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El Divino Salvador personalmente presente en nuestra eucaristía
HOMILIAS 1979

20º domingo del Tiempo Ordinario

19 de agosto de 1979

Lecturas:

Proverbios: 9, 1-6

Efesios: 5, 15-20

Juan: 6, 51-59

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, queridos hermanos todos:

-¿Por qué otra vez misa en la Iglesia de El Rosario?
De nuevo pedimos la hospitalidad de los padres dominicos en esta Iglesia de El Rosario para celebrar nuestra eucaristía dominical, y les agradecemos ya que nuestra Catedral continúa ocupada por obreros en una huelga de hambre. Aqui en El Rosario encuentran ustedes también algo especial: una concelebración, es decir, varios sacerdotes rodeando al obispo para celebrar una eucaristía más solemne. Ya explicaba al principio que un grupo de sacerdotes por iniciativa propia, en apoyo con otras comunidades religiosas y cristianas en general, han querido promover unas jornadas de intensa oración y ayuno. Fuerzas espirituales que la Iglesia tiene para momentos muy graves de la vida cristiana. Al final, un sacerdote explicará de qué se trata.

-Diferencia entre la ocupación de Catedral y la acción sacerdotal que ha promovido esta vigilia de oración y ayuno aqui en El Rosario
Pero sí quisiera que distinguieran, y muy claramente, que una cosa es la ocupación de Catedral, donde no podemos celebrar nuestra liturgia, y otra cosa es esta reunión cristiana en la Iglesia de El Rosario, donde se unen con el obispo para celebrar la eucaristía; y sentir de allí, precisamente, la fuerza y el alimento, la inspiración, para que el lenguaje que ellos quieren expresar sea comprendido por la Iglesia, sobre todo, y desde la Iglesia, al mundo. Porque la Iglesia está en medio del mundo precisamente para continuar la misión de Jesucristo, que tuvo que vivir y actuar en servicio del mundo, obediente a la misión que su Padre le envió.

-Agradecimiento por felicitaciones de cumpleaños
Quiero agradecer solemnemente las diversas manifestaciones de simpatía y solidaridad que me brindaron con motivo de mi pasado cumpleaños. Créanme que me han dado una nueva riqueza a mi espíritu: en los testimonios de solidaridad, de felicitaciones y, sobre todo, aquellos mensajes que venían ofreciéndome sus dolores, su enfermedad, sus sufrimientos. Que riqueza siento yo cuando le dá a uno un enfermo, un paralítico, alguien que sufre, el sentido de oración unido con su pastor. Recibí una carta muy bonita que me dice: “Yo siento que junto con usted, estamos salvando al pueblo, salvando almas para la eternidad”. De estos testimonios abundan muchos. Lo mismo agradezco la misa celebrada con sacerdotes, religiosas y fieles en la Iglesia de San José de la Montaña y la que celebramos en Chalatenango, expresión de comunidades que comprenden que una Iglesia encuentra en su obispo el signo de la unidad, del magisterio, de la verdad, de la misión que tiene que predicar en el mundo. Todo ésto para mí significa no una felicitación de carácter personal, sino una vivencia muy rica de Iglesia que me lleva a la alegría de sentir que nuestra Arquidiócesis va madurado, cada vez más, en su sentido de Iglesia. Por eso, que el Señor les pague tantas demostraciones más que de simpatía, de fe verdaderamente eclesial.

-Evangelio de San Juan: eclesial… sacramental
Buscando en las lecturas de hoy, cabalmente esta fuerza de unidad, esa inspiración que nuestro Señor quiso darle a su Iglesia, quiero recordarles que desde cuatro domingos venimos leyendo como evangelio el capítulo sexto de San Juan. San Juan es el evangelio más eclesial, más sacramental; no se puede entender todo lo que él dice acerca de Cristo si no lo vemos a través de la comunidad Iglesia, si no nos lleva a la vida sacramental.

