La noticia eclesial más destacada de esta semana en El Salvador es, sin duda, la designación de Monseñor Doctor Arturo Rivera Damas para ocupar la sede residencial de Santiago de María.
Para el Arzobispo de San Salvador esta noticia significa una pena y una alegría: apena tener que perder un cooperador competente, experimentado y leal en el gobierno de la Arquidiócesis; pero alegra que esa misma competencia, experiencia y lealtad asuman la responsabilidad directa de una sede residencial y cubran uno de los sectores más interesantes de la pastoral del país.
Por mi parte, siento, de veras, que se retire de nuestra Curia Arzobispal porque puede dar testimonio de lo que ha significado para la Arquidiócesis y para mi la cooperación tan eficiente y, sobre todo, tan leal y humilde de Monseñor Rivera. Sus detractores quizá no podrá o no querrán aceptar este sincero elogio de la personalidad y del trabajo de Monseñor Rivera, porque además de inspirarlos un maligno e interesado capricho de difamar, son incapaces de comprender su extraordinaria potencia intelectual ni su mentalidad bien cultivada con el moderno sentir de la Iglesia. Esta maledicencia y esta incapacidad de comprensión han sido para Monseñor Rivera, en su ardua vocación de cireneo del Arzobispado, un verdadero caminar hacia el calvario bajo el peso de la cruz. Sólo Dios sabe cuánto se le ha hecho sufrir pero también sabe Dios el subido quilate de sus méritos que, a pesar de las naturales deficiencias humanas han contribuido a hacer madurar, en el clero y en el pueblo de Dios de la Arquidiócesis, esa promoción que exige el moderno magisterio eclesiástico del Concilio Vaticano II y de Medellín, y que han hecho de nuestra Iglesia el bello testimonio evangélico de nuestros días.
Hoy va Monseñor Rivera, con todo ese rico bagaje de ciencia y experiencia a empuñar el timón de la Diócesis más joven de El Salvador. Y esto me alegra intensamente porque allá quedaron dos breves años de mi vida pastoral que yo recuerdo con ternura de nostalgia. Se que aquellas tierras exuberantes de las costas del Pacífico y aquellas fértiles montañas del Norte, son el signo de una tierra espiritual que ansiosa espera la mano del sembrador; ayudado por un clero sencillo y ansiosa espera la mano del sembrador; ayudado por un clero sencillo y noble y un pueblo dócil y cariñoso. Monseñor Rivera, mejor que yo sembrará allá la semilla de una evangelización auténtica y de una sana promoción humana cuya cosecha hará del Departamento de Usulután y del Norte del Departamento de San Miguel, una linda Iglesia particular que sea gala del Reino de Dios en este mundo.
También la Conferencia Episcopal se enriquece con la promoción de Monseñor Rivera a Obispos residencial, pues su criterio y su análisis que siempre han sido respetados por sus hermanos Obispos, llevarán desde hoy, el aval de toda una Diócesis a la él representa como signo de unidad, de magisterio y de disciplina.
Adornando la noticia con su cumpleaños el 30 de septiembre y con el aniversario de su ordenación episcopal el 20 de octubre expresó con cariño fraternal, con agradecimiento y solidaridad, en nombre de todos los sacerdotes, religiosos y fieles de su Arquidiócesis el clásico salido episcopal: Monseñor Rivera, Ad Multos Annos!.