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Nº. 4047 Pág. 2 Nuestra reflexión de fin de Año

31 de Diciembre de 1977!
1º de enero de 1978

Qué espléndida cumbre del tiempo para bendecir a Dios mientras miramos a esas dos vertientes: la del año que pasa y la del año que comienza!.

Un profundo sentimientos de acción de gracias se levanta del corazón hacia Dios al contemplar el complicado y fecundo panorama de 1977. Varias veces hemos llamado a estos meses providenciales «tiempo de cruz y de pascua, de muerte y de resurrección».

La persecución, la muerte violenta, la tortura, la calumnia, el injusto, el espionaje, el sacrilegio, la deformación de la noticia, y hasta la incomprensión de los de casa y muchas otras cosas más, han marcado de cruz y de dolor, este año, el rostro de nuestra Arquidiócesis. Dolor y cruz de nuestra Iglesia han sido también y siguen siendo las cruces y dolores de todos los hombres de la ciudad y del campo que han sufrido este año y siguen sufriendo el atropello de su libertad, de su dignidad, de su vida y de los demás derechos fundamentales; porque la defensa de estos derechos forma parte del ministerio o servicio de la Iglesia a la humanidad.

Pero para nuestra Iglesia este año también tiene alegría profunda de pascua y de resurrección: es la satisfacción de haber tratado de ser fiel a su Señor. Lo que se sembró en el dolor se está recogiendo en gavillas de felicidad. Sin mucho esperar, la siembra regada con lágrimas está produciendo frutos de unidad, de conversión, de credibilidad, de autenticidad, de santidad, de vocaciones, de entrega y entusiasmo.
Por eso, al terminar este año extraordinario de 1977, en nombre de una Iglesia que se ha construido entre dolores de cruz y satisfacciones pascuales, Señor, MUCHAS GRACIAS!

Y, al mismo tiempo, pasa adelante 1978 como un vigoroso hábito de esperanza y Pentecostés. No sabemos cómo se desarrollará este futuro próximo de nuestra historia. Pero estamos seguros de que Dios, el Señor de la historia, «tiene designios de paz y no de aflicción» y de que, por eso, si los hombres queremos construir un mundo mejor, contamos con ese divino fundamento del amor de Dios.

Desde luego, la Iglesia «Cuerpo de Cristo en la historia», mira con serenidad y esperanza ese futuro que se anuncia con el nacer de un nuevo año. Ella sabe que no la impulsa sólo la fuerza del talento humano, sino principalmente el soplo del Espíritu de Dios y que es Cristo mismo quien la construye con la garantía de que «las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

Pero la Iglesia sabe además que esta seguridad de su futuro no tiene otra razón de ser que su servicio de salvación para los hombres. Y, por eso, desde su propia seguridad y serenidad puede ofrecer a los salvadoreños su mensaje y su ministerio de esperanza y optimismo con tanta mayor eficacia cuanto, por una parte, sea más auténticamente evangélica y fiel a Cristo, y, por otra parte, los salvadoreños no desconfían de su noble servicio.
El Arzobispo

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