-Capítulo VI: ilumina la figura del Divino Salvador
En un evangelio -sobre todo en este capítulo sexto- riquísimo para conocer la relación que existe entre el Divino Salvador y nuestra Iglesia. Por eso, desde hace cuatro domingo, le decía yo, que consideramos estas tres lecturas dominicales como un verdadero regalo providencial para iluminar mejor la figura de nuestro Divino Patrono. Asi ha resultado que los domingos de agosto han sido todos, los cuatro, un homenaje espléndido desde la palabra de San Juan, al divino patrono de nuestro país, al Divino Salvador del Mundo.

-Signo de la multiplicación de los panes
Todo arranca de un milagro de Cristo: la multiplicación de los panes. Pero San Juan, el hombre del signo, no sólo quiere ver la alegría de unos cinco mil hombres saciados de pan. Cristo les reprocha: “No me busquen por el pan que perece, busquen el pan que dá la vida eterna”. Y todo el cuarto evangelio, en su capítulo sexto, es una bella explicación de ese pan de la vida eterna.

-Bienes de la redención en Cristo
En el signo de la multiplicación de los panes, encontramos, según San Juan, los bienes de la redención. Todo lo rico que Cristo ha traído al venir a morir por nosotros y resucitar y ofrecernos una nueva vida, está simbolizado en ese pan.

-La verdadera liberación y promoción
En él está la verdadera liberación, la verdadera promoción del hombre. No trabajemos -dice Cristo- sólo por el pan que perece; no luchemos las luchas reivindicativas solamente por las liberaciones de la tierra. Todo eso está bueno y es necesario, pero si todo termina allí, hemos dicho mil veces, son liberaciones truncas. El servicio que Cristo y su Iglesia nos dá a los esfuerzos de liberación de las esclavitudes de la tierra, es elevar esos esfuerzos hasta la liberación que Cristo, el verdadero Salvador del Mundo, nos está ofreciendo: liberación del pecado, ante todo.

Ningún hombre que está todavía esclavizado al pecado, puede hablar de liberación. El es el primer necesitado de liberarse del odio, de la venganza, de la violencia injusta, de todo aquello que atropella. Es necesaria la liberación del pecado y promover -con la promoción de Cristo- no simplemente a un pueblo libre, sino a la libertad auténtica, a la dignidad de los hijos de Dios aquellos derechos humanos donde, sublimados, nos dicen de verdad que el hombre es imagen y semejanza de Dios. Por más dichoso, libre y digno que se crea un hombre en esta tierra, pero sin fe para promoverse a la altura de aquel cielo donde seremos ciudadanos de Dios para siempre, será una promoción mutilada, sin un sentido trascendente.

Por eso, el cuarto evangelio nos está ofreciendo en el símbolo del pan la verdadera liberación que arranca del pecado y la verdadera promoción que llega hasta la altura de hacernos hijos de Dios y ciudadanos de la eternidad junto a nuestro Padre Dios.

Culmina hoy revelándonos su presencia eucarística
Hoy, el pasaje que se ha leído, culmina con la revelación maravillosa de la eucaristía. Yo quisiera, queridos hermanos, que ilumináramos hoy nuestra presencia de cada domingo en la palabra que se ha leído. No vengamos a misa por curiosidad o por tendencias políticas, por fines meramente humanos, que nos quedaremos desilusionado. La misa no responde a esas curiosidades. Si venimos a misa, sea como Cristo decía: “No me busquéis por el pan que perece; buscad el pan de la vida eterna”. Yo quisiera que al terminar mi meditación sobre esta palabra del Señor, ustedes y yo, nos sintiéramos más cristianos, más agradecidos con Cristo que nos ha dado la misa de cada domingo, la eucaristía que nos alimenta en el peregrinar. Me da tristeza que mucha gente no siente cariño por la misa, porque no conoce la eucaristía ni el don de Dios.

