Desde los días del Concilio Ecuménico hasta hoy, la gran prensa mundial ha tratado en forma escandalosa la figura del sacerdote, sembrando una verdadera confusión sobre el ser, la esencia y la misión del magisterio sacerdotal.
En nuestras últimas ediciones hemos estado publicando un extracto de las conclusiones del último Sínodo de Obispos, que pone los puntos sobre las íes, expresando con claridad lo que es y debe ser hoy el sacerdote. Creemos conveniente, para ilustración de nuestros lectores, destacar algunos puntos que han sido motivo de confusión en los últimos años, tomando como base las mismas conclusiones de la reciente asamblea de obispos.1972-01-16
Se ha vuelto a subrayar que en la labor sacerdotal, debe tener preeminencia la proclamación del Evangelio, la cual debe arrastrar, por medio de la fe, a la plenitud de la celebración de los sacramentos. La función propia del ministro en la Iglesia, es hacer presente el amor de Dios para con nosotros, mediante la Palabra y el Sacramento, suscitando la comunión de los hombres con Dios y entre sí.
Entre los diversos carismas y servicios, únicamente el ministerio sacerdotal del Nuevo Testamento, continúa el ministerio de Cristo mediador y es distinto del sacerdocio común de los fieles por su esencia y no solo por su grado. Sólo el sacerdote puede actuar «impersona Christi» para presidir y realizar el banquete sacrifical, en el cual el pueblo de dios se asocia a la población de Cristo.
El sacerdocio es de carácter permanente y su participación en el sacerdocio de Cristo no desaparece aunque el sacerdote sea dispensado o removido del ejercicio del ministerio. Todo sacerdote tiene necesidad de estar en comunión con su obispo y con la Iglesia Universal.
La misión propia del sacerdote no es orden político, económico o social, sino religioso. Sin embargo, dentro de la línea de su ministerio, puede contribuir mucho a la instauración de un orden secular más justo, conservando siempre la comunión eclesial y excluyendo la violencia de la palabra y de los hechos, como no evangélica.
Los presbíteros están obligados a adoptar una línea clara de acción cuando se trata de defender los derechos humanos, de promover integralmente la persona y de trabajar por la causa de la paz y de la justicia.
En aquellas circunstancias en que se presentan legítimamente diversas opciones políticas, sociales o económicas, los presbíteros, como todos los ciudadanos, tienen el derecho de asumir su propias opciones. Pero como las opciones política son contingentes y no expresan nunca total, adecuada y perennemente el Evangelio, el presbítero, testigo de las cosas futuras, debe mantener cierta distancia de cualquier empeño político. Más aún, debe procurar que su opción no aparezca ante los cristianos como la única legítima o que se convierta en motivo de división entre los fieles.
El celibato de los sacerdotes está totalmente de acuerdo con la vocación del seguimiento apostólico de Cristo. El testimonio de vida es muy importante, hoy más que nunca. Los hombres de nuestro tiempo conceden poco valor a las palabras, sino están respaldadas por el ejemplo. En la cultura actual, donde los valores del espíritu están tan apagados, cuando el valor de la sexualidad se exagera tanto que el genuino amor cae en el olvido, el celibato es para los hombres una llamada a la sublimidad del amor fiel y esclarece el sentido supremo de la vida. De este modo los sacerdotes, aunque sean menos, pero con tal de que resplandezcan por este preclaro testimonio de vida, gozarán de una mayor fecundidad apostólica.
La Iglesia tiene el derecho y el deber de determinarlas formas concretas del ministerio sacerdotal. Cuando exige el celibato, no lo hace porque piense que este modo de vida es el único camino para conseguir la satisfacción, sino porque está segura que es el mejor.
Sabemos perfectamente que en el mundo actual asedian por todas partes al celibato dificultades peculiares, pero, por lo demás, muchos sacerdotes ya experimentaron los mismos problemas a través de los siglos.
El sacerdote debe estar sujeto al servicio de la autoridad y al ejercicio de la obediencia no meramente pasiva. El consejo presbiteral es una forma de manifestar institucionalmente la fraternidad entre los sacerdotes, fundada en el sacramento del orden. Pero siempre toca al obispo tomar la decisión final. Debe tratarse de fomentar la convivencia entre los sacerdotes, evitando las divisiones del clero en facciones, que atentan contra la caridad y la comunión eclesial.
No olviden los presbíteros encomendar con confianza a los seglares funciones en servicio de la Iglesia, dejándoles libertad y campo de acción, más aún, invitándoles oportunamente a que emprendan también obras por iniciativa propia.
Los sacerdotes, que ejercen el ministerio del Espíritu en medio de la comunión de toda la Iglesia, tienen abiertos nuevos caminos para dar testimonio profundamente renovado en el mundo actual.
Es necesario mostrar al mundo, con verdadera audacia, la plenitud del misterio escondido en Dios desde los siglos, para que los hombres puedan entrar por su participación en la plenitud total de Dios.