La gracia, el don divino de la pascua que la Iglesia distribuye a los hombres.
HOMILIAS 1979
Homilía del 5o. domingo de Pascua
13 de mayo de 1979
Hechos 9, 26-31
1a. de Juan 3, 18-24
Juan 15, 1-8
Queridos hermanos:
Saludo al regresar de Roma
Yo siempre creo que lo mejor de un viaje es el retorno al hogar. Se aprende mucho, se viven experiencias nuevas, se enriquece la vida pero, sobre todo, cuando uno va como peregrino y como Pastor, todo ese enriquecimiento, todas esas experiencias las asimila en función de la casa que se le ha confiado. Trayendo, pues, a ustedes de Roma emociones nuevas, impresiones nuevas, mi retorno a ustedes es lo más grande de mi viaje y les agradezco que en esta Iglesia de El Rosario, convertida en un hogar donde estamos como en familia, me hayan dado una acogida tan calurosa que para mí es un nuevo motivo de estímulo para seguir conviviendo y compartiendo las alegrías y las tristezas, las preocupaciones, las tragedias, las angustias y las esperanzas de este pueblo que, juntos, vamos peregrinando.
Motivo principal
Como ya les dije al principio, el motivo principal de mi viaje a Roma fue atender una amable invitación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata, cuyo fundador el P. Francisco Coll Guitart, iba a ser beatificado hace 15 días, el domingo 29 de abril. Eran dos los nuevos hombres elevados al honor de los altares: Junto con el P. Coll estaba otro misionero francés, el P. Santiago Desiree Laval.
Acto principal: 29 de abril. Beatificación
La Basílica Vaticana, la más grande del mundo, era incapaz de abarcar aquella muchedumbre que tuvo que quedarse gran parte afuera y que aplaudía enardecida en el momento en que, después de cantar como lo hemos hecho hoy: «Señor ten piedad!», los postuladores de las causas de beatificación le pedían al Papa la gracia de proclamar, con su magisterio supremo de la Iglesia, que estos dos hombres merecían el honor de los altares y ser propuestos como modelo de virtud al pueblo cristiano de todo el universo. En respuesta, el Papa pronuncia las palabras que decretan la beatificación. Es un paso ya próximo a la canonización cuando un hombre es autorizado para recibir el culto de la Iglesia Universal. El P. Coll queda ya en ese proceso, cercano a la canonización. Esperamos verlo llegar muy pronto.
Cuando el Papa lee ese decreto de la beatificación, se descorre la cortina que cubre las imágenes de los dos nuevos beatos en la gloria de Bernini- que es como el fondo de la Basílica -una inmensa imagen de siete metros; en la proporción de la Basílica parece tan natural; queda descubierta y se ilumina ante la alegría de todos que siguiendo la invitación del Papa cantaban: – «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Y prosigue la misa, ya frente a dos nuevos santos que la humanidad ha podido ofrecer al Señor.
A pesar de todo lo hermoso de ésto y de las ceremonias que luego se sucedieron, yo quiero aquí compartir con los PP. Dominicos la alegría que traigo de haber estado en la casa generalicia, de haber estado en la Iglesia principal de los Dominios, Santa María de la Minerva, donde se tuvo una Misa solemne en honor del nuevo Beato: Y después en la Iglesia de los PP. Claretianos, ya que el P. Claret, fundador de los Misioneros del Corazón de María, tuvo gran amistad con el nuevo Beato.
Peregrinación por la cuna del Santo
Luego, pasando por España siempre en la misma peregrinación, visité los lugares donde nació y donde ejerció su ministerio sacerdotal Francisco Coll. Creo que termina esta peregrinación ahora aquí con todos ustedes, mis queridos hermanos, presididos por la comunidad de los PP. Dominicos y las Hermanas Dominicas de la Anunciata, que quieren así unirse en el fervor de esta Iglesia dedicada a la Virgen del Rosario y a su fundador, al honor que le tributan al nuevo Beato en todo el mundo ya que es una Congregación esparcida por muchos horizontes de nuestra geografía.