Cristo comienza hoy su evangelio con la gran revelación: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo”. Nos damos cuenta, hermanos, que hay una presencia de Cristo en persona, cuando venimos a misa; que aunque no le veamos su cara, como nos vemos nuestras caras, él es el principal. Pero así, personalmente aqui presente: Jesucristo. Por eso quiero titular mi homilía sacando de la palabra de Dios el gran argumento de su presencia:

EL DIVINO SALVADOR PERSONALMENTE PRESENTE EN NUESTRA EUCARISTIA

Este es el título que yo quisiera que nos grabáramos bien hondo y lo viviéramos de verdad. El Divino Salvador no es una imagen que sacamos en las procesiones del 5 de agosto. Muchos se ríen de nuestra fe en las imágenes. Si la imagen -ya sabemos- es de madera, es algo material, un retrato que nos refleja. Pero si alguien se remonta a la realidad de un Cristo que vive entre nosotros, no en un retrato, en una imagen de palo, sino en su persona misma aquí presente, entonces sí es una religión que vale la pena seguirla porque allí encontramos al Salvador Divino en persona.

1. Nuestra Iglesia, signo sacramental de la salvación de los hombres

2. La Eucaristía, signo de la presencia personal de Cristo

3. Los hombres, frente a este signo de contradicción. (O la aceptamos o lo rechazamos; y, entonces, o vamos con Cristo o vamos sin Cristo)

1. NUESTRA IGLESIA, SIGNO SACRAMENTAL DE LA SALVACION DE LOS HOMBRES

a) Profecía de los bienes mesiánicos bajo el signo de un palacio y un festín Ya en la primera lectura de hoy se presagia una Iglesia que será signo de la sabiduría de Dios. La sabiduría se ha construido una casa con siete columnas, ha preparado un banquete. La figura del banquete, del edificio, de la alegría y de la magnificencia de un festín es lenguaje de los profetas. Y asi Cristo no podía prescindir, también, de esa comparación. Y precisamente el signo que hoy aprovecha San Juan es la alegría de comer pan.

-El evangelio usa la misma comparación en parábolas del reino
Cuántas veces lo que hoy la primera lectura pone en labios del que construyó el edificio y preparó el banquete mandando a sus sirvientas a llamar a todos los hombres, aparece en el evangelio en las preciosas parábolas del reino. El reino es un festín y el que ha preparado el festín manda a llamar a todas las encrucijadas de la historia: “Vengan, que ya he preparado este vino que yo he mezclado, esta riqueza que yo quiero obsequiar a todos mis invitados”. ¡Qué hermoso esto de que cada domingo que venimos, somos invitados a un festín!

b) El Concilio Vaticano II llama a la Iglesia “Sacramento universal de salvación”
Porque en ella están todos los medios que el Divino Salvador ha querido poner para que los hombres seamos salvos. Hombres y pueblos tienen que escuchar aquello que dice San Pablo: “No se ha dado otro nombre en el cual los hombres puedan ser salvos, fuera del nombre de Jesús. Sólo en él hay liberación, sólo en él hay salvación”. Y quiso representar Cristo toda esta riqueza en la Iglesia convocada como un festín. En ella está presente el Divino Salvador con todos los medios de salvación.

No quiere decir que sólo los que estamos en la Iglesia Católica nos podemos salvar. Tengamos muy en cuenta esto: fuera de la Iglesia hay también muchos caminos de salvación, pero lo cierto es que en la Iglesia auténticamente fundada por Cristo y depositada sobre los apóstoles es donde Cristo dejó los medios completos, absolutos, llenos de la salvación. Muchos no los aprovecharán, muchos viviendo en esta Iglesia, festín de Dios, prefieren apoyarse en los ídolos del mundo. Y de esos, dice el Concilio: “Están en el cuerpo de la Iglesia, pero no están en el corazón de la Iglesia”. Así como al revés, aquellos que no han conocido la Iglesia Católica, pero quieren salvarse según su religión, “están en el corazón de la Iglesia, aunque no estén en el cuerpo de la Iglesia”. Es mucho mejor ser del corazón, pero mucho mejor es ser del corazón y del cuerpo de la Iglesia. Un buen católico que sabe que en su Iglesia Dios ha dejado todos los medios maravillosos de la salvación tiene que aprovecharla y vivir de esa riqueza que el Señor ha puesto tan a nuestra mano.

