Ya es tradicional la revisión de la vida actual de la Iglesia que le Papa hace ante el Colegio Cardenalicio en Navidad y en su onomástico. Esta vez hizo un llamamiento de optimismo y de confianza ya que, precisamente, uno de los fenómenos, enumerados en su análisis, en la crisis de confianza». «En el momento en que vivimos la falta de confianza en la Iglesia se ha operado de cierto número de cristianos y también de sacerdotes y religiosos; desconfianza que llega a veces incluso a una ciega agresividad, pero que toma también, muy a menudo, la forma de desaliento y desilusión».
Dos extremismos de moda son la causa próxima de esta desconfianza: a unos se les antoja que se quiebra la unidad coherente organizada de la Iglesia a la que estaban acostumbrados; «se sienten sacudidos por el criticismo que en estos años ha salido a la superficie, por el carácter arriesgado de ciertas iniciativas que ignoran la tradición, por el abandono de manifestaciones exteriores y de formas de piedad a las cuales estaban apegados». En el extremo opuesto, pierden la confianza en la Iglesia porque la consideran «aprisionada por instituciones trasnochadas, piensan que en una sociedad secularizada, la Iglesia debería abandonar la mayor parte de las formas que la caracterizan y renuncian incluso a las certezas adquiridas, para ponerse únicamente a la escucha de las necesidades del mundo; y frente a la Iglesia visible e institucional, experimentan una frialdad que conduce a algunos a alejarse de ella, sensible, como creen que son, ante los profundos cambios propios de nuestra época, ante las novedades de las situaciones culturales y ante las posibilidades científicas y técnicas».
Los frutos de esta crisis de confianza son fatales para la verdadera fe católica. El Papa enumera, por vía de ejemplo: -una interpretación arbitraria y falsa del Concilio que lleva a soñar en una Iglesia «nueva» que rompa con su tradición y altera su misma constitución, sus dogmas, su moral, su derecho; -la «fascinación de la violencia» y un concepto de «liberación» que no siempre es interpretación de la libertad evangélica, sino que frecuentemente es eufemismo que encubre métodos subversivos y alianza peligrosa «con ideas socialistas de sentimientos no cristianos y a veces anticristianos»; -una tendencia a disolver el magisterio de la Iglesia jugando con un pluralismo equívoco que justificará la coexistencia de concepciones opuestas.