Urgencia de regresar: Noticias del país
Estando allá me llegaron las noticias de la triste situación de nuestra Patria. Y es penoso sentirse señalado fuera del país, como viviendo en un país donde la violencia parece como la respiración cotidiana. Se ven, allá fuera, versiones que aquí adentro no las podemos ver, se tienen impresiones más crueles de las que aquí mismo vemos; pero, a veces, la insensibilidad de Europa frente a América hace sentir el corazón más doloroso y sentirse uno de América Latina en Europa, como un misionero, como un despertador de la conciencia, de la fraternidad universal para pedir comprensión y amor para nuestras grandes problemáticas de América Latina.
En este sentido pude cumplir ese deber cuando me llamaron a una entrevista en Radio Vaticana, cuando tuve oportunidad de platicar con el mismo Santo Padre y con otros colaboradores suyos en el Gobierno Central de la Iglesia y en todo lo que fue ese viaje de peregrinación: No solamente con mi fe, sino también con mi gran amor al País para traer nueva fortaleza, nueva iluminación. ¡Cómo quisiera yo que al regresar, queridos hermanos, pudiera darles a todos ustedes ese optimismo, esa alegría, esa esperanza, esos aires nuevos que nuestra fe cristiana produce donde quiera que se va implantando!
La Palabra de hoy coincide con el mensaje de los dos nuevos «Beatos»
Por eso creo que el mensaje que vamos a sacar de la palabra de Dios puede prescindir de un viaje a Europa, de unas impresiones tan grandiosas como las que yo he vivido, porque tenemos siempre la fuente que alimenta aquella misma santidad y aquella misma grandeza del culto, de la liturgia, del Papa y de los obispos de todo el mundo, aquí en nuestro marco concreto de El Salvador. La Palabra de Dios se hace nuestra y el mensaje de Dios, que todos los domingos y todos los días se proclama desde el altar de la Iglesia, tiene que ser alimento de la vida.
Los dos son dos vidas, testimonio de la riqueza pascual
Me acuerdo cuando el Papa, describiendo la figura de los nuevos beatos, hablaba precisamente del Tiempo Pascual que hemos tratado de vivir desde la Cuaresma como preparación y, ahora, como ir recogiendo los valores que la Redención de Cristo nos ha dejado al morir el Señor en la cruz y al resucitar, ofreciéndonos una nueva vida, alegría, esperanza. El mundo se ilumina a pesar de sus tragedias y de sus dolores con esta esperanza y esta fe de la palabra de Dios, de nuestro creer y esperar en el Cristo que vive y no morirá jamás, y que tiene el poder para salvar a todos los pueblos. El Papa decía: «este mensaje de Pascua se hace más luminoso ahora, cuando podemos presentarlo encarnado en dos hombres de esta tierra y casi contemporáneos nuestros. Cristo sigue siendo el atractivo, desde su eternidad, para todos los hombres que quieren hacer el bien a sus hermanos».
Y empezó el Papa a iluminar la figura de los dos beatificados como grandes evangelizadores, como grandes catequistas, como hombres que en ambientes políticos, difíciles como los de nosotros, supieron ser superiores a toda desesperación; y, aún, como el P. Coll, teniendo que sufrir las consecuencias de la persecución que cerró los conventos dominicanos y tuvo que emigrar, llevar por el mundo -sin contar con la protección de un convento-, su vocación dominicana que lo hizo tan fecundo hasta producir esa obra maravillosa de la Congregación de las Religiosas Dominicas de la Anunciata que prolonga en el mundo su espíritu.
Por eso, volvamos a las páginas de la Biblia; abramos allí el mensaje que se nos ha leído hoy. En el domingo de hoy hay una frase que da el tema a nuestra. reflexión. Dice Cristo en el Evangelio: «Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos».
LA GRACIA, EL DON DIVINO DE LA PASCUA QUE LA IGLESIA DISTRIBUYE A LOS HOMBRES
1 ¿Qué es la gracia?
-a) Perdón del pecado. (Aspecto negativo. Quita de la vida del hombre lo que le separa de Dios.