-Porque nos comunica la salvación por los siete sacramentos
Desde el catecismo aprendimos que la Iglesia tiene siete sacramentos. Iglesia sacramental, ella misma es sacramento universal de salvación. Pero ¿por qué? Porque en ella Cristo actúa mediante los sacramentos que no los administra un hombres, sea obispo o sacerdote. El obispo y el sacerdote no somos más que humildes instrumentos del Dios que verdaderamente bautiza, perdona, alimenta. Tengamos muy en cuenta ésto, porque muchas veces en la administración de los sacramentos nos llevamos de un personalismo, como si el padre tal, sí hiciera buenos sacramentos y el padre tal no hace buenos sacramentos. ¡Si no depende esto de la santidad o de la maldad de un sacerdote!

Decía aquel gran escritor Manzoni, italiano: “Cuando yo me arrodillo a pedir perdón de mis pecados ante un sacerdote, no me importa saber si él, tal vez, está más necesitado que yo de perdón. Puede ser un gran pecador, pero en el momento en que me dice: Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, yo estoy absuelto. No por él, no es él el que me perdona, sino Dios por medio de él”. Y escribía un protestante ya convertido: “Que engañado estaba; yo pensé que los sacramentos eran como estorbos entre Cristo y yo. Y yo, que quiero salvarme por mi fe en Cristo, rechacé los sacramentos para entenderme directamente con Cristo. Pero ahora que he reflexionado, miro que no hay tal mampara entre Cristo y yo, sino que los sacramentos son acciones del mismo Cristo. Que cuando yo voy a decir mis pecados a un sacerdote, no es a él que se los estoy diciendo, sino a Cristo, que está en él y que a través de sus labios me va a decir: Yo te perdono. Y que la mano del sacerdote que bautiza no es él el que le quitará el pecado original, sino la virtud de la redención de Cristo que mandó a ese hombre; id y bautizad en el nombre -no tuyo- sino de Dios”.

-Los siete sacramentos
Así, hermanos, sería aqui la oportunidad de hacer un recorrido por los sacramentos, pero creo que todos ustedes los conocen: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de los enfermos y los dos grandes sacramentos sociales, sacerdocio y matrimonio. Son siete canales por donde el Redentor Divino, por medio de su Iglesia sacramental, está salvando a los hombres, a la sociedad, santificando el amor del hombre y de la mujer en el hogar fecundo o la misión del sacerdote que por vocación se metió a este papel tan difícil de continuar la misión de Jesucristo, la redención de los hombres.

-Los sacramentos son signos de la pertenencia a la Iglesia
Gracias a los sacramentos nosotros disfrutamos los bienes de la redención, más aún, hemos de estar con los que dice el Papa Pablo VI: “que para significar mi pertenencia a la Iglesia, tengo que manifestarla por los sacramentos”. Nadie puede decir: “Yo soy católico pero yo no necesito confesarme”. Es que esos signos, los sacramentos, son signos, son las señales de tu pertenencia a Cristo. De tal manera que no puedes decir que perteneces a la Iglesia, si desprecias estos signos de su pertenencia. La Iglesia pues, es la continuadora y la depositaria de todos los medios de la salvación que Cristo ha dejado en ella.

2. LA EUCARISTIA ES EL SIGNO DE LA PRESENCIA PERSONAL DE CRISTO

San Juan completa el relato de los sinópticos, y nos describe la presencia de Cristo en la eucaristía

Fíjense bien, que en los otros sacramentos no está Cristo en persona. En el bautismo sólo está la virtud redentora de Cristo que por medio del sacerdote, de la Iglesia, perdona el pecado original de aquel niño y lo incorpora a hacerse hijo de Dios, pero no está personalmente Cristo en el bautismo. Lo mismo en la confirmación, donde el obispo impone las manos un unge con el sagrado crisma la frente del cristiano, no está Cristo personalmente presente, sino que por su virtud, por medio del obispo, le dá el Espíritu Santo de la confirmación. Lo mismo en la penitencia no está Cristo personalmente presente, sino virtualmente perdonando a través del sacerdote. En la unción de enfermos también es una presencia virtual, es decir, la virtud, el poder de Cristo está allí, pero no él en persona. Y en el sacramento del matrimonio y de la ordenación sacerdotal, también los dos que se casan, son ministros, presencia de Cristo, pero representando la bendición de su amor; y en el sacerdote tampoco va Cristo personalmente. Pero hay un sacramento donde sí está personalmente, y es éste que estamos estudiando esta mañana: “El pan que
o daré es mi carne para la vida del mundo”.

