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Nº. 1993 Pág. 3 y 7 Automía y Colaboración

En su «informe de cien días», El Señor Presidente de la República, expresó su «coincidencia de posiciones con la doctrina social de la Iglesia, dirigidas a la promoción integral de la persona humana…al concepto del sacerdote como pastor de hombres y no solo como pastor de almas» y elogió «la labor de concientización que la Iglesia ha estado realizando entre aquellos que, por largo tiempo, han estado al margen del progreso y principalmente, entre nuestros queridos campesinos».

No quisiéramos compartir la crítica de los que solo han visto en esta proclama presidencial, un hábil recurso político para ganar simpatías partidistas. Porque nos gustaría, más bien creer en la sinceridad de un político que, al proclamarse «católico» y evocar el Concilio Vaticano II, acepta el compromiso que le Concilio recuerda a los seglares de saber conjugar, con sus graves responsabilidades públicas, las más íntimas convicciones de su conciencia cristiana. En efecto, el Concilio invita a «quienes son capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, a ejercitarlo con olvido del propio interés y de toda la ganancia política, a ejercitarlo con olvido del propio interés y de toda la ganancia venal» (GS75) y señala «como vocación propia de los seglares, gestionar los asuntos temporales y ordenarlos según Dios» (LG 31).

Solo una ordenación de los asuntos temporales según Dios, puede dar a la Iglesia y a la política una adecuada «coincidencia de posiciones», respetando, naturalmente, la autonomía de ambas. Una promoción humana o una concientización de nuestro pueblo que, por parte de la Iglesia tiene que bajar hasta la liberación del pecado y de todas sus consecuencias que afloran en injusticias sociales, en atropellos políticos, y en toda clase de egoísmos, mientras que, por parte de la política, solo se quedarán en perspectivas de intereses partidistas, nunca podrán tener una auténtica «coincidencia de posiciones» y siempre estarán expuestas a esas frecuentes y dolorosas fricciones que hacen suspicaces todos los conatos de acercamiento y colaboración.

Por otra parte, decíamos que, aún en el caso feliz de una verdadera «conciencia de posiciones», ni la Iglesia ni la sociedad política tienen que olvidar su mutua independencia, al mismo tiempo que su mutuo reclamo de colaboración que señalan a cada una sus títulos específicos de servicio a los hombres. Porque «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán, con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo. El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna». (GS 76).

De guardarse debidamente esta mutua autonomía, que asegura a la Iglesia, el no ser manipulada por la política y defiende a la política, para no clericalizarse, bienvenida sea la colaboración que el Concilio auspicia en pro de un legítimo e integral bien común de los salvadoreños.

LA MUJER EN LA VIDA NACIONAL
El Congreso de Mujeres de Negocios y Profesionales de las Américas, recientemente celebrado en esta capital, ha puesto de manifiesto el papel importante que la mujer desempeña en el desarrollo de la vida nacional. Lo cual no significa que en el pasado su influencia en la sociedad haya sido despreciable. Todo lo contrario. La bella mitad de la humana estirpe ha contribuido, en una forma notable, al progreso y la civilización, a través de toda la historia. En forma humilde y callada, en el seno del hogar doméstico, sin alardes ni resonancias huecas, ha realizado una labor enorme como esposa y madre, educadora y maestra, forjando de espíritus, modeladora de corazones, inspiración de las más nobles virtudes y de los hechos más heroicos en la vida de los pueblos.

Pero la mujer de hoy no se conforma con ejercer una influencia tan importante, aunque oculta y pasiva, en este mundo dominado por los hombres, que camina a la deriva, dando tumbos, cometiendo injusticias, retrocediendo en muchos aspectos, en su largo camino hacia el desarrollo integral de la humanidad. Hoy, la mujer quiere participar en todas las actividades de la vida, en plano de igualdad, en la forja de un provenir mejor para todo los pueblos de la tierra.

En esta lucha que lleva a cabo par superarse y conquistar sus derechos conculcados y encarnecidos, el cristianismo que elevó y dignificó a la mujer, considera poco menos que esclava en el mundo pagano, está siempre presente para inspirar y apoyar su noble causa, tratando de ejercer su misión trascendental en los destinos de toda la humanidad.

De manera especial, la Iglesia Católica, ha apoyado e impulsando un auténtico feminismo, que se finca en la igualdad esencial del hombre y de la mujer, sujetos de los mismos derechos y obligaciones, provistos de la misma dignidad de personas, que deben tener idénticas oportunidades en la vida, para contribuir con su esfuerzo a la realización de su destino común, en la forja de un mundo mejor.

Pero el feminismo de inspiración cristiana no se fundamenta en una fementida igualdad, que consiste en convertir a la mujer en «mona» del hombre, imitadora de sus vicios, prácticamente de su libertinaje, que pretende «masculinizarse», perdiendo su propia personalidad de mujer, abdicando su dignidad de madre, olvidando su noble misión de reina del hogar, perdiendo la vergüenza y el pudor, para convertirse nuevamente como en los tiempo antiguos, en un vil instrumento de placer, sacerdotisa del sexo y de la depravación, víctima y esclava de una falsa liberación.

No hay que olvidar que la mujer no es superior ni inferior al hombre, sino que distinta. La misma naturaleza ha señalado su misión en la vida, el puesto que debe ocupar en la sociedad. Lo cual no significa que debe limitarse a cumplir solamente su deber de madre y esposa, ni debe impedirle participar en forma más directa en todas las actividades de la vida. Lo importante es que lo haga sin olvidar su condición de mujer, sin perder su propia personalidad, sin abdicar de su feminidad, sin tratar de imitar al hombre.

La participación de la mujer en todas las actividades de la vida nacional, su desempeño en las profesiones, en las artes, en las ciencias, en la economía, en la política, tiene que ser, necesariamente, un signo positivo de los tiempos modernos, si la mujer ocupa en la sociedad el puesto que le corresponde. Porque nosotros creemos sinceramente que la bella mitad del género humano es también la mitad más buena, más noble y más digna. Y su participación más activa y directa en los destinos de la humanidad, contribuirá enormemente al desarrollo de los pueblo y la conquista de un mundo mejor, más ordenado, más feliz y más humano.

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