Recientemente el Señor Arzobispo hizo importantes declaraciones a través de la Radio YSAX, que Juzgamos necesario hacer llegar a nuestros lectores. Monseñor Romero expresa entre otras cosas que no busca ninguna beligerancia entre el Arzobispado y el supremo Gobierno; pero que hay que establecer las cosas que son vitales y fundamentales para la vida de la Iglesia y la paz de la nación y que en esto no se pueden usar formularismos.
Trasladamos, pues, las respuestas concretas dadas por Monseñor a las preguntas que se le hicieron.
«Fiel a mi promesa de no asistir a Actos Oficiales, mientras no se aclare la situación entre la Arquidiócesis y el gobierno, no podía yo asistir a la toma de posesión. Pero esto no significa una declaración de guerra, ni una ruptura definitiva. En mi Homilía del domingo recién pasado expresé la buena voluntad que siempre ha tenido la Iglesia. Dije que la Iglesia no es la que ha interrumpido el diálogo: que han sido otros los que la han maltratado y han cerrado la posibilidad del diálogo y han llegado a un deterioro de las relaciones. Pero, como dije en mi misma Homilía, y creo que va salir publicada en «Orientación», para que la puedan leer ahí todos los que tengan interés en conocer mi verdadero pensamiento, que la Iglesia está dispuesta siempre al diálogo, pero sobre una base de sinceridad y, sobre todo, de obras. Que queremos ver en las obras, y no sólo en las promesas, la voluntad de diálogo también de parte del Gobierno. Mencionábamos, por ejemplo, entre las obras que la Iglesia espera ver: como es necesario que se revise la expulsión de los Sacerdotes y el no dejar entrar a muchos elementos que los necesitamos en nuestra Diócesis, y que la Iglesia preocupada de los derechos del Hombre, de la dignidad humana, también quiere ver en hechos, la promesa de respetar esos derechos humanos y esa dignidad humana. Y recordábamos que, son muchos los hogares donde esposas y madres, están llorando a sus hijos desaparecidos, desde hace mucho tiempo, y que estos son los hechos, que la Iglesia espera ver, para poder pensar en que hay una sinceridad de diálogo. De su parte la Iglesia si está dispuesta al diálogo y a trabajar, como el Concilio dice, en una sana cooperación con los que tienen en sus manos los intereses y el bien público de la República».
También se refirió Monseñor al papel del Excelentísimo Señor Nuncio Apostólico, probablemente para explicar la razón de la participación de éste en los actos de la toma de posesión del nuevo gobierno.
«El Señor Nuncio Apostólico es un diplomático de la Santa Sede, él representa a la Santa Sede o sea el gobierno Supremo de la Iglesia, y es además en un país donde hay Nuncio, el Nuncio es el decano del Cuerpo Diplomático. No hay que perder de vista pues esta característica del Diplomático para comprender que, su papel no es propiamente el representante de la Iglesia local. Según el Concilio Vaticano II, el representante de cada Diócesis no es otro que su Obispo. En la Arquidiócesis de San Salvador, este es mi honor más grande, ser el representante de la Arquidiócesis de San Salvador. Ningún otro puede representar a la Arquidiócesis, más que el Arzobispo de la Arquidiócesis. Así también cada Obispo es el representante de su Diócesis. El Obispo de Santa Ana es representante de su Diócesis de Santa Ana. El de San Miguel de su Diócesis de San Miguel. Y no propiamente de la Iglesia Universal. Entonces el Arzobispo siendo el representante de la Arquidiócesis aunque otros Obispos y el mismo Señor Nuncio asistan a un Acto, no compromete en nada la presencia de la Arquidiócesis que solamente la puede representar su Arzobispo».
El Sr. Arzobispo se alegra por los deseos de paz y justicia expresados por el General Romero en su discurso, pero invita a pensar en el amor como fuerza motivadora.
«Lo dije también en la Homilía, comentando la definición que la Iglesia da, de la paz, la paz es un fruto de la justicia, de tal manera que no puede haber verdadera paz, mientras no haya verdadera justicia. También dije que no bastaba la justicia, sino que era necesario también el amor, el amor que nos hace sentirnos hermanos, es propiamente el que engendra la verdadera paz. Así que la paz es el fruto de la justicia y del amor. Y ciertamente dije que me gustaba que el discurso del Señor Presidente hubiera coincidido este concepto de la paz como obra de la justicia. Y por eso mismo recalcaba yo que esperábamos pues un ambiente, un orden más justo, entre las relaciones de los salvadoreños en la distribución de los bienes que Dios ha creado, para todos, en la administración de un bien público, que todos tenemos derecho a aspirar, mientras no veamos obras, trabajando por un orden más justo en El Salvador, no podremos creer que haya verdadero deseo de paz. Pero si lo pueden hacer quienes tienen en sus manos los poderes, seguramente que creeremos y nos alegraremos de que hay sincero anhelo de paz».
«Quien ha seguido con verdadera sinceridad e imparcialidad las relaciones entre Gobierno y, digamos, Arquidiócesis, dirá que NO SON SIMPLES PEQUEÑAS DIFERENCIAS O MALOS ENTENDIDOS. Por lo que acabo de decir antes, se trata de algo sustancia porque la Iglesia predica ese orden justo y si no se le entiende así, sino que se le interpreta como subversión, entonces no se trata de pequeñas diferencias, sino de algo substancial. Y yo insistiría que en el diálogo, si se quiere admitir con verdadero espíritu constructivo, tiene que abrirse A FONDO. Grupos de reflexión de gobierno y de la Iglesia, que aprendan a hablar el mismo lenguaje para que no se interprete mal lo de uno o de otro; pero aquí está la división substancial, no se trata sólo de pequeñas diferencias, sino de algo esencialmente para la Iglesia; porque se trata de su mismo mensaje, tal como quiere el magisterio Actual de la Iglesia, que se predique.
Y en cuanto los Jesuitas, tenemos también, algo que no es simple diferencia, una pequeña diferencia: una amenaza como la que la Unión Guerra Blanca ha lanzado contra los Jesuitas, «si no se van los matamos». Se trata de un atropello inaudito a los Derechos Humanos en El Salvador. Si un Gobierno, no se preocupa de descubrir esta asociación clandestina, y no la denuncia con el mismo espíritu con que denuncia por ejemplo: a los secuestradores del Ingeniero Borgonovo, pues diríamos que no está cumpliendo también su deber de defender los derechos y la dignidad humana y es lo que le pide El Padre Arrupe el Superior de los Jesuitas, a nuestro Presidente, de que haga lo posible, de defender con todos los medios a su alcance a sus Hermanos Jesuitas, que son miembros de nuestra Iglesia. Yo hago mía también esta súplica del General de los Jesuitas, para decir a nuestro Gobierno, que entre sus deberes está la defensa de los que viven en El Salvador, y que tiene que hacer todo lo que está a su alcance, para desenmascarar estas amenazas clandestinas, pero que pueden ser muy trágicas y que mancharía al mismo Gobierno, mientras no viéramos en él una diligencia verdaderamente eficiente en la defensa de la vida y de la dignidad de nuestros hermanos los Padres Jesuitas».