a) Se afirma su presencia
Ante todo aquí, hermanos, en las palabras del evangelio de hoy se afirma una presencia personal, la palabra que acabo de citar: “El pan que yo daré es mi carne”. El domingo pasado expliqué qué significaba carne, es decir, el hombre, la persona. Cuando Cristo dice, “El pan que yo les estoy anunciando es mi persona; yo mismo estoy en ese pan de vida eterna”, y cuando los judíos dudaban “¿Quién se puede comer esa carne y beber esa sangre?”, Cristo, que sabe que le han entendido bien, que se trata de El como carne y sangre, no se retracta sino que se afirma. “Así como lo han entendido, así es. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna”.

-Cuando la entienden mal, Cristo corrige: el renacer a Nicodemus
Que distinto cuando Nicodemo le entendió a Cristo mal y Cristo lo corrigió. Cristo le dice: “Si no renaces de nuevo, no podrás entrar en el Reino de Dios”. Nicodemo entiende al pie de la letra: “¿Cómo va un hombre a hacerse chiquito y meterse otra vez en el seno de una mujer para nacer?” Cristo dice: “No, no es así como te quiero decir; renacer quiere decir bautizarse, renovarse el hombre”.

-El agua que no dá más sed a la samaritana
Cuando la samaritana también oye que Cristo le dice: “El que toma de esa agua vuelve a tener sed, pero el que toma del agua que yo daré no tendrá sed jamás”. La samaritana entiende al pie de la letra y le dice: “Dame de esa agua para que no esté viniendo al pozo a sacar todos los días”. Y Cristo la corrige; “No se trata del agua de este pozo, se trata del agua de la gracia, de la vida eterna, el don de Dios que salta hasta la vida eterna”. Quiero decir, que cuando el evangelio nos presenta a Cristo afirmando algo y que se le entiende mal, él lo corrige.

-Cuando se le entiende como él quiere decir, aunque sea un misterio que el hombre no comprende, lo reafirma y lo precisa
El caso de su pan, que es su carne y que su carne es comida y así lo han entendido, así lo ratifica: “Sí, yo daré mi carne, mi sangre, hay que beberla para tener vida eterna”.

El Concilio de Trento precisó esta presencia: verdaderamente-realmente substancialmente.

Por eso -El Concilio de Trento puso estas tres palabras en la presencia de Cristo frente a los enemigos de la eucaristía. Los que dicen que ¿cómo va a estar Cristo en persona presente en ese pedacito de pan y en ese vino?, el Concilio, inspirándose en estas palabras del evangelio, dicen: “Cristo está verdaderamente presente, realmente presente, substancialmente presente”. Son tres matices de una presencia personal que responden a las objeciones de los que dicen: Puede estar pero sólo en un signo: “Tomad y comed, esto significa mi cuerpo”. No es así. Verdaderamente, es decir, esto es mi cuerpo, realmente en realidad y substancialmente. Esto es lo que hay que entender bien. No vamos a entender un comer a Cristo como antropófagos, no se trata de eso.

b) Cristo precisa en qué forma está la carne que ofrece presente
Ahí sí, Cristo aclara: es mi carne, pero hay que entender que carne soy yo, en las condiciones que yo aclaro en este discurso de Cafarnáun.

-Es su carne que dá la vida al mundo
Primero, carne ofrecida en la cruz, este es el pan para la vida del mundo. Es una expresión de Cristo dando su vida por el mundo. “La carne no aprovecha para nada -decía Cristo-, lo que aprovecha es el espíritu que anima esa carne”. Y la carne que Cristo está ofreciendo es su vida del mundo, la que reconcilió a los hombres con Dios, es decir, como nosotros vamos a decirlo dentro de poco en la Eucaristía: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Esa es la carne personal de Cristo en la Eucaristía, un Cristo que murió entre dolores, acribillando su sangre y su carne. “La sangre que se derrama para perdón de vuestros pecados”. Esta carne y esta sangre es la que se recoge en nuestra misa y la presencia personal de Cristo es el momento culminante de la redención.

