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Nº. 4048 Págs. 1 y 8 Mensaje Pastoral de Año Nuevo

ACTUALIDAD DE UN MENSAJE ETERNO
«NO A LA VIOLENCIA, SI A LA PAZ»

Qué oportuno y orientador resulta este lema que SS. PABLO VI ha asignado a la «Jornada de la Paz» para iniciar el nuevo año con la esperanza de una paz que fue tan trágicamente deteriorada por la violencia en el año que termina.

El ambiente de paz que tan profundamente insinúa, en estos días sobre el mundo, el divino mensaje de Navidad, como un designio amoroso de Dios sobre los hombres, hace resaltar más el sentido trágico de este clima de violencia en el que, por desgracia, nos vamos acostumbrando a vivir.

Pero, como cristianos y como salvadoreños, sentimos que vosotros, queridos hermanos, que esto no puede ser, que no podemos seguir viviendo así. No a la violencia! Que tiene que haber una salida de este callejón oscuro al que hemos avocado nuestra historia.
Que tenemos que construir una historia más de acuerdo con los designios del amor y de la paz que tiene Dios, el Señor de la historia y Redentor de los hombres.

Como Pastores y Obispos, es decir, responsables de un magisterio y de un servicio puesto por Jesucristo para orientar y redimir a los hombres, sentimos que es nuestro deber señalar esos caminos de redención, manteniendo siempre actual la esperanza del mensaje de Navidad, así como también denunciar todos los pecados y apartar los obstáculos que los hombres puedan oponer al reinado de esa paz y socavar sus bases de justicia y de caridad. Sería más fácil guardar silencio o repetir rutinariamente el mensaje navideño, pero sería un silencio cómplice de injusticias y atropellos o sería una palabra insípida como sal que ha perdido su sabor. Sabemos que la palabra de Dios cuando es auténtica y se actualiza es también conflictiva, como cuando los apóstoles, obligados a callar por las autoridades de Jerusalén, dijeron: «Juzgad vosotros si es justo delante de dios obedeceros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». (Hechos 4, 19-20)

SITUACIÓN ACTUAL. LEY DE IMPUESTO A INMUEBLES RÚSTICOS
En cumplimiento pues de ese deber, al terminar el año 1977 no podemos dejar de reconocer que en los últimos meses ha disminuido la violencia situación sobre todo en la ciudad, aunque en el campo prosigue. Esperamos también como signo de esperanza el nuevo proyecto de «ley de impuesto a los inmuebles rústicos», que a través de impuestos más justos a la tenencia de la tierra redunde en beneficio de los más desfavorecidos. Esta es una esperanza que quisiéramos alimentar en estos días de Navidad para que se defienda la causa de los pobres.

Pero junto a esto el balance de este año es doloroso para todos nosotros. Ha aumentado la violencia de una manera insospechada. Han ocurrido secuestros, asesinatos, operativos militares a poblaciones enteras, numerosos encarcelamientos, desapariciones, expulsiones. Las víctimas de todos estos atropellos han pertenecido a todas las clases y estamentos sociales: Industriales, funcionarios de gobierno, policías, guardias nacionales, sacerdotes, catequistas, campesinos y obreros. Pero justo es reconocer que los más afectados en número por la violencia han sido, como es desgraciadamente normal, los más pobres y oprimidos. Triste suerte la de la mayoría de nuestro pueblo, que es siempre la más afectada por cualquier trastorno o violencia social.

LEY DE DEFENSA Y GARANTÍA DEL ORDEN PÚBLICO
Tampoco podemos silenciar algo que nos preocupa hondamente por las repercusiones que puede tener para el futuro inmediato el país.

Nos referimos a la (Ley de Defensa y Garantía del Orden Público). Sin duda alguna esta ley ha sido y será estudiada por juristas y especialistas en la materia. Sin pretender arrogarnos la capacidad de interpretar la ley en una forma técnica, no podemos sin embargo dejar de exteriorizar algunos pensamientos que nos vienen a la mente. Al expresarlos nos mueve simplemente nuestra conciencia cristiana y ética y el deseo de ayudar para que ésta o cualquier otra ley esté realmente al servicio del hombre salvadoreño.
Se ha presentado la finalidad de la ley como medio jurídico para dominar la situación de violencia descrita y reinstaurar aquel orden social necesario para convivencia normal y el desarrollo y progreso del país. Una lectura serena de la ley, sin embargo nos sugiere algunas preguntas que queremos comunicarnos. Al describir los delitos sancionados por la ley encontramos, junto a algunos delitos más claramente censurados y punibles, otros que parecen poner en peligro los derechos humanos fundamentales, declarados también por nuestra Constitución. ¿No coarta la ley citada el derecho a organizarse, a hacer huelga, a difundir las ideas libremente, a tener libertad de cátedra, a que los funcionarios públicos actúen libremente? Desde un punto de vista ético sancionado también por la fe cristiana, vemos en la formulación de la nueva ley, una amenaza a los derechos humanos fundamentales, sin los cuales ninguna sociedad puede sobrevivir.
Nos preguntamos también por las repercusiones previsibles de uso de la ley o de su misma promulgación. Nos parece que la ley deja más desguarnecidos todavía a los salvadoreños más pobres y numerosos: los campesinos y obreros, al impedir aquellos legítimos medios de presión para obtener reivindicaciones justas y urgentes. Normalmente se seguirá de la ley una mayor dificultad para que éstos se organicen en defensa de sus legítimos intereses, mientras que los grupos poderosos sí podrán organizarse. Dificultará e imposibilitará la libre difusión y contrastación de ideas, medio necesario para la construcción común de una patria mejor.