-b) Comunión en la vida de Dios:
-por amor y por la verdad que él nos ha revelado. (Aspectos positivos).
2. Relación entre la Gracia y la Iglesia:
La Iglesia signo visible y administradora de la gracia.
1. ¿QUE ES LA GRACIA?
Tratemos de comprender que es la Gracia. Yo quisiera, queridos hermanos, y a los queridos periodistas que están aquí con nosotros, decirles que cuando lleven el mensaje de una de nuestras homilías no se fijen solamente en la iluminación que este mensaje da a la triste realidad de nuestro pueblo, porque entonces sí aparece como un discurso político. Que se fijen, ante todo, que lo principal de mi mensaje es la teología de la palabra de Dios. Que lo que venimos a reflexionar nuestros domingos a la Iglesia es la revelación en la palabra divina del Señor. Que esta mañana la curiosidad que alguno ha traído a ver qué dice el arzobispo acerca de las matanzas de la semana, no es eso lo principal. Las vamos a iluminar pero desde esta teología sublime de la trascendencia de la palabra de Dios. Por eso, aunque no hubiera descripciones de nuestras realidades, la palabra de Dios siempre será necesario reflexionarla y será como la base de nuestra vida cristiana.
Palabra sintética de un gran contenido teológico
Yo me fijo, por ejemplo, cuando pregunto hoy no por un capricho de nadie, sino porque la palabra de Dios nos sugiere hablar de la Gracia, ¿qué es la gracia? Es casi como una palabra sintética de un gran contenido teológico; es decir, recoge en esa palabra que la teología ha inventado la gracia, un conjunto de riquezas y valores que Cristo en su Evangelio ha ido regando, distribuyendo a manos llenas. La labor de la teología es sistematizar esa palabra que Cristo distribuye sin ninguna preocupación de hacer teología, sino como un Pastor bueno-como acaba de cantar el coro que reparte y da a su rebaño el alimento que necesita.
El Evangelio de hoy la comparación y síntesis más exacta: Vid y sarmiento.. (Los campos de Europa en primavera.. en verano…)
En el Evangelio de hoy nos ha aparecido la palabra gracia y, sin embargo, todo él es una definición de la gracia. Cuando Cristo compara: «Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El sarmiento lleva frutos si permanece unido a la vid, pero si es cortado de la vid, ya no recibe la savia de la cepa y se marchita y muere y no sirve más que para ser echado al fuego». ¿Qué es ésto en el lenguaje de Cristo? Una definición bellísima de la gracia.
He pasado por los campos de Europa precisamente hoy cuando comienza la primavera. Uno de los espectáculos más primorosos de la primavera que comienza son los viñedos que comienzan a retoñar. En Europa pasa el invierno frío como la muerte, ha dejado sin hojas la vegetación, entre ellos la vides. Los que cultivan las vides cortan toda la ramazón y dejan solamente la cepa, el tronquito. Esos tronquitos, esas cepas, están retoñando ahora. Vieran qué gusto da ver como que la vida comienza en aquella muerte y esas ramitas que ahora son tiernas, en mayo van creciendo y se van extendiendo y les ponen en qué apoyarse porque luego comienza a echar los racimos de uva. Allá por agosto, en lo que se distingue bien el calor del verano, comienzan a recoger los racimos de uva.
Entonces comprende uno la comparación de Cristo: Yo soy la cepa, Yo soy como el tronquito que está en la tierra sacando el jugo, la vid; las ramitas son ustedes y si permanecen unidos a esta cepa, comenzarán a producir los grandes racimos. Y mi Padre es el agricultor, él cortará esos racimos para que echen más, para que produzcan más. Permaneced unidos conmigo; si no permanecéis unidos conmigo, moriréis. «Sin Mí nada podéis hacer».
