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Nº. 1237 Pág. 3 La violencia desatada

Es verdaderamente lamentable el comprobar que la violencia se ha desatado en nuestro país, debido a las provocaciones de los agitadores, con el fin de trastornar el orden, sembrando el caos en el terreno social y político, para pescar en río revuelto.

Ya la ciudadanía consciente se ha dado plena cuenta de las presiones ejercidas sobre los jóvenes y adolescentes, los castigos impuestos a los que se negaron a participar de sus manejos, las maniobras subterráneas de los agitadores profesionales, que siempre tiran la piedra y esconden la mano.

Por otro lado es de lamentar que a la violencia de los de abajo se haya respondido con la violencia de la represión, haciendo pagar, en la mayoría de los casos, a justos por pecadores, quedando impunes los verdaderos culpables, lo que desde la sombra trastornan el orden social y político de la nación.

Todavía es tiempo de detener la violencia en sus dos aspectos, tanto en sus brotes subversivos, como en sus manifestaciones represivas, actuando todos, los de abajo como los de arriba, con el empleo de medios legales y pacíficos.

Por encima de los intereses de grupo, de clase social, de partidos políticos, o de facciones ideológicas, está el bien supremo de la Patria, el bienestar y progreso del pueblo salvadoreño, que necesita de paz y de tranquilidad, en su lucha por mejorar sus condiciones de vida y forjar un porvenir mejor para nuestros hijos.

ACTITUD ANTIPATRIÓTICA
Es doloroso el hecho de que algunos grupos extremistas hayan tratado de sabotear las celebraciones del sesquicentenario de la independencia patria, afortunadamente sin lograrlo.

Semejante actitud nos parece ridícula y antipatriótica, porque no se trata de una celebración política, ni de una fiesta de gobierno, ni de una fecha exclusiva del partido oficial, ni de una conmemoración que solo concierne a una fracción del pueblo salvadoreño.

Es una fiesta nacional, una fecha gloriosa, una celebración extraordinaria para todos y cada uno de los ciudadanos que se sienten orgullosos de poderse llamar hijos de nuestra Patria, como reza la primera estrofa de nuestro himno nacional.

Una conmemoración en que todos los salvadoreños debemos olvidar y dejar a un lado todas nuestras diferencias políticas, ideológicas y sociales, para sentirnos única y exclusivamente salvadoreños. Y a mucha honra.

LIBRE DE MISERIA
Entre toda la literatura, abundante y valiosa, que se ha publicado en los diarios, con motivo de la celebración del sesquicentenario de la independencia, nos ha llamado la atención, de manera especial, un pensamiento del padre José Simeón Cañas, libertador de los esclavos, pronunciado el 31 de Diciembre de 1823:

«La Nación toda se ha declarado libre: lo deben también ser los individuos que la componen»
Muchas veces hemos pensado que, si nuestros próceres vivieran en nuestros días, muchos de nuestros ciudadanos no vacilarían en insultarlos, colgándoles el sambenito de «comunistas». Porque seguramente que, los que lucharon para legarnos la independencia política, no vacilarían también en trabajar para conquistar la independencia económica para nuestro pueblo.

Por este motivo no podemos menos de solidarizarnos con el grito de alarma y de auxilio que ha elevado al tribunal Supremo de nuestro país, el Comité Salvadoreño de la comisión Interamericana de Mujeres, pidiéndole que emita pronto su dictamen sobre las reformas legales que se necesitan con el objeto de «dar facilidades para la celebración del matrimonio y para los reconocimientos de los hijos legítimos; reconocer iguales derechos al padre y a la madre dentro del matrimonio y con respecto a los hijos, tal como lo establece la Constitución Política; y conceder una pensión alimentaria a la mujer cuando ésta no ha dado motivo para el divorcio».

Nuestra misma Constitución establece que «la familia, como base fundamental de la sociedad, debe ser protegida especialmente por el Estado, el cual dictará leyes y disposiciones necesarias para su mejoramiento, para fomentar el matrimonio y para la protección y asistencia de la maternidad y de la infancia. El matrimonio es el fundamento legal de la familia y descansa en la igualdad jurídica de los cónyuges».

«Este hermoso precepto constitucional tiene veintiún años de esta en vigencia, pero el Estado aún no ha dictado esas leyes y disposiciones que son más que necesarias para el mejoramiento de la familia salvadoreña».

«El Salvador se ha quedado a la zaga entre los países latinoamericanos, en cuanto a la protección de la familia y de la infancia, pues continúa aplicándose en materia civil la codificación que nos legó el General Gerardo Barrios, hace más de cien años, dando como resultado el aumento progresivo y alarmante de uniones ilegales y de hijos legítimos que nuestras estadísticas acusan como son el 80 por ciento de uniones ilegítimas y 67 por ciento de hijos nacidos fuera del matrimonio, que carecen de padre y de la protección moral y material a que tienen derecho».
El mismo Presidente de la República, en su discurso inaugural, prometió que «la familia deberá ser objeto de consideración especial, puesto que constituye la base fundamental de nuestra sociedad. La mujer, cuya misión natural es la maternidad, será atendida con esmero, sobre todo, en lo que se refiere a su protección legan contra el abandono, que repercute en todos los aspectos del desarrollo del niño y en la estabilidad espiritual y material de la familia».

Para nosotros la familia es también lo importante, lo más importante, el problema más grave que afronta el país y que necesita una urgente solución. Porque sin familia no hay educación completa, porque la familia es la primera «escuela» porque la familia es la institución educadora por excelencia, porque la familia tiene una influencia decisiva en la vida de nuestros niños y jóvenes. Aún desde el punto de vista religioso, podríamos decir que sin familia es muy difícil que haya una formación moral y espiritual sólida, porque la familia es la primera «iglesia». Y todavía nos atreveríamos a decir que sin la familia no hay un pueblo sólidamente organizado y constituido, sino que una yuxtaposición de individuos sueltos y desordenados, porque nos falta la «célula» primordial de nuestra sociedad.

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