-Otra cosa maravillosa es la vida de Cristo unida a la vida del Padre. “Yo vivo por el Padre y todo aquel que me come, vive por mí”. Es decir, una corriente de vida. Yo no soy más que el Dios hecho hombre. Y yo voy a inventar un modo de esta carne de hombre, darla en alimento pero porque trae vida de Dios. El que se alimenta de este cuerpo y de esta sangre bajo especie de pan, come no una carne simplemente humana sino la carne del Hijo del Hombre donde se conjuga lo humano y lo divino, donde Dios se hace vianda, alimento para los hombres.

No olvidemos estas dos condiciones: el Cristo ofreciendo su carne en la cruz y el Cristo unido en intimidad divina con el padre. Esa es la carne que se dá y que hay que comer. Esa es la carne de la eucaristía. Esa es la presencia personal de Cristo. No está sólo su virtud, está personalmente su carne así como la acaba de describir él: unida al sacrificio de la cruz que salva al mundo y unida a la vida eterna del Padre. Sólo, podría asegurar cosas tan inauditas: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna, el que no come mi carne ni bebe mi sangre, no tiene vida en sí”.

c) La presencia de Cristo, también se indica por los efectos. ¡Que efectos más maravillosos nos presenta Cristo en el discurso de hoy!

“Vivirá para siempre… no como el maná… sacramento escatológico Vuestros padres comieron el maná, era un pan misterioso, pero el maná saciaba el hambre del estómago de cada día y los que comieron el maná murieron. Pero el que come de este pan no morirá, tendrá vida eterna. El efecto de la eucaristía es hacernos inmortales, hacernos partícipes de la misma vida de Dios que no parece, de la vida de Cristo resucitado, ¡que una vez resucitado ya no puede morir! -dice la Sagrada Biblia. Lo cual quiere decir, queridos hermanos, que el sacramento de la eucaristía es el sacramento de lo escatológico. Ya lo hemos explicado muchas veces. Lo definitivo de la historia, hacia donde marchan los ríos de los hombres, el mar donde vamos a desembocar todos, se llama lo escatológico, lo último, el fin. Cristo ya nos trae, en la presencia de su eucaristía, el mensaje; no sólo el mensaje, la realidad en su propia carne para aquel que comulga. Aquel que viene a misa el domingo, aquel que se postra ante el sagrario, está captando lo escatológico; ya está ante la eternidad, ya está saboreando la vida de Dios.

-Otro efecto que aparece en la palabra de Cristo, hoy: “Habita en mí y yo en él”… sobrenaturaliza la vida identificándonos con él.
Que cosa más inaudita: “el que me come habita en mí y yo en él”. Piénselo, los que van a comulgar esta mañana, que momento más divino: “Cristo habita en tí, y tú habitas en él”. Es decir, hay una compenetración que puede llegar a decir como San Pablo: “Ya no vivo yo sino que es Cristo que vive en mí”.

Esta transformación que lejos de comprenderla cuando no se tiene fe, pero cuando se tiene fe, hermanos, sucede lo que yo vi ayer en dos comunidades religiosas. Allá en Usulután, las hermanas franciscanas lo primero que me fueron a enseñar: “Mire como nos ha quedado nuestra casita arreglada, casita pobre pero arreglada. Pero mire la capillita, lo más bonito de la casa”. Donde había antes un salón de belleza, allí han levantado el sagrario a todo lujo, porque para la comunidad no hay cosa más linda que el sagrario donde Cristo habita con la religiosas y las religiosas habitan con él. -Y anoche cuando fui a celebrar al Buen Pastor el novenario de la Madre María Mercedes, muerta hace nueve días, también el sagrario, lo principal, ¡Ah!, ¡cuando se comprende lo que es la hostia consagrada como que quisiéramos un cielo para ponerla! Dá lástima pensar en las iglesias abandonadas, en los sagrados polvosos, sin flores o con flores marchitas. Que poca fe indica una iglesia donde no se estima la vida eucarística.