No se trata del hacer natural, hay muchos pecadores que están haciendo mucho. Todos los trabajos de la tierra se pueden hacer sin vivir en gracia de Dios; y hasta puede darse el caso que un profesional, un artista, un artesano sea buen profesional, buen artista y no se preocupe de vivir en gracia de Dios; pero todo lo que está produciendo es como una cepa arrancada, no circula por allí la vida de la vid; no está unido a Cristo y puede producir muchos frutos en la tierra, grandes organizaciones, pero no produce para la vida eterna. Cuando Cristo dice: «Sin Mí nada podéis hacer» se está refiriendo a ese quehacer que permanece para la vida eterna. Ese quehacer que cuando se trata de de un P. Coll o de los hombres que han sido beatificados, o aunque no hayan sido beatificados, cuántas de nuestras gentes -humildes mujercitas de nuestro campo, hombres honrados de nuestros pueblos- han vivido preocupados de permanecer unidos a Cristo; a la hora de la muerte son felices, sus manos están llenas de racimos, obras buenas para la vida eterna que nadie se las puede quitar. ¿De qué sirve pasar la vida únicamente para hacer dinero, únicamente para estar bien y estar subiendo políticamente, si cuando menos se piensa se corta la vida? y ¿qué queda de todo lo que aquí en la tierra se ha trabajado? Solamente queda esa unión con Dios.
a) El perdón de los pecados.
¿Qué es, pues, la gracia? En la palabra de hoy encuentro, en primer lugar, el perdón de los pecados. El gran milagro de la gracia, lo primero que hace, es convertir a un hombre que encontraba su placer, su gusto, en las cosas de la tierra, en los placeres del vicio de la carne, en la idolatría del dinero; no confiaba más que en la fuerza del poder político o en el dinero; pero llega un momento en que la verdad de Dios le descubre la vanidad de todas esas cosas y descubre la belleza de vivir unido a Cristo por la gracia, por el amor.
Es cuando dice Jesucristo, en el Evangelio de hoy, «vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado». Quiere decir que el mensaje que se predica limpia el pecado.
Si hay una alegría profunda para el que predica, es oir que en el corazón del hombre ha cambiado el aspecto de su vida. Y le puede decir Cristo: «Ya estás limpio por las palabras que te he mandado decir». Si yo predico, hermanos, no es buscando otra cosa más que la conversión. Cuando denunciamos crímenes e injusticias, nosotros no buscamos venganza, ni odios, sino que queremos la conversión del pecado. Cuántas veces hemos dicho ya que son muchas las veces que hemos tenido que denunciar manos manchadas de sangre, no para pedir venganza contra ellas, sino para obtener su conversión: ¡Lávense en el arrepentimiento, conviértanse al Señor! «Ya estáis limpios por las palabras que habéis oído». ¡Dichoso el hombre que escucha la palabra con sinceridad de conversión!
Esto es la gracia: Cuando el hombre siente que le han quitado de encima un peso enorme, el peso que le oprimía, el del pecado. Y lo queremos decir con palabras que la segunda lectura nos ha mencionado hoy, es «No amemos de palabras ni de boca sino con obras y según la verdad»; y nos ha hablado de tranquilizar la conciencia, de guardar los mandamientos, de hacer lo que Dios quiere. Todo ésto está en esta línea de la Gracia, de quitar el pecado del hombre. Todo ésto está en la línea de convertir y de poner la felicidad del hombre, que no la puede encontrar en la tierra ni en los bienes transitorios, más que en el amor y en la unidad con Jesucristo, cepa de vida eterna.
b) Comunión en el amor y en la verdad
Es también, digo, comunión en el amor y en la verdad. Si Cristo no hubiera hecho otra cosa más que quitar del corazón del hombre la pesada lápida del pecado, ya era bastante bienhechor; pero Cristo ha hecho algo más: La gracia de la Pascua. La gracia de la redención es algo positivo, no solamente es quitar el pecado, sino que es dar algo nuevo que el hombre no tenía, y son dos cosas: El amor y la verdad.
