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Nº. 1255 Pág. 3 La Canción de los cambios

En este período de campaña electoral hay una canción de moda. Una tonada que cantan todos los políticos, de todas las tendencias ideológicas, como una «panacea» para curar todos los males que aquejan a nuestro país.

Como buenos políticos, todos han detectado que nuestro pueblo no está satisfecho con el «orden establecido» y quiere que haya cambios en sus condiciones de vida. Como muy bien dijo el Santo Padre, recientemente, el orden que reina en el mundo entero, no es el orden verdadero:

«Un orden impuesto con la fuerza, la prepotencia, el miedo, la amenaza, el chantaje, el abuso de la debilidad ajena, la costumbre tan difundida de mantener situaciones, en que no puede ni siquiera elevarse y mejorar la propia existencia ¿es éste un orden verdadero?. La esclavitud ¿es orden verdadero? La ignorancia del pueblo, buscada con el fin de tenerlo más fácilmente sometido ¿es orden verdadero? El dominio y la explotación de los débiles por parte de los fuertes, de los pobres por parte de los ricos ¿es orden verdadero? La imposición de las ideas de algunos a los demás, bajo pena de daños, represiones y castigos ¿es orden verdadero? La negligencia de los responsables en relación con la inobservancia de los derechos de los demás con la inmoralidad escandalosa, o con la tolerancia de una licencia nociva para el bien de la sociedad ¿es un orden verdadero? Donde no existe o no es respetada la ley razonable y eficaz ¿ Hay un orden verdadero?»

«Queremos decir: hay órdenes aparentes, falsos, contrario al bien común, a la legítima libertad, a la promoción de los grupos necesitados, órdenes que no pueden merecer el nombre auténtico y bello de paz. Son desórdenes tolerados o constituidos, más bien que órdenes verdaderos, equilibrados y favorecedores del bienestar y progreso común; son situaciones que pueden dar una cierta estabilidad a la vida pública, una costumbre inveterada, una adaptación resignada, pero que no puede ser origen de auténtica paz».

Con estas profundas y expresivas palabras, el Santo padre ha sido un intérprete fiel y auténtico del anhelo de los pueblos. El orden establecido no es el orden verdadero. Los pueblos necesitan cambios. Pero ¿qué clase de cambios?

¿ Que piensan realmente los políticos al hablar de cambios? Muchas veces hemos escuchado su propaganda, su ideario, sus «slogans». Algunos, al hablar de cambios, nos dan la impresión de que se refieren al cambio de camisa. Otros pretenden que los cambios consisten en darle al pueblo una buena dosis de jarabe, para endulzar un poco la amargura de su vida. Mientras que los del extremo opuesto estriban los cambio en la fórmula sencilla de robarle a los ricos para darles a los pobres, siempre que, como dice el refrán, «el que parte y comparte, le toca la mejor parte». Hay incluso algunos que desean hacer los cambios poniendo bombas para volar en pedazos el orden establecido , para imponer la dictadora del proletariado, en que todos seremos iguales, como en esos regímenes marxistas, que pretenden distribuir la riqueza, pero que no hacen más que repartir pobreza.

Debemos tener presente, ante que todo, que el cambio por el cambio no es ningún remedio. Ni lo nuevo es bueno solo por serlo, ni todo los viejo es malo y desechable. Hay muchas estructuras, instituciones, costumbres y tradiciones, que vale la pena conservar. Hay muchas novedades que se proclaman como una solución, que han fracasado rotundamente en otros países.

Los cambios, si, tienen que realizarse, en todos los terrenos: en el moral, en el político, en el social, en el económico. Nuestros pueblos no pueden soportar por mucho tiempo la situación actual. Pero no debemos dejarnos arrastrar por las corrientes ideológicas que hoy predominan en el mundo: el capitalismo y el marxismo.

El capitalismo ha fracasado rotundamente, después de muchos años de práctica en darnos la solución ansiada. El marxismo ha demostrado también que es un remedio pero que la enfermedad, ya que, con su predominio, los pueblos no hacen más que cambiar de amo, empeorando su situación, porque, como dijeron los obispos chilenos, en vez de tener muchos patrones que pueden ser controlados por el estado, nos convertimos en esclavos de un solo patrón, poderoso y omnipotente, dueño de vidas y haciendas, que conculca los derechos más elementales de la persona humana.

Nuestros pueblos quieren cambios, si, pero sin caer en los extremos respetando los derechos de todos, procurando la promoción integral de todo el hombre y de todos los hombres, sin discriminaciones de ninguna clase.

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