Está entre los tópicos de moda de «denuncia Profética» y como toda moda el tema se lleva y trae no siempre para cumplir o exigir el cumplimiento de la verdadera misión Profética de la Iglesia, sino para desahogar sentimientos demagógicos o pasiones políticas o resentimientos sociales.
El Papa -cuyo magisterio resulta siempre para «Orientación» la confrontación más segura de su orientaciones- iluminó esta tema, en su análisis de Junio, el mencionarlo entre los problemas eclesiales que en esta hora corren los mayores riesgos por estar expuestos a las peores interpretaciones y aplicaciones.
Su Santidad reafirmó el grave compromiso de la misión Profética de la iglesia, «que consiste no sólo en anunciar la verdad y la justicia, sino también de deplorar, denunciar, condenar las culpas y delitos perpetrados contra la justicias y la verdad». Y «como centinela en lo alto del monte, expresó que no era extraño a la dolorosa escena del mundo en que «se presentan las numerosas situaciones que en medida más o menos grave, a veces gravísima, son contrarias a aquel respeto de la dignidad del hombre y de aquellos derechos fundamentales, antes de ningún otro, el de una justa libertad religiosa, que debe, o debería ser el fundamento de la convivencia social, en las naciones y entre las naciones».
Quien no advierte que este deber de la Iglesia es sumamente arriesgado y propenso a la distorsión? Toda la historia del profetismo nos ofrece el hecho de que a uno y otro lado de los verdaderos profetas que respaldan sus denuncias con el testimonio de una vida santa sellada casi siempre con el martirio, medraban los demagogos de la denuncia fácil y los aduladores de los poderosos. Y para el caso unos y otros caen bajo la severa palabra con que Cristo lo clasificó: «falsos profetas».
Del análisis de Pablo VI:
1 Que el verdadero profeta de nuestra «época de hondas divisiones» no debe olvidar que hoy «de ordinario no se exige la condena de todas las injusticias sino sólo de aquellas- verdaderas, o a veces supuestas o al menos agrandadas- de la parte contrataria».
2 Que tampoco debe perder de vista el criterio de ser «conciencia moral de la humanidad» y que -como toda conciencia-en los casos concretos, «no puede contentarse con noticias que no estén suficientemente controladas», sino «buscar la más completa y absoluta objetividad; cosas, una y otra, no siempre fáciles de conseguir».
3 Que mucho menos se debe descuidar en la denuncia la finalidad de defender al que sufre y al oprimido, «lo cual requiere a menudo una justa prudencia y reserva en las manifestaciones públicas para dar la precedencia al diálogo serio y directo con los responsables de las situaciones que se lamentan, o para no provocar más pesadas reacciones en daño del que espera defensa».
4 Por encima de todo, la denuncia Profética debe ser un leal servicio, a la Iglesia y un verdadero sentir con Ella. Con Ella sabe sufrir y esperar cuando sus limpios pensamientos de paz y de justicia «chocan con una persistencia fatal de real voluntad positiva».
Y todo esto no es conformismo ni renuncia de lucha. La denuncia de la iglesia pone su fuerza en el amor y descansa tranquila porque se remite «a la conciencia, humanidad y al juicio de la historia», y no se cansa de seguir trabajando -«incluso aparentemente contra spem»- porque confía que su acción por la justicia está sostenida por una fe inconmovible en la Providente de Dios.
Y esta denuncia imparcial, de diálogo directo, que busca la noticia objetiva y procura la efectiva protección del perseguido y del oprimido, que se inspira en el sentir de la iglesia y en el servicio humano por encima de la adulación o de la crítica demagógica de corto alcance; esta denuncia auténticamente Profética y evangélica, gracias a Dios, no ha faltado entre nosotros y forma parte de la conciencia del esfuerzo de santificación de nuestros pastores.