En la Palabra de hoy encontramos estos dos tesoros cuando Cristo habla: «Permaneced unidos conmigo. Permaneced en mi amor. Este es mi mandamiento»
¿Qué es un mandamiento?, dice la segunda lectura: Que amamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Que creamos en el nombre de Jesucristo y nos amemos como el Señor nos mandó. Aquí están los dos aspectos de la gracia. Como verdad, creer en lo que Cristo ha traído, creer en el nombre de «Jesús», es todo el contenido de ese nombre. Es decir «ese Cristo es Dios que ha veni
o a la tierra», es aceptar su Evangelio, es creer en todo lo que él ha hecho y ha predicado. Esta es la verdad suprema, la que nos hace verdaderamente libres y la que pone la base del verdadero amor; que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. No es un amor de romanticismo y de sentimentalismo, es un amor de obras y de verdad: Es un amor que despoja del egoísmo para compartir con nosotros la felicidad que se tiene; es un amor que tiene el valor y la audacia de perdonar hasta la mano que te hiere para decir como Cristo: «Padre, perdónalos, no saben lo que hacen»; es un amor que lleva a identificarse hasta con el más odioso; es un amor que no divide sino que une, que pone las bases de la verdadera paz.
Esto es la civilización del amor que los obispos en Puebla anhelan para toda América Latina. El amor no es débil. Muchos que han puesto su confianza en la violencia y en el odio y creen que así se va a componer la Sociedad, están ignorando que la fuerza no es el odio ni la violencia, eso es debilidad; la fuerza es el amor y si no hemos visto una transformación por amor es porque no hemos ensayado de verdad la fuerza del amor. Quisiéramos verla realizada sin poner nosotros el contributo de ese amor auténtico.
Amor y verdad
Cuando se habla también de libertad, la palabra es muy bonita y se ama mucho en nuestro tiempo, sin embargo, en la Encíclica nueva de Juan Pablo II quiere unir este concepto de la libertad, de los derechos del hombre, con el concepto de la verdad.
«Jesucristo -dice el Papa- sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: Las exigencias de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo se nos aparece como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia. Qué confirmación tan estupenda de lo que han dado y no cesan de dar aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestada hasta en condiciones de constricción exterior».
Entonces el Papa menciona como Cristo, en el curso de tantos siglos, comenzando por los apóstoles ha comparecido junto a hombres juzgados a causa de la verdad y ha ido a la muerte con hombres condenados a causa de la verdad. ¿Acaso cesa él de ser continuamente portavoz y abogado del hombre que vive en espíritu y en verdad? Sea ésta una palabra de aliento para que en un ambiente de mentira, de distorsión, de falsificación, sepamos que por allí no se respira la libertad. La Libertad tiene que ser esto que nos acaba de decir el Papa: «El producto de la verdad»; y Cristo irá con el hombre de la verdad, aún cuando sea llevado a los tribunales y aún como cuando frente a Poncio Pilato, le pregunta «¿qué es la verdad?». él dice: «Yo para eso he nacido, para dar testimonio de la verdad». Cristo acompaña a todas las víctimas de la verdad. Por eso la gracia es la verdad, comulgar con la verdad que el Señor nos ha revelado, comulgar sobre todo con el amor que Dios nos ha revelado en su Hijo Jesucristo.
«Mirad, dice el Evangelio, como ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su propio Hijo, para que el mundo sea salvo por él».
Y aquel Cristo, enviado por el Padre como testimonio del amor, nos dice todos los días y lo va a decir dentro de un momento en la Misa: «Tomad y comed, ésto es mi cuerpo, ésta es mi sangre que se derrama por vosotros. Yo soy el que me entrego por la vida de mis hermanos y a la gloria de mi Padre». ¡Esto es amor! Amor es darse, amor es entregarse sin reservas; amor es querer sin egoísmo, amor es no explotar sino servir, amor es todo eso que nos enseña la religión. Comulgar con el amor que Dios tuvo al mundo enviándonos a su Hijo, eso es la gracia.
Que nos amemos con Dios nos ha amado, éste es el mandato nuevo de la ley cristiana y ésta es la gracia. Por eso, cuando se trata de beatificar o canonizar a un hombre, es aquí donde se le examina: Su amor. El amor es la santidad y la medida de la santidad. Si un hombre sabe desprenderse de sí mismo y amar, es santo; si un hombre habla mucho de santidad pero no sabe amar, no es santo.
