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Nº. 1254 Pág. 3 La Justicia en el Mundo

Un ilustre comentarista, refiriéndose a las noticias internacionales sobre el último Sínodo, declaró que es «muy presuntuoso», incluso impertinente calificarlos como un «fracaso» o un «desastre». Para convencerse de ellos, basta con leer el resumen de las conclusiones que hemos estado publicando.

El Sínodo «no buscó en absoluto soluciones publicitarias o de popularidad». Como dijo acertadamente uno de los obispos asistentes, «si Cristo hubiera hecho un sondeo y hubiera tenido en cuenta la opinión pública antes de proclamar las Bienaventuranzas, nunca las hubiera proclamado». El Sínodo realizó una labora sólida, dando muy poco material a los hambrientos de sensacionalismo.

«La discusión sobre la justicia en el mundo puso al descubierto muchos casos de violación de los derechos humanos. Algunos obispos hubieran deseado que el Sínodo diera nombres, incluso condenas concretas. Pero cada vez apareció con mayor claridad que poco o nada se ganaría con tal proceder. Las injusticias, más clamorosas del mundo son bien conocidas, y, en realidad, bien condenadas. Pero también la verdad es que no hay apenas un país en el mundo entero, Este y Oeste, que no tenga injusticias que corregir dentro mismo de sus fronteras».

«Lo que recomendó el Sínodo fue que deberían en primer lugar la conciencia católica sobre el problema de la injusticia, dondequiera que se encuentra. La mayor parte de lo que la Iglesia tiene que decir en este terreno ha sido dicho ya hace tiempo en las encíclicas sociales. Lo que realmente se necesita es «traducir» este inmenso cúmulo de enseñanzas al idioma del hombre ordinario, de forma que la masa de los cristianos pueda experimentar su impacto y sentir el paso de su urgencia».

«El Sínodo no cometió el error de pronunciar en una letanía de condenas estériles. Ni accedió a la tentación de repetir lugares comunes, melosos y bobos, sus declaraciones por eso son prácticas y constructivas, mientras que podrían haber sido negativas y complacientes. La Iglesia siempre se ha preocupado por la justicia. Ahora lo hará más que nunca».

Nuestra acción debe dirigirse, en primer lugar, hacia aquellos hombres y naciones que, por diversas formas de opresión y por la índole actual de nuestra sociedad, son víctimas silenciosas de la injusticia, más aún, privadas de voz.

Así sucede, por ejemplo, cuando se trata de grupos a quienes ha cabido la menor suerte en la promoción social, como son los obreros y especialmente los campesinos.

También el Sínodo denunció la injusticia que se comete en algunas regiones, como son los países comunistas, que están constantemente sometidos a la acción de un ateísmo opresivo, o a la privación de la libertad religiosa. Se les impide honrar a Dios con culto público, se les prohíbe enseñar la fe y no se les permite ninguna clase de actividades temporales.

La justicia es violada también con antiguas y nuevas formas de opresión que derivan de la restricción de los derechos individualistas, tanto en las represiones del poder político, como en la violencia de las reacciones privadas, hasta el límite extremo de las condiciones elementales de la integridad personal.

La situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos invita a volver al núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en nosotros la íntima conciencia de su verdadero sentido y de sus urgentes exigencias.

La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente, requiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre, ya desde ahora, en su existencia terrena. Si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los hombres de nuestro tiempo.

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