Mucho se ha hablado en la prensa internacional sobre le Sínodo de Obispos, celebrado recientemente en Roma. Se han propalado muchas falsedades y se han interpretado maliciosamente muchos de sus aspectos. Creemos conveniente poner las cosas en su punto. Para ello, nada mejor que resumir el pensamiento de uno de sus más destacados participantes, expresado en una conferencia que dictó en su país, el Cardenal Primado de España.
Se esperaba del Sínodo lo que ésta no podía dar. El Sínodo no es un Concilio en pequeño, sino que tiene un carácter meramente consultivo, recogiendo las opiniones de la base, para hacerlas llegar al Papa. Por tratarse de algo nuevo, no es extraño que no acabemos de entender bien su naturaleza y finalidad. Hay que encuadrarlo dentro de una nueva orientación de gobierno de pastoral en la Iglesia.
Respecto al tema de la justicia hubo unanimidad en la necesidad de principios doctrinales claros. La Iglesia debe bajar de la teoría a la práctica. Ha de haber motivaciones que explique porqué la Iglesia se siente obligada a actuar en el campo de la justicia.
La Iglesia no debe dar soluciones técnicas, pero tiene la misión -propia y específica- de la denuncia. Es un poco la conciencia del mundo «y debe reflejar la situación de éste». El Evangelio no es ajeno a la implantación de la justicia.
Otra de sus misiones propias y específicas es la formación de la conciencia, incluso de los propios miembros de la Iglesia. Si en su misma vida y organización no da testimonio perfecto, que sirva de signo y no toma iniciativas a favor de los marginados, no puede predicar justicia.
El Sínodo partió de un conocimiento suficientemente claro de la realidad. Existe un clima de contradicción, porque a la conciencia de la unidad de la dignidad del hombre, se oponen fuerzas de segregación y de división cada vez más poderosas. Al convencimiento el desarrollo como una exigencia y como un derecho, se oponen nuevos colonialismos aniquiladores.
Los pueblos son cada vez más celosos de su identidad. Se puede desentenderse ni decir que no es culpable, aunque ella no es la única responsable. No tiene fuerza jurídica,, externa, pero sí fuerza moral. Hay un testimonio que la Iglesia no puede dejar de dar y que constituye su característica: el del amor.
Los seglares, en el campo técnico, actúan bajo su propia responsabilidad. Pero, al mismo tiempo, están empeñando a la iglesia con su actuación de católicos. Les cabe libertad de acción, pero dentro de las normas de la Iglesia, porque no pueden dar antitestimonio.
En la realización de la justicia, la iglesia vuelve los ojos así misma y constata que sin testimonios de obra no cabe predicación alguna, porque sería ineficaz.
La libertad de opinión y la opinión pública son entendidas por cada uno a su manera. La autoridad debe ser ejercida recogiendo el sentir del pueblo y dándole consistencia. La legítima pluralidad dentro de la unidad es un derecho dentro de la Iglesia.
En la educación para la justicia, lo primero es cambiar de mentalidad, que no es cristiana, sino pagana. Las injusticias del mundo son fruto de pecados individuales o sociales.
El Sínodo, a fin de cuentas, ha sido una palabra de esperanza ante la psicosis, más o menos auténtica, de confusión y de desastre en el mundo. La «Primavera» de la Iglesia no está por venir. Es ya un hecho.