El Sínodo de los Obispos ha comprobado una vez más que la Iglesia posee plena seguridad de su doctrina acerca del sacerdocio. Cuando el Cardenal Hoffner de Austria hacía el análisis panorámico de la discusión en que prácticamente intervinieron todos los Delegados de todas las Conferencias Episcopales del mundo, pudo asegurar, con evidente alusión a ciertas tendencias novedosas sobre el sacerdocio: que «en cuanto a la función sacerdotal se plantearon diversos interrogantes; sin embargo nunca, ni siquiera indirectamente, se ha insinuado que la potestad sacerdotal deriva de la comunidad de los fieles…Se hicieron preguntas sobre la relación entre autoridad y fraternidad, entre los obispos y sacerdotes, entre sacerdotes y pueblo; pero nadie ha «contestado» la existencia del sacramento del orden…».
Efectivamente, al leer la información oficial de las múltiples intervenciones Sinodales, se siente la grata impresión de una Iglesia doctrinalmente segura y equilibrada. Y que esa proliferación de corrientes e ideas novedosas que se oyen aquí y allá acerca de diversos aspectos del sacerdocio, solo puede contribuir a crear una sicosis de alarma e inseguridad en quienes desconocen esa majestad teológica del Magisterio que se asienta en la paz de la verdad.
Y porque no es una majestad orgullosa, sino un servicio de caridad y comprensión, «muchos Padres del Sínodo han pedido -dijo el ilustre Relator, que se redacten algunas tesis, las cuales podrían constituir la base para la reflexión futura; con ello se ayudaría al clero, especialmente al más joven, a veces desorientado y turbado por ciertas opiniones teológicas». Y de las mismas intervenciones extraída el Cardenal una seria de principios para orientar el legítimo sentir de la iglesia cerca de la doctrina sacerdotal. Por ejemplo; que el sacerdocio ministerial solamente se puede comprender dentro del contexto de la misión global de la Iglesia y que esta misión depende del Verbo de Dios que se hizo hombre y fue enviado por el Padre al mundo; que los Apóstoles para mantener intacta la estructura fundamental de la iglesia, transmitieron los elementos de su propia misión: que aunque Cristo realiza su misión salvadora a través de toda su Iglesia, hay, sin embargo, algunos actos que solamente pueden ser realizados por el sacerdote ministerial, ya que éste se distingue de los demás fieles por aquella realidad indeleble llamada «carácter»; que el «carácter» no hace del sacerdote un supercristiano sino que le confiere un don permanente del Espíritu Santo mediante el cual el ministro participa de la autoridad del Señor y al mismo tiempo de su «anonadamiento»; que Cristo para subrayar el carácter gratuito y sobrenatural de la salvación dispuso que el ministerio se transmitiese a través de la ordenación divina y no sólo mediante un acto de la comunidad social….Son sólo botones de muestra para que se vea la riqueza teológica del tema sacerdotal.
Si el Sínodo no hubiera hecho otra cosa, en esta hora de crisis sacerdotal, que ofrecer a los sacerdotes y al pueblo de Dios la bella oportunidad de confirmar su fe tradicional en el misterio sacerdotal con una confrontación tan universal de los criterios del Episcopado, ya era suficiente mérito para declararlo un acontecimiento providencial de nuestros días.
La misma divergencia en matices y sugerencias del debate sinodal engalana más la seguridad doctrinal de nuestro tema. Porque el pluralismo y la libertad de discusión, sólo ha servido para confirmar el bello aforismo que Juan XXIII trasladó a los tiempos nuevos de la Iglesia: «necesariis unitas, in dubiis libertas, in omniibus caritas».