Alrededor de cien asociaciones femeninas han acudido a la Asamblea Legislativa para pedir que se aprueben las reformas propuestas por la Procuraduría General de Pobres tendientes a la protección de la familia de la mujer y del niño.
No podemos menos de insistir en la necesidad de que en nuestro país se dé la necesaria protección de la familia, la primera célula de la sociedad. Más todavía, creemos que sin la consolidación de la familia, es poco menos que imposible lograr la promoción humana y el progreso de nuestro pueblo.
Sin una familia sólidamente constituida, nuestra sociedad esta´desorganizada, formada por una serie de individuos yuxtapuestos desordenadamente, sin una organización básica, sin una comunidad fundamental, sin los cimientos sólidos para levantar el edificio del progreso de la civilización.
De sobre es sabido que las condiciones de vida de nuestro pueblo ni pueden mejorar bajo ningún aspecto, si el trabajo de promoción humana no se fundamenta primordialmente en la educación, en la formación de hombres y mujeres, en la elevación cultura, material y moral de todos los ciudadanos. Y esta tarea de gran trascendencia social es absolutamente imposible sin la consolidación de la familia que es la institución educadora por excelencia, que por ley natural tiene el derecho y el deber de educar, que es imprescindible para lograr una educación auténtica de los niños y jóvenes.
Es encomiable el empeño que las autoridades civiles han tenido en los últimos años, de dar primacía a la educación. Pero se ha olvidado que la escuela no puede educar sin la familia. Que es necesario, antes que todo, proteger y consolidar a la familia.
No hay que olvidar que la familia es la primera célula de la sociedad, la primera escuela, la pequeña iglesia, que tiene una influencia decisiva en el destino de las personas, marcando el rumbo, para el bien o para el mal, que han de llevar en toda su vida adulta.
Y esta protección a la familia es todavía más urgente en un país como el nuestro, donde un porcentaje enorme de nuestra población ha nacido y se ha desarrollado sin una familia constituida, dependiendo solamente de una madre soltera, abnegada y luchadora, pero que no puede ella sola realizar una tarea educativa superior a sus fuerzas, sin el concurso responsable e imprescindible del padre, sin el calor de un hogar sólidamente constituido.
Es una verdadera lacra que en nuestro país los pájaros tienen su nido y las fieras, su madriguera, pero nuestros niños carecen de un hogar donde puedan vivir y crecer al calor del amor de sus padres, al amparo de sus cuidados, de su ternura y de su protección.
Y para proteger a la familia es necesario amparar a la mujer, que entre nosotros y más que en otras partes, en el alma y el corazón del hogar. Y entre nosotros y más que en otras partes, ha sido siempre víctima de la supremacía del «macho» irresponsable, que cuando no la abandona con todo y los hijos, ejerce sobre ella una tiranía indigna del respeto y la consideración que merece por su calidad sagrada de esposa y por su proverbial abnegación de madre.
Entre las reformas que se quieren introducir está el proyecto de conceder la «patria potestad» a la mujer, al igual que al hombre. No vemos ningún argumento valedero para no conceder a la esposa este privilegio. Como muy bien dicen las asociaciones femeninas, cuando los cónyuges se separan, generalmente la mujer queda con la carga de los hijos y el hombre retiene todos los derechos y atribuciones legales, que le sirven, muchas veces, para chantajear y dominar a la mujer que él abandonó.
Si la madre soltera tiene el derecho de ejercer la «patria potestad» es verdaderamente ridículo e infamante que se le niegue a la mujer que ha legalizado su matrimonio, imponiéndole un «castigo» a su rectitud y responsabilidad.
Proteger a la mujer es amparar al niño y consolidar las bases de la familia, la primera célula de la sociedad, la primera escuela, la pequeña iglesia.