Más de alguna vez n o ha llegado el rumor de que, en círculos clericales de nuestra capital, se ha dicho que nuestro semanario es un periódico sin «opinión». Nada más lejos de la verdad. Basta con hojear cualquier edición de nuestro órgano de prenda para darse cuenta que continuamente se vierten en sus páginas las más variadas opiniones, sobre los temas, los problemas, las noticias nacionales y extranjeras, hasta el grado que muchas veces, nuestros distintos colaboradores no coinciden en sus opiniones sobre un mismo asunto.
Ahora bien, es natural y lógico que nuestros redactores no externen ninguna opinión propia sobre temas fundamentales, sobre verdades ampliamente definidas por el Magisterio eclesiástico, en el terreno de los dogmas y de la moral. En todos los campos de la actividad humana hay verdades axiomas que ya nadie discute. A estas alturas del desarrollo técnico y científico de la humanidad, sería tachado de loco quien se meta a discutir que dos y dos son cuatro que se atrevan a negar la redondez de la tierra. Igualmente en el terreno religioso y moral, ningún católico puede, sin dejar de serlo, ponerse a discutir la presencia real de Cristo en la Eucaristía o cualquier otra verdad ya definida como dogma indiscutible, como lo han hecho muchas veces, en nuestro país y en el extranjero, algunos cristianos, laicos y sacerdotes.
Lo acaba de repetir claramente y sin dejar lugar a dudas el Cardenal Secretario de Estado, en su mensaje al V Congreso Latinoamericano de Prensa, al recalcar la necesidad de respetar «la libertad de opinión en aquellos asuntos, aún de la vida misma de la iglesia que, por no pertenecer al depósito inalienable de la fe o de la moral cristiana no pueden sino resultar como enriquecido con el aporte constructivo de la diversidad de pareceres: la búsqueda confiada, puesto que asentada en la fe que nos une de la armonía en la diversidad de lo opinable, amasada por una caridad ardiente».
Más todavía. Un católico no puede profesar ni apoyar doctrinas claramente condenadas por el Magisterio, como lo ha hecho también entre nosotros, algunos laicos y sacerdotes externando opiniones netamente marxistas los uno o de un liberalismo capitalista los otros. Ni se pueden discutir públicamente temas ya definidos por el magisterio, como el del celibato eclesiástico o el control artificial de la natalidad, más que para reafirmar e ilustrar a la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia.
No queremos decir de ninguna manera que la Teología y otras ciencias divinas y humanas deben permanecen en una situación estática, totalmente petrificadas. Al contrario, la investigación científica y teológica debe continuar seria e intensamente, como un mandato divino y bajo el impulso ferviente de la autoridad eclesiástica. Pero este trabajo de los eruditos debe realizarse en los centros de estudio y en los templos del saber, sin trascender la generalidad de los fieles, que está muy lejos de comprender ni los métodos ni la terminología de los eruditos, por lo cual sólo se lograría sembrar la confusión en sus mentes y en sus corazones.
Esto es precisamente lo que ha sucedido muchas veces. Como un simple ejemplo nos referimos a la afirmación de algunos teólogos de que el lenguaje del Génesis es «mítico». Cualquier laico, sin poseer los elementales conocimientos de la terminología de los teólogos, pensará que con ellos se quiere decir que el Génesis es una novela, una ficción, una fábula, un cuento de hadas, sufriendo daño en la integridad de su fe y padeciendo un tremendo escándalo contra la autoridad de los teólogos y el propio magisterio eclesiástico.
En lo que se refiere a las verdades fundamentales de nuestra fe, en todas las materias contenidas en el depósito moral de la iglesia naturalmente, evidentemente, decididamente, nuestro semanario No tiene opinión. En estos casos la misión del periodista católico es la de ser un portavoz, un altoparlante, un eco fiel del magisterio eclesiástico, infalible e indefectible, por los siglos de los siglos. Amén.
También hemos creído conveniente, con un espíritu de caridad y unidad eclesial, no tomar parte nunca en la lucha política partidista de nuestra Patria, manteniendo nuestra imparcialidad e independencia, sin inclinarnos a la derecha ni a la izquierda, sin interesarnos más que en la gran política del bien común, que busca solamente el bienestar y el progreso de nuestro pueblo, sin contribuir a aumentar la división lamentable que existe en la Iglesia y en la familia salvadoreña.
Con estas salvedades necesarias, convenientes, fundamentales, el terreno de lo opinable es ilimitado. Y así, en cada una de nuestras ediciones nos dedicamos cristianamente, con un fervor patriótico, a externar nuestras opiniones, informando con veracidad, interpretando las noticias nacionales e internacionales, contribuyendo a formar y a reformar la opinión pública dentro y fuera de la Iglesia, en un país en que afortunadamente el Pueblo de Dios coincide prácticamente con el Pueblo de la Patria.