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Nº. 4043 Pág. 2 LA PALABRA DEL ARZOBISPO

Libertad para la Catequesis
Muy consolador resulta para nuestra Arquidiócesis el reclamo de libertad para la catequesis proclamado por el Papa y los Obispos del reciente Sínodo mundial. Resulta consolador porque viene a ser un valiosísimo respaldo a nuestra voz que continuamente tiene que lamentar y denunciar innumerables atropellos a esa libertad; atropellos, amenazas, vigilancias que logran sembrar temor en los catequistas, proclamadores de la Palabra, y a las comunidades que se reúnen para crecer en su fe mediante la reflexión catequística.

En el «Mensaje del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios», los representantes del Episcopado mundial suscribieron, entre otras orientaciones catequisticas, la siguiente denuncia:

«En muchos países esta misión de catequizar no puede ejercerse con libertad; son los países en que se limita de modo intolerable, o se suprime totalmente, el ejercicio de los derechos humanos fundamentales y, entre ellos, el derecho a la libertad religiosa. En esos países a menudo las declaraciones sobre el respeto a la libertad religiosa son meramente formales, no existiendo ni verdadera libertad para que la Iglesia impregne la vida con el Evangelio en su integridad, ni el derecho efectivo de reunirse para la catequesis, ni de disponer de tiempo, locales, libros y material didáctico necesario, y no siquiera el derecho a formar catequistas.

Esta es una situación de sufrimiento que debe ser compartida por toda la Iglesia universal. Ningún poder del mundo tiene derecho a impedir que las personas busquen la verdad, la acojan libremente, la conozcan con la mayor plenitud y la profesen libre y sabiamente. La Iglesia, al reivindicar el derecho de catequizar, defiende la libertad fundamental del hombre».

Por su parte el Santo Padre, subrayó esta denuncia en su hermoso discurso de clausura del Sínodo, el 20 de octubre, con estas palabra «…reconocemos ahora más que nunca que se siente y apremia la necesidad de un llamamiento en favor de la libertad de la Iglesia, para que pueda cumplir su misión de instruir a sus hijos e hijas en la fe cristiana. Hemos de reconocer, desgraciadamente, que hay no pocas naciones en las que están pisoteados o injustamente disminuidos el derecho de cada uno de los hombres a la libertad religiosa, el derecho de las familias a la educación de los hijos y el derecho de las comunidades religiosas a la educación de sus propios miembros. Por lo cual, en este momentos tan solemne exhortamos de nuevo a los gobernantes de los pueblos a que -incluso para el bien de sus mismas naciones- respeten el derecho de los hombres y de las comunidades religiosas a la libertad, no solamente social, sino también política en lo que se refiere a la religión. Pues «la protección y promoción de los derechos inviolables del hombre constituyen un deber esencial de todo poder civil (Conc. Vat. II DH,6)•»

Tan autorizadas declaraciones y denuncias del Magisterio solemne de la Iglesia deben servir para mantener la serenidad y la valentía, o devolverlas a quienes las han perdido, para seguir trabajando en nuestra Iglesia particular por una catequesis integral, tal como, gracias a Dios, está impulsando nuestra pastoral.

El Arzobispo

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