Miremos a la luz de esta verdad, en la que se nos examinará en la tarde de la vida, como dice el poeta San Juan de la Cruz: «En la tarde de la vida te examinarán sobre el amor», y si pasas este examen, te salvarás y serás santo en la medida en que apruebes. Ojalá que con una nota lujosa, con un buen diez de examen, pases el examen del amor. Pero si no te encuentran válido en el amor no entrarás en el reino de los cielos. El que odia, aunque sea luchando por reivindicaciones de la tierra, pero si odia, no está construyendo la verdadera libertad; el que hace violencias, porque cree más en la violencia que en el amor, no está construyendo la verdadera libertad -libertad de apariencia, como ha dicho el Papa-, sino libertad fundada en la verdad y en el amor. Esta es la comunión con el Señor que nos invita Cristo cuando dice: «Permaneced unidos como la vid y los sarmientos».
2. RELACION ENTRE LA CRACIA Y LA IGLESIA:
LA IGLESIA SIGNO VISIBLE Y ADMINISTRADORA DE LA GRACIA
Pablo sospechoso… su seguridad: Su vocación… y su comunión con la Iglesia.
Aquí quiero fijarme en la primera lectura. ¡Qué preciosa descripción de Pablo, perseguidor! Por eso era todavía sospechoso en las comunidades de la Iglesia. Llega a Jerusalén y no le tienen confianza, dice el libro de los Hechos. A pesar de que ya había hablado con Cristo, que ya había conversado del nombre del Señor con otros gentiles, fue a Jerusalén para confrontar con Pedro y los apóstoles; y sólo cuando ha confrontado su predicación y su doctrina con los pilares de la Iglesia, entonces ya lo admiten; es un «predicador», ya pertenece a la jerarquía del cristianismo, y desde allí todavía sufre la persecución que tiene que sufrir el verdadero predicador. Unos filósofos griegos hasta trataron de eliminarlo. Esta es la suerte de todo aquel que va predicando el hombre de Jesús: Trataron de eliminarlo, complotaron contra él; pero entonces los cristianos lo mandaron para otra parte. Huir no es cobardía cuando se puede hacer el bien en otro lado. Allá Pablo comienza a predicar la gran doctrina que lo ha hecho tan santo y tan famoso: La de la libertad en Cristo Nuestro Señor.
a) Iglesia jerárquica, institución…
Pero aquí tenemos dos cosas en la lectura de hoy: Una, conexión con lo jerárquico. Pablo, a pesar de que ya lleva en su corazón la vocación, ha visto a Cristo, les contó a los apóstoles como había platicado con el Cristo resucitado cuando lo derribó camino de Damasco. Sabe él que lo va predicando es Cristo que le ha hablado a él, sin embargo, necesita una confrontación con aquellos que Cristo ha puesto para ser los guardianes de la revelación; y sólo cuando esa vocación de Cristo se conecta con esta misión de los apóstoles, Pablo ya es un «apóstol», ya es un obispo, ya es un predicador de la Iglesia Cristiana. Esto necesitamos todos los que predicamos también: Una vocación en la que sentimos el llamamiento de Cristo. Pero no basta, sino una comprobación jerárquica que nos una al magisterio autorizado de la Iglesia.
Mi visita al Papa…
Esto lo acabo de vivir por mi parte con gran alegría cuando el lunes, de esta semana que acaba de pasar, el Santo Padre tuvo la bondad de recibirme en una audiencia privada. Ya lo había saludado el miércoles pasado cuando fuimos a la audiencia pública que llena toda la plaza de San Pedro y él invita a los obispos para que suban a su tribuna, a su tarima y desde allí impartir con él la bendición a todo el pueblo. Después saluda uno a uno; y cuando le dije mi nombre y mi cargo aquí en San Salvador, me dijo que esperaba poder platicar en privado. Me valió mucho esa palabra para poder, luego, pedir la audiencia que el Papa mismo me había insinuado; y el lunes, a medio día, tuve la dicha de estar conversando con el Papa, escuchar de sus labios mismos la consolación de decirme: «Ya comprendo que el ambiente en que usted tiene que llevar su pastoral es muy difícil, muy difícil.
