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Nº. 1232 Págs. 3 y 7 La huelga, un arma de dos filos

Entre los derechos fundamentales de la persona humana debe contarse la libre asociación de todos los ciudadanos en sindicatos, cooperativas o cualquier otra clase de organizaciones sociales y económicas, destinadas a defender sus propios intereses, en su lucha por lograr una vida mejor para ellos y sus familias.

A ello se debe que el Episcopado Salvadoreño ha proclamado el derecho que tienen los campesino a organizarse en sindicatos, como cualquier otro grupo social, de los que componen el pueblo salvadoreño.

Todos los gremios de nuestro país deben tener los ojos muy abiertos para evitar la infiltración en sus organizaciones, de pescadores en río revuelto, los falsos redentores que obedecen consignas extranjeras y quieren convertir a nuestra Patria en una dictadura del proletariado.

Especialmente debe estudiarse con seriedad la conveniencia de declarar una huelga, porque se trata de un arma de dos filos, que puede herir a los mismos que la declaran. Una huelga es cosa seria, porque no sólo perjudica a los que directamente participan en ella, sino que, muchas veces, al país entero. La cuestión social no se va a resolver a fuerza de huelga y tensiones que siembran el odio y la división entre los salvadoreños, sino que con el ímpetu del trabajo y en la paz social.

Esto no significa de ningún modo que nunca debe haber huelga, sino que sólo deben declararse en último extremo, después de agotarse todos los medios pacíficos para llegar a un entendimiento. Antes de decretar una huelga debe pensarse seriamente si el perjuicio que causamos al país es mucho mayor que el limitado beneficio que podemos obtener. Por encima de los intereses particulares está el bien común, el cual, según la inexhausta definición de Santo Tomás, es el mayor bien posible, para el mayor número posible de personas, dictatoriales. La huelga no debe imponerse nunca por la fuerza, con el garrote en la mano o por el antojo de unos cuantos, sino que debe declararse por la voluntad libre de la mayoría, respetando en los demás el derecho sagrado del trabajo. La imposición de los de abajo es muchas veces más perniciosa e indeseable que la represión de los de arriba.

«En caso de conflictos económicos-sociales-declara el Concilio Vaticano-hay que esforzarse por encontrarle soluciones pacíficas. Aunque se ha de recurrir siempre primero a un sincero diálogo entre las partes, sin embargo, en la situación presente, la huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio».

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