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Nº. 2000 Pág. 5

Navidad, es el momento propicio para hacer un alto en nuestras vidas, para cuestionar reflexivamente nuestro sistema, para poner a la luz de la razón nuestros hechos y acciones.

Hoy debemos hacer surgir estas preguntas: ¿Hacia dónde vamos, cuál es el rumbo que marca nuestro destino. Es la hora de medir y ser medidos?.

Debemos vera nuestro alrededor, proyectarnos hacia la sociedad y reconocer que si ésta tiene algo de malo; nosotros tenemos mucha culpa de ellos.

Es, en fin, el momento de hacernos la importante pregunta: ¿Vamos hacia Dios? ¿Porqué quien vaya a Dios puede estar en el mal?
Cristo dijo: «Yo soy el Camino…»La Navidad es el principio de este camino, he aquí el profundo misterio, un misterio que va más allá del recuerdo de un nacimiento glorioso; es la gracia renovada a través del tiempo, una puerta que se abre al hombre, par tomar el sendero del bien.

El camino es amor, aquí se manifiesta en toda su grandeza la sabiduría divina ¿acaso no es costumbre dar en Navidad, y no se ha dicho que sólo el que ama da completamente? Pareciera que Dios con esta explosión de amor que hay en esta fecha, está diciendo a graves voces: (voces que a veces de tan fuertes, no las escuchamos). «Esa es la forma de llegar a mí».

Hay humanidad vibrante en esta fiesta, es la confirmación de que la materia nada tiene de despreciable a los ojos de Dios, es el sello de la legitimidad que los hombres recibimos, como seres desarrollados de la creación. Cuando el Hijo de Dios toma forma en la materia, en materia humana hecha de espíritu y fuerza, Dios en un acto de amor anula la distancia que de El nos separa.

Si reflexionamos en nuestra pequeñez, en toda la insuficiencia que cubre nuestro ser; comprendemos mejor este acto, un acto tan hermoso, un acto de desprendimiento tal del Padre hacia nosotros; que El Solo, por sí mismo, confirma su grandeza y paternidad.

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