Me dio, naturalmente, las orientaciones, los consejos que un Jefe Supremo de la Iglesia tiene que dar a un colaborador en una situación difícil también: «Mucha prudencia; mucho cuidado; pero también la audacia, la denuncia cuando se trata de casos muy graves. Tiene que hacerse también». La Iglesia tiene que cumplir ese deber de estar acompañando al pobre, de ser voz de los que no tiene voz; pero, precisamente, para no quemarse en esa misión, el Papa tiene la prudencia de aconsejar el cuidado de mantener siempre esa autoridad de la Iglesia. Y citó muchas veces, comparando con mis situación, su pastoral que él también tuvo que desarrollar. Me dijo: «En ambientes muy difíciles en Polonia, donde el Gobierno tampoco es un gran colaborador de la Iglesia, la Iglesia tiene que ir también sorteando las dificultades para llevar el mensaje de Cristo a los corazones».
Habló mucho de ustedes, queridos hermanos. Como el Papa trata de amar y de escuchar, a través de sus obispos, la voz de todo su pueblo! Un gesto que me quedó grabado para siempre es la atención con que Juan Pablo II escucha. Cuando terminaban sus frases y yo comenzaba a hablar, él se ponía todo atención, hasta físicamente se inclinaba para escuchar, como para comprender. Yo entiendo que él, que inesperadamente fue sacado del ambiente de Polonia para un cargo tan difícil como es el ser Pastor de todo el mundo, sin haber tenido antes experiencias de curias romanas, de trabajo universal, está ahora muy atento a escuchar los diversos horizontes del mundo para poder ser el Pastor de todos.
En conjunto, pues, este momento es que la Biblia hoy nos ha dicho: «Pablo subiendo a Jerusalén y hablando con Pedro…», se realizaba en mi pobre vida, también yendo a Roma y platicando con el nuevo Papa. Debió ser lo mismo que sacaba San Pablo: Tenemos que ir a sufrir, tenemos que ser mal interpretados, tenemos que enfrentarnos con audacia a situaciones muy difíciles, pero vamos unidos en esa comunión que nos conecta con aquel que ha sido puesto para ser la autenticidad de la doctrina que Cristo ha traído al mundo.
b) Iglesia, Pueblo de Dios
Pero hay otro polo, queridos hermanos, y quiero subrayar ésto: son ustedes. ¡Qué bonito termina la primera lectura de hoy!: «En tanto la Iglesia iba creciendo en fidelidad al señor, se iba extendiendo más bajo la fuerza del Espíritu».
Creánme, ahora cumplo el deber de decirles: Me ha sentido muy orgulloso de mi Arquidiócesis cuando he recorrido mundos tan diversos, porque por todas partes se habla de nosotros y se quiere conocer la experiencia de nuestra Iglesia. En Europa, cuando estaba junto a la tumba del P. Claret, allá en Vich, cerca de Barcelona, me recordaba un P. claretiano que el P. Claret- fue obispo en Santiago de Cuba y después pasó a España, allá murió y fundó la congregación de los Claretianos- tenía esta frase: «América es la viña nueva, Europa es la viña vieja». Y que ponía toda su ilusión y su esperanza en esta América a donde luego llegaron sus misioneros.
Y ahora que hablamos de la viña, de la vid y los sarmientos; y cuando nos dice el libro de los Hechos que la Iglesia del pueblo iba creciendo en fervor, en fidelidad al Señor, impulsada por la fuerza del Espíritu; yo creo, hermanos, que no hay el peligro, o si lo hay cuidémonos, que el Padre trató de desenmascarar en su discurso de Puebla: «Mucho cuidado, dijo el Papa cuando se habla de la Iglesia del pueblo, porque la podemos convertir en una democracia», como que si el pueblo es el que dispone y los ministros, los sacerdotes, tenemos que hacer lo que el pueblo diga: ¡No es eso!, si fuera así, un mal sentido de Iglesia.
