario de Dios; porque estas actitudes humanas condicionaban el regalo divino de su propia libertad. El reclamo contra las injusticias sociales, contra el libertinaje de las costumbres, contra el abuso del poder, contra el atropello de los derechos y de la dignidad de los hombres, se dirigía a todo el pueblo y llegaba, cuando las circunstancias lo exigían, hasta el trono de los reyes o los palacios de los grandes. No era un espíritu demagógico el que inspiraba aquel mensaje, ni eran desahogos de odios o de violencia inspirados en resentimientos sociales; no buscaba ventajas políticas ni lo inspiraban intereses subversivos. Era el grito de la verdadera liberación que buscaba extirpar los peligros de la verdadera libertad. Porque ésta tiene sus peligros en el mismo corazón del hombre donde anida el pecado; y los verdaderos profetas no proclamaban una liberación superficial sino esta radica en la conversión sincera de los corazones.
Cualquiera comprende lo difícil de esta misión que más tarde el Evangelio de Cristo confiará a su Iglesia en medio de todos los pueblos.
Cuánta santidad se exigía a los profetas para que su palabra de fuego llevara el respaldo insustituible de un testimonio de vida!
EL DON DE LA LIBERACIÓN DEBE CONSTRUIRSE
CON LA FIDELIDAD A DIOS
Y éste era también el sentido de la pascua de Israel: Un sentido libertario. La fiesta principal del pueblo de Dios era la conmemoración de su primer grito de independencia. Era la memoria y la reafirmación de aquel encuentro entre el Dios vivo que ofrecía el don de la liberación y el pueblo que aceptaba el compromiso de construirla con la fidelidad al Señor. «Este es el pan de la aflicción que nuestros padres comieron en Egipto -decía el jefe de la reunión al bendecir el pan de la cena pascual. Y recordaba ante la familia que sin aquella misericordia de Dios que los sacó de la esclavitud, «ni mis padres, ni yo ni mis hijos seríamos libres seríamos todavía y para siempre esclavos». No era sólo una evocación del pasado era una llamada en el presente que invitaba hacia el futuro. «Cuando los hijos pregunten qué quiere decir este rito y porqué esta noche es diferente de las otras noches? responderéis- prescribe la Biblia -para que te acuerdes de la salida de Egipto todos los días de tu vida…» La fiesta de la libertad se convertía en una renovación de conciencia, era el interrogante fundamental de la existencia y obligaba al ciudadano a responder a Dios que estaba haciendo con el supremo don de la libertad nacional.
LA CARENCIA DE TANTOS BIENES,
UNA NUEVA FORMA DE ESCLAVITUD
A la luz de este paradigma de la liberación de todos los pueblos, qué fecunda de enseñanzas y propósitos, puede resultar nuestra reflexión patriótica de este aniversario convertido, por voluntad de nuestros gobernantes y de nuestra Jerarquía en nuestro Día Nacional de Acción de Gracias.
Celebramos pues, bajo el signo de nuestra libertad nuestro día de acción de gracia por todos los bienes que nos ha concedido el Dios de nuestra Patria. Y esta relación que ya expresó nuestro inmortal libertado de los esclavos, el Padre Simeón Cañas, esta relación entre la libertad y la posesión de los demás bienes, convierte nuestra oración de examen de conciencia que por la fuerza de la lógica y del contraste nos lleva a descubrir en la carencia de tantos bienes nuevas formas de esclavitud. Porque exclamó aquel profeta en su luminoso discurso de 1823: «no habiendo bien comparable con el de la libertad ni propiedad más íntima que la de ésta, como que es el principio y el origen de todas las que adquiere el hombre, parece que con mayor justicia deben (los esclavos) ser inmediatamente restituidos al uso íntegro de la libertad».
CRISTO, EL LIBERTADOR DE TODOS LOS HOMBRES
Y DE TODO EL HOMBRE
Como en la pascua bíblica venimos, Iglesia y Patria, una renovación de nuestra alianza con el Dios vivo de nuestros Próceres. Y no se piense que sea un simple recurso oratorio este paralelismo entre la Biblia y nuestra historia porque iluminado por la fe en Cristo, el Concilio afirma que los hombres de hoy que «Dios dispuso entrar en la historia humana enviando su Hijo para reconciliar en él al mundo con Dios» (AG. 3). Luego también nuestra historia, con sus gestas libertarias, con sus luchas, sus fracasos y esperanzas, es camino y signo donde Dios se hace encontradizo con el gobierno y con el pueblo de El Salvador para reafirmar su pacto de trabajar en unión con él y con nuestros hermanos la libertad auténtica de nuestra Patria y conducirla a aquella plena liberación que sólo se consuma en Cristo. Porque Israel con su éxodo y su pascua no fue más que una profecía que encontró su plenitud en Cristo, el Libertador de todos los hombres y de todo el hombre, en su cuerpo y en su espíritu, en el tiempo y en la eternidad, como individuo y como familia y como Patria.
LA IGLESIA Y LA PATRIA TRABAJAN EN LA DIFÍCIL CONSTRUCCIÓN
DE NUESTRA AUTÉNTICA LIBERTAD
Y esta es la cooperación que la Iglesia ofrece a la Patria: «no la temáis -dijo el Concilio a los gobernantes de las naciones-no temáis a la Iglesia, ella es imagen de su Maestro cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas sino que sala a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transforma, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza. Dejad que Cristo, por Ella, ejerza esa acción purificante sobre la sociedad…y contribuya a difundir cada vez más el reino de la justicia y del amor en el seno de cada nación y entre las naciones…y promueva también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos.
Sintiendo pues, la Iglesia y la Patria su mutua responsabilidad, en esta hora grave de nuestra historia cuando nos reúne la noble cita de este día de oración, cada cual con la independencia y autonomía de su propio terreno, pero solidarias en el servicio de la vocación personal y social de todos los salvadoreños, demos gracias a Dios y novemos nuestra alianza de trabajar junto y con él la difícil construcción de nuestra auténtica libertad.