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Nº. 4046 Pág. 2 LA PALABRA DEL ARZOBISPO

Mi Pensamiento Pastoral en Navidad

Mi pensamiento pastoral de Navidad se compone de un saludo, un mensaje, un agradecimiento y un perdón. Y, si quisiera dar unidad y estilo a este pensamiento, yo añadiría que mi pensamiento navideño, de hombre y de pastor, quiere sembrar una sólida esperanza cristiana en todos los corazones.

Ante todo UN SALUDO. Un saludo de optimismo y esperanza; el saludo que se repiten todos los hombres en estos días, pues yo soy humano y nada humano me es ajeno: FELIZ NAVIDAD! es un saludo tan humano que siento en él la angustia, la derrota, la duda, el dolor de todos mis hermanos, pero iluminándose todo de esperanza y optimismo porque todos vemos que los oscuros caminos de la tierra se iluminan con la luz de Belén y que, en la presencia del Dios hecho niño entre los hombres, hay una divina promesa de liberación que los ángeles expresan con su canto de «Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres…» Y ésta es ya mi MENSAJE. Hermano y a la vez pastor y maestro de la fe, encargado de conservar y expresar para los hombres de hoy de aquí la difícil integridad de la doctrina que Dios ha revelado para salvación del mundo, la Navidad me ofrece la oportunidad de decir a ustedes que el Cristo de Belén es la síntesis divina de todo el Evangelio que tengo que predicar. Es la Palabra de Dios, hecha encarnación y expresión humana, es «el camino, la verdad y la vida»; a partir de Belén los cristianos ya no podemos inventar otro Cristo ni otra doctrina liberadora que no sea del auténtico Evangelio; el Evangelio de la pobreza y de la austeridad, el del desprendimiento y de la obediencia a la voluntad del Padre, el de la humildad y del camino hacia las bienaventuranzas y hacia la cruz.

Un compromiso de nuestra vida con este mensaje vivo de Belén es la única manera de celebrar cristianamente la Navidad. Otras maneras de celebrarla, sobre todo si es entre lujos y libertinajes, no honraría al amor de Dios que nos visita, sería cerrar los ojos al único camino de libertad y felicidad que se ofrece para la salvación del mundo.

Tengo también muchos motivos de AGRADECIMIENTO para esta Navidad. Junto a las pruebas que Dios ha permitido muy duras para nuestra Arquidiócesis, ha abundado también «el consuelo de Dios» que se ha expresado en incontables testimonios de solidaridad y estimulo expresiones verbales y escritas del Episcopado Universal, del Presbítero y de las Comunidades Religiosas, Parroquiales y de base de la Arquidiócesis y de otras Diócesis, inolvidables encuentros pastorales con comunidades que transpiran alegría y cariño, relaciones amistosas y de colaboración con el cristianismo no católico y aún con sectores no cristianos, manifestaciones de amistad humana y, entre ellas, los cordiales telegramas y tarjetas de esta incomparable Navidad.

El Niño Jesús que, desde su categoría de Dios puede apreciar mejor que yo estos nobles sentimientos y gestos humanos y cristianos, sea quien recompense, a lo divino, a cuantos han contribuido a hacer feliz a esta Diócesis y a su Pastor.

Finalmente el nacimiento de aquel que «vino a salvar y no a perder» me inspira un pensamiento navideño de PERDÓN. Ciertamente es mucho lo que, en este año, s e ha ofendido a la Iglesia y a sus Ministros y Colaboradores y destinatarios. Pero me cabe la satisfacción de poder decir que la Iglesia que yo siento «tan íntima en mi corazón, es incapaz de guardar rencor ni alimentar sentimientos de venganza. Sus reclamos contra la violencia y el atropello, su defensa de la dignidad y de la libertad, siempre han tenido una inspiración de perdón y de amor, han sido una comunión de sufrimientos con las víctimas y un llamamiento a la conversión de los pecadores. Ni siquiera las ofensas personales han perturbado mi alegría y mi sinceridad de poder desear también a los enemigos gratuitos, FELIZ NAVIDAD!
El Arzobispo

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