Pero la Iglesia a la que me estoy refiriendo en la palabra de los Hechos de los Apóstoles, la Iglesia que crece en la fidelidad al Señor y en el impulso del Espíritu Santo, esta es nuestra Iglesia: Sacerdotes, religiosas laicos, comunidades de pueblos y cantones que tratan de alimentar su meditación en la palabra del Señor.
Yo que están creciendo en fidelidad al Señor. Y por eso les llamaría yo la atención, como el Papa lo hizo a los obispos en Puebla: Que cuando hay un gran peligro de convertir la Iglesia en un grupo político, sí la echamos a perder; pero cuando la Iglesia mantiene su fidelidad al Señor y su impulso del Espíritu Santo y desde esa luz ilumina y participa en las realidades políticas, entonces es la Iglesia que necesita nuestro tiempo.
No es una Iglesia que por mantenerse fiel al Señor y bajo el impulso del Espíritu tenga que renunciar a las realidades de la tierra. Eso sería una desencarnación, eso sí sería opio del pueblo, eso sí sería una religiosidad alíenante; y, por desgracia, hay muchos que piensan todavía en una piedad así, sin compromiso. Pero sepamos equilibrar este pueblo, sobre todo, ese pueblo nuestro tan angustiado, tan problematizado, tan necesitado de reivindicaciones justas. Tiene que encontrar en el fermento del evangelio y de sus cristianos la fuerza que lo transforme; pero lo transformará el cristiano que se mete en política en la medida en que sea fiel al Señor y se mantenga bajo el impulso del Espíritu Santo. En su propia vocación, cada hombre tiene que ser un mensajero del Espíritu y del Señor para transformar la Sociedad en que vive.
¡Esta es la Iglesia que yo sueño!, esta la Arquidiócesis que yo le pido al Señor!: Un pueblo que vaya creciendo en la fidelidad al Señor y que se deja llevar por el impulso del Espíritu Santo. La Iglesia no quiere ser una fuerza de oposición política; ¡jamás!. Jamás lo he dicho, ni seré. ¡La Iglesia no quiere ser un partido más de subversión, no lo será nunca, no lo puede ser!. Si la Iglesia subvierte, si las inquieta, si la Iglesia es tildada de marxista, de política, de comunista, que eso quede solamente en el campo de la calumnia por parte de aquellos que no resisten que haya una Iglesia que desde la fidelidad al Señor y desde el impulso del Espíritu, denuncia todas las injusticias que se cometen en cualquier sector de la humanidad, Esta es la Iglesia que tenemos que construir, queridos hermanos.
Yo les invito, todos los domingos, a que construyamos esta verdadera Iglesia de fidelidad al Señor y a dejarse llevar por el impulso del Espíritu Santo. Por eso digo que la Iglesia, que es ese pueblo de Dios, nos dá también a los Pastores la garantía de estar proclamando la verdadera fe que Cristo nos ha revelado; por eso, desde esta perspectiva de la Iglesia, miremos las perspectivas del mundo.
HECHOS ECLESIALES
En primer lugar, esta comunidad que trata de ser fiel al Señor y con la cual es mi gran responsabilidad de Pastor, yo la siento casi palpable esta mañana, en esta misa, en que la Arquidiócesis se une a la alegría de las Hermanas Dominicas y de los Padres Dominicos ya que el P. Coll vestía, el hábito dominico. Era un dominico, un hijo de Santo Domingo de Guzmán, y el espíritu de Santo Domingo lo irradió y lo heredó a esta comunidad de las Dominicas de la Anunciata. Cuando ellos, los Padres y las Religiosas, bajo esta inspiración están haciendo tantas obras entre nosotros, toda la Arquidiócesis se alegra como se alegra con los diversos carismas de las diversas congregaciones, de las diversas parroquias y comunidades; ya que entre todos le damos la riqueza espiritual y verdadera de nuestra Iglesia.
A este propósito, me alegro con una c