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Nº. 1257 Pág. 3 Dos palabras Peligrosas

RENOVACIÓN y ADAPTACIÓN son dos palabras peligrosas, porque son relativamente nuevas y ya bastante gastadas. Han vivido mucho en poco tiempo.

Dos palabras que deben ir siempre juntas, porque juntas fueron pronunciadas por el Concilio y juntas fueron escritas. Tan juntas, que en el original latino no son dos sustantivos, sino un sustantivo y un adjetivo calificativo: Accomodata renovatio.

La renovación es una vuelta a los valores básicos, una mirada hacia adentro, un examen de conciencia.
La adaptación es una mirada hacia afuera, a los tiempos actuales, a las necesidades y esperanzas del hombre de hoy.
La renovación nos hace entroncar con el pasado y la adaptación nos abre a lo nuevo.
La presencia del pasado en el presente se llama tradición. Pero la tradición, llamada por Peguy fidelidad, no se debe confundir con sus realizaciones sucesivas y particulares, que no son más que tradiciones.
Rechazar lo antiguo, sin más, es una postura tan cómoda y tan injusta como rechazar lo nuevo sólo por ser nuevo.
Y no es raro encontrar otros que se oponen, con cierta sistemática resistencia, a toda renovación y adaptación, prefiriendo, de hecho, el inmovilismo.

Si la primera postura es injusta y hasta infantil, la segunda supone falta de fe en la iglesia y en la presencia y actuación de ella del Espíritu Santo. Y puede suponer también una fuerte dosis, tal vez inconsciente, de miedo al riesgo, de egoísmo o de comodidad.
Los conservadores -dice el Cardenal Suenens- confunden con frecuencia la tradición con tradiciones, y los progresistas la libertad con la anarquía.

La postura conciliar es una postura de integración, que hace una síntesis de estad dos fuerzas, la tradición y la libertad.

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