Cuentan que cuando unos turistas u hombres de ciencia visitaron la isla de Molokai donde el Padre Damián vivía con los leprosos -él que le pidió a Dios ser leproso para quedarse con ellos, porque su superior lo iba a mandar ya fuera y dice: No, déjenme. Y le pidió a Dios la gracia de la lepra. Un día levantando la hostia consagrada miró en su mano la señal de la lepra y desde ese momento su palabra con los leprosos era: “nosotros los leprosos”. Se identificó tanto con ellos, que lo sentían como el hermano- le ofrecieron apoyo. ¿Cuantos dólares necesitaría?, le preguntaron. Dijo “¿Por dólares?, ni un minuto más. Si yo estoy aquí, es por él, por el amor a Jesucristo”. Lo que le daba fuerza al Padre Damián, lo que le dá fuerza a todos los misioneros, a todas las religiosas, a todos los sacerdotes, lo que le dá vida a la comunidad eclesial de base, lo que hace el centro de la parroquia, es el pan de vida eterna”. El que me come, se alimenta de vida eterna. Yo estoy con él y él está conmigo”.

No comprenderán esto, hermanos, los que no han vivido la experiencia de la eucaristía. Y asi se explica que las comunidades cristianas sean calumniadas, mal informadas; no conciben la locura de unos hombres y unas mujeres exponiéndose hasta morir, si no es pensado en que hay un sentido subversivo, revolucionario, en el corazón. No, hay una fuerza más grande que todas las revoluciones, el amor del hombre y de la comunidad que ha descubierto el tesoro que hoy nos está revelando Jesucristo: su presencia viva y vivificante, su eucaristía.

Quisiera, les decía yo, que a la luz de estas cosas presenciáramos nuestra misa dominical. Con qué gusto vendríamos si es que no me voy a encontrar allí con el obispo tal o con el sacerdote tal, sino que voy a encontrarme a través de él, con Cristo, la vida eterna. Voy a comulgar y lo voy a adorar y voy a sentir que él está en mí y yo en él, y voy a sacar fuerzas para mi semana, y mi vida de familia será más santa, más suave, más dulce, más amorosa porque me alimenta el amor de Jesucristo. Será más sacrificado y trabajaré mejor y cumpliré mejor mis deberes. ¿Ven como la eucaristía verdaderamente es el pan que dá la vida al mundo?

3. LOS HOMBRES FRENTE A ESTE SIGNO DE CONTRADICCION

Los hombres frente a este signo de la eucaristía, podíamos decir de la hostia consagrada: signo de contradicción. Lo aman unos hasta la locura y otros lo desprecian hasta el odio o no le hacen caso porque no tienen fe.

-En las lecturas de hoy encontramos, en las tres lecturas, catalogados los hombres precisamente por su posición frente a la sabiduría de Dios que se encarna en Cristo.
Así podemos decir con la primera lectura, los inexpertos, los falsos de juicio, aquellos que rechazan la obra de la sabiduría. Y por otra parte, los prudentes, los que se alimentan de la ciencia de Dios, los que a pesar de ser, tal vez, menos inteligentes según el mundo, pero tienen la sabiduría de Dios que se dá en la santa Eucaristía donde Cristo está presente.

En la segunda lectura San Pablo presenta una categoría de hombres insensatos, aturdidos, borrachos, libertinos. No seáis así, dice San Pablo, sino la otra clase, sensatos, cumplidores de lo que Dios quiere; dejándose llenar del espíritu y haciendo de la vida una liturgia alegre: “Cantad cánticos al Señor, dadle gracias en todo momento”, ¡Ah, la vida que hermosa se convierte cuando la ilumina la fe y cuando uno sabe que su cuerpo sano o enfermo, unido a una hostia consagrada que se recibe en la comunión, es una vida y un cuerpo que se hace hostia! Todos los actos de nuestra vida, todos los deberes que cumplimos, todos los sacrificios que hacemos, todo se convierte en Cristo crucificado, la carne que salva al mundo; y yo le estoy aportando mi sacrificio, mi pequeña hostia, mi pequeña gotita de agua en el cáliz de vino que se convierte todo él. Donde ya no se distingue la gotita de agua y el cáliz de vino, sino que sólo se percibe la sangre que se derrama para la salvación del mundo. Entonces, la vida de los hombres se hace liturgia; todos somos sacerdotes cualquiera que sea nuestro oficio cuando lo hacemos unido con el Señor.