La ley puede conducir y en parte así lo hará a una paralización del orden social, pues fácilmente puede ser acusado cualquier ciudadano de haberla violado, aun cuando su interés hubiese sido el de un servicio honrado al país. La ley puede crear un clima de temor, que no es el sano respeto que toda ley debe infundir, sino el que proviene de poder ser acusado por testimonios extrajudiciales o por simples sospechas. Por último la ley pudiera ocasionar lo contrario de lo que pretende: aún más violencia; pues es históricamente probable que en la medida en que se cierra o dificulta extraordinariamente los causes legales de participación, diálogo o promoción social, aumente la tentación de la violencia como único remedio a una situación injusta.

Estas son las inquietudes que nos ocasiona la ley y que honradamente confesamos.

ÉTICA DE TODA LEY
También por ellos queremos exponer una reflexiones para que esta o cualquier otra ley cumpla con la función social que de ella se espera. Todos sabemos que la ley como cualquier otra institución humana ha tenido un origen en la historia de los pueblos. La ley ha surgido para defender a aquellos que en su vida cotidiana han sido débiles frente a la opresión de los más poderosos. En su origen por lo tanto la ley ha sido parcial hacia aquellos grupos sociales que sin la ley están más desvalidos en la cotidiana tarea de dominar la vida y defender sus derechos que les vienen con la vida. Esta parcialidad en la finalidad de la ley está presente en el origen del pueblo judío, como lo demuestra el Antiguo Testamento, y en los orígenes de otros pueblos y culturas de la tierra. La ley por lo tanto debiera ser, en primer lugar, un medio de hacer justicia aquellos que sin la ley son más fáciles víctimas de las injusticias. Esto es lo que en nuestra cultura ha quedado plasmado cuando se afirma que la ley es para el bien común, es decir para el bien de todos. No puede una ley conducir de hecho a beneficiar a una minoría y menos a una minoría que además goza ya de suficientes privilegios por su situación económica, social o política. Más bien, la ley debe tener ante sus ojos el ayudar realmente a la inmensa mayoría en nuestro caso, campesinos y obreros, para que ellos participen del bien común.

A estas simples reflexiones históricas y éticas queremos añadir una motivación cristiana. Jesús dijo claro que «el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc. 2, 27). Y al mencionar el sábado estaba mencionando una ley religiosa de singular importancia para su pueblo. Lo que Jesús quiere decir es claro para todo aquel que tenga una mirada limpia y un corazón noble. No puede haber ninguna ley que ponga en peligro realmente los derechos fundamentales del hombres, su derecho a la vida y a sobrevivir, su derecho a tener un lugar donde habitar con un mínimo de dignidad humana, su derecho a formarse para ser útil a la sociedad, su derecho a pensar, dialogar y opinar de manera distinta para colaborar de diversas formas al bien común. Jesús no estuvo en contra de las leyes, pues son una necesidad y exigencia de la sociedad. Pero estuvo en contra de una ley cuya finalidad fuese el mismo cumplimiento de la ley y no el crecimiento real del hombre. Por ello afirma que ninguna ley, ni siquiera las leyes religiosas tienen otra justificación que servir al hombre, hacerle realmente justicia en los que necesita para ser hombre individual, familiar y social.

Al enumerar los hechos dolorosos a lo largo de este año y el temor que nos infunde la nueva ley precisamente en un ambiente de Navidad estamos siendo fieles a nuestra misión de cristianos, es decir, de hombres que creen en Cristo y de Pastores del pueblo de dios. desde la primera Navidad el hombres es algo sagrado para nosotros. «La gloria de Dios es el esplendor del hombre», decían los antiguos cristianos. Lo que está en juego, en nuestra patria, es el futuro del hombre salvadoreños, su esperanza de una vida más humana en presencia de una miseria deshumanizadora. por esta razón volvemos a lamentar y reprobar los hechos dolorosos enumerados más arriba y por esa razón también hemos expuesto nuestra reserva ante la nueva ley y hemos añadido nuestras reflexiones, para que esta ley no deshumanice aún más a nuestros hombres y mujeres salvadoreños.

