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Nº. 1245 Pág. 3 Un Mundo en Crisis

Merecen un serio comentario y una profunda meditación las palabras de un gran hombre de ciencia, pronunciadas en estos días, con ocasión de serle otorgado el Premio Nobel de Física: el hombre y la ciencia se encaminan a un enfrentamiento violento y es el hombre que tendrá que cambiar de rumbo. «Desconfío de la naturaleza humana por muy buenas razones. El hombre fue creado para salir luchando de la selva, pero dudoso que haya sido creado para vivir en una sociedad altamente civilizada».

El hombre de ciencia norteamericano considera que los impulsos del hombre para luchar y crecer desembocan en tremendos problemas en una época científica: problemas de crecimiento, contaminación del medio ambiente, la destructividad y un aburrimiento, inquieta, si el hombre dispone de demasiado tiempo libre.

La solución, según Denis Gabor no consiste en la eliminación de la ciencia, sino en la modificación de los móviles humanos. Nosotros diríamos más bien, que la solución está en un redescubrimiento, en un cambio de rumbo, en una meditación sobre el verdadero destino del hombre, creado por Dios y que nunca descansará ni encontrará la felicidad, si no vuelve los ojos de Dios.

La realidad del mundo de hoy está caracterizada por las profundas transformaciones originadas principalmente por los progresos maravillosos de la ciencia y por las asombrosas conquistas de la técnica, que han revolucionado la vida del hombres sobre la tierra, trastornado la jerarquía de los valores, haciéndole olvidar su glorioso destino, obsesionado por la ambición de participar en todas las ventajas materiales que le ofrece esta nueva «sociedad de consumo».

Y se entabla una lucha intestina en el seno de los pueblo, entre las clases necesitadas que vegetan en la miseria, pretendiendo cambios sustanciales y vertiginosos, contra los pocos privilegiados que están satisfechos con el «régimen establecido», que se oponen rotundamente a cualquier intento de trastornar el actual estado de la sociedad.

El mismo fenómenos se produce en el terreno internacional, donde vemos que los países pobre, que ansían el desarrollo económico de sus pueblos, interpelan a los países ricos, en cuyo territorio se ha concentrado el progreso industria, el poderío material, los adelantos técnicos y los conocimientos científicos.

Así, precisamente, ha nacido la «civilización del bienestar», que tanto ansían conquistar todos los hombres dentro de la sociedad y todos los pueblo en el concierto de las naciones, produciendo, en toda la redondez de la tierra, una crisis de transformación, tan agitada y profunda, que nos da la impresión de que estamos padeciendo los estertores de un mundo que agoniza y los dolores de parto de un nuevo mundo, que pretende ofrecer a todos los hombres una vida más digna, más noble, más justa.

Pero este nuevo mundo no se puede lograr si se prescinde de Dios, si el hombre, con soberbia autosuficiencia, proclama «la muerte de Dios», en un intento de secularización de la vida, para rendir culto a una ciencia y a una técnica, que precisamente lo están convirtiendo en su propia víctima.

Y esta corriente de secularización ha invadido incluso a ciertos «teólogos» que proclaman un cristianismo «horizontal», antropocéntrico, que solo se preocupa por el bienestar temporal del hombres, pretendiendo sustituir al auténtico cristianismo «vertical», teocéntrico, que fundamenta el amor al prójimo en el amor de Dios, es un verdadero humanismo cristiano, que proclama la supremacía de los valores espirituales y sobrenaturales, sin despreciar el mejoramiento material (de sus condiciones) de vida, porque, como quiere el Concilio, pretende salvar al hombre y a todo el hombre, en cuerpo y alma, procurando, al mismo tiempo, su salvación eterna y su redención temporal.

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