-Cristo Nuestro Señor también aparece hoy distinguiendo a los hombres frente a su gran promesa, los que dudan de él o los que lo entienden tan materialmente que casi lo hacen un antropófago. No es así como Cristo quiere entender, es un lenguaje tan delicado que no lo entiende el ambiente burdo del mundo donde la carne sólo se entiende carne para el placer, carne para la explotación, carne para la soberbia, para el orgullo, carne idolatrando ídolos de la tierra. Esta carne claro que Cristo no la dá. Pero la carne divinizada en el sacrificio de la cruz y unida con Dios en el misterio de la encarnación, esa carne sí es divina y esa es la que el Señor nos ofrece y la que entienden los que tienen fe, pero no la entienden los que han perdido la fe o no la tienen. Quisiera que a la luz de esta reflexión, analizáramos a que clase de hombres pertenecemos.

NOTAS DE NUESTRA IGLESIA

Quiero presentarles, en primer lugar, la serie de hechos como acostumbramos dentro de nuestra Iglesia, y ojalá que en la Iglesia todos tuviéramos una locura santa por la eucaristía.

Pero eso, en primer lugar me refiero a los queridos sacerdotes. ¿Han pensado, hermanos, que el sacramento de la eucaristía nació gemelo con el sacramento de nuestro sacerdocio? Para mantener ese tesoro de pan de vida que dá la vida al mundo, Cristo inventó la misma noche el sacerdocio comunicado a los hombres. El, el Eterno Sacerdote, celebró la primera misa y repartió la primera comunión, pero luego les dijo a los hombres apóstoles: “Hagan ésto en mi memoria”. Entonces los sacerdotes nacimos como un encargo para mantener la eucaristía. Esta es nuestra principal misión, pero dándole a la eucaristía todo el sentido no sólo de repartir hostias consagradas, sino lo que significa redimir un pueblo, salvar los hombres para que al venir a comulgar sientan que de verdad se van promoviendo. Por eso estamos insistiendo tanto en que los sacramentos hay que recibirlos con más conciencia, que nadie debía de comulgar si no se siente verdaderamente responsable del pan que dá la vida al mundo.

Nuestros sacerdotes comprendiendo que su misión los lleva también a una encarnación en la tierra -y no hablo aquí sólo de los sacerdotes de la Arquidiócesis, sino sacerdotes de todo el país- han estado estos días en profundas reflexiones. Por eso les decía yo: comprendan los gestos que ahora están haciendo como gestos sacerdotales. No lo confundan con otros gestos meramente políticos, revolucionarios. Ya sé que saldrá la noticia de que los curas revoltosos se tomaron la Iglesia de El Rosario. ¡No hay nada de eso! Lo que pasa aqui en la Iglesia de El Rosario en estos días, es que los sacerdotes llaman al pueblo a una oración y a un ayuno. Es una iniciativa que ellos han tomado como miembros de la Iglesia. Y yo, como pastor, respeto y les suplico a ustedes un esfuerzo de comprender, como lo van a explicar dentro de poco. La preocupación de los sacerdotes yo lo trato de comprender y yo les suplico a ustedes, querido pueblo de Dios, que estamos muy unidos con nuestros sacerdotes y sepamos ayudarles también a ellos a que su lenguaje, su actuación, todo, sea verdaderamente como todos queremos: un lenguaje de evangelio, pero de un evangelio no muerto sino ¡de un evangelio vivo!

Me refiero en esta comunión de Iglesia de la Arquidiócesis a diversas comunidades. He tenido la dicha de visitar Mejicanos para su fiesta patronal, el 15 de agosto; san Jacinto, su fiesta patronal el 16 de agosto; Chalatenango, donde las comunidades de allá me ofrecieron una santa misa.

Por cierto, que este cariño de las comunidades de Chalatenango, contrastaba con el ultraje que me hizo el retén cuando entraba a Chalatenango. Me hicieron bajar del carro, casi me ponían con las manos sobre el carro, me registraron hasta el motor del carro. Abrieron todo, hasta correspondencia, lo cual yo creo que es anticonstitucio

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