EL CAMINO A SEGUIR
A pesar de todo, confiados en un Dios que quiso compartir nuestra suerte y confiados también en la nobleza, laboriocidad y capacidad de sacrificio de nuestro pueblo, seguimos predicando un mensaje de esperanza. La esperanza de una paz que no es mera ausencia de la violencia y, menos aún, de una paz producto del miedo y de la intimidación, sino de una paz que se va construyendo con lo mejor que podemos aportar cada uno de nosotros.

Si se pretende en verdad terminar con situaciones violentas, con terrorismo estériles, no bastará para ello una ley, sino se atacan las raíces que inevitablemente producen tales hechos violentos. ¿Cuáles son esas raíces? Lo hemos repetido abundantemente en nuestros pasados mensajes de 5 del marzo y del 17 de mayo siguiendo el magisterio del Papa Pablo VI y de la Conferencia de Medellín: La injusticia permanente e institucionalizada que sume a la mayoría de nuestro pueblo en un estado de miseria infrahumana.

La alternativa está en promover, con todas nuestras fuerzas aquellas necesarias reformas económicas y sociales que creen una situación menos violenta y no produzca por lo tanto frutos violentos. El mismo Papa acaba de recordar en su reciente repuesta al nuevo Embajador de El Salvador ante la Santa sede, que para prevenir los males de la violencia es necesario construir una atmósfera social en la que se enmienden adecuadamente injusticias evidentes, que impiden que los bienes creados lleguen de manera equitativa a todos «bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad». (Gaudium et spes 69).

CON LAS SUPREMAS AUTORIDADES
Ahora queremos dirigirnos a los Supremos Poderes de la República para que ellos, a los que está encomendada especialmente la persecución del bien común, tomen aquellas medidas justas y adecuadas que conduzcan a la verdadera paz y bien social. Por ello les pedimos:

30 Una legislación social dirigida a resolver los problemas expuestos. Pedimos al Señor Presidente de la República que con toda energía lleve a cabo lo que indicó en su discurso inaugural: «Conozco la situación de injusticia social en que viven muchos de nuestros hermanos, razón por la que estoy decidido a realizar en mi período, los cambios políticos necesarios para alcanzar el bien común que debemos disfrutar los salvadoreños. De acuerdo a nuestras convicciones democráticas, vamos a realizar los cambios políticos, sociales y económicos que sean justos y convenientes, en paz, en un ambiente de comprensión, orientados por la ley».

31 El respeto absoluto a los derechos humanos y que por lo tanto los temores que expresamos acerca de la nueva ley no se hagan eventualmente esa mejorada o cambiada, y que en ningún caso se abuse de ella de modo que eficazmente se conculquen los derechos humanos. «Siendo el hombre principio y fin de todas las cosas, dijo también: el Señor Presidente en el mencionado discurso, fortalecemos el respeto hacia las libertades individuales y sociales consagradas en la Constitución. Consolidaremos el derecho de la participación libre de los ciudadanos en el proceso político nacional. Reafirmaremos el respeto a la libertad de prensa e información, como elemento de vivencia de nuestra democracia. Exigiremos el respeto indeclinable a la norma jurídica y el fiel acatamiento a las decisiones de los tribunales judiciales, como el medio adecuado para evitar el deterioro institucional, el desorden y la anarquía».

32 Por último, pedimos que se conceda una amnistía real a todos aquellos que todavía no han ingresado al país por miedo, que vuelvan a sus hogares los desaparecidos, aquellos por quienes diariamente preguntan las madres, esposas e hijos. Ningún testimonio de buena voluntad sería más elocuente que la vuelta tranquila al hogar de quien no ha cometido delito pero que esta ausente por miedo o por misteriosas desapariciones. También en este sentido contamos con una declaración del Señor Presidente de la República sobre el regreso de los exiliados políticos sobre la resolución judicial de quienes están en la cárcel.

CONCLUSIÓN
Todos sabemos que la esperanza expresada en estas peticiones no es cosa fácil de lograr y requieren la colaboración de todos los salvadoreños, la disponibilidad a servir a nuestros hermanos, más que a utilizarlos para los propios intereses. Sin embargo no podemos dejar de formular esta esperanza y ofrecer nuestra cordial cooperación. Son las mayorías pobres quienes nos lo piden y no podemos defraudarlas.

Que Jesús, nacido entre los pobres y salvador de todos los hombres, nos ayude a comprender lo que significa ser hombre y ser hermanos de los hombres.

Que María, la Virgen Madre de Jesús sea para El Salvador el signo del nacimiento de un hombre nuevo y una Patria nueva.
Con nuestra bendición.

San Salvador, en el Año Nuevo, 1º. de Enero de 1978.

Oscar A. Romero
Arzobispo de San Salvador
Arturo Rivera Damas, Marcos René Revelo
Obispo de Santiago de María Obispo Auxiliar de San Salvador
Presidente de la Comisión Nacional
de Acción Social

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