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Nº. 4055 Pág. 2 LA PALABRA DEL ARZOBISPO

Hablemos ya de la Cuaresma

La Cuaresma es una peregrinación espiritual del Pueblo de Dios hacia la Pascua. La Pascua, o sea la celebración de la muerte y la resurrección del Señor, es el objetivo y la inspiración de este «tiempo fuerte» de la espiritualidad cristiana. Una Cuaresma que, en su llamamiento a la penitencia y a la austeridad de los cristianos, olvidara la perspectiva de la Pascua, ofrecería solamente una terapia psicológica o ascética de la moral humana. Pero cuando las privaciones y austeridades cuaresmales son una purificación de las costumbres para hacer de nuestra vida un recipiente limpio y fecundo de la vida nueva que Cristo nos ofrece desde su cruz y su resurrección, entonces la Cuaresma nos ofrece desde su cruz y su resurrección, entonces la Cuaresma nos ofrece su lado positivo; la mortificación cristiana deja de ser «masoquismo» sin sentido para convertirse en camino de la luz hacia una plenitud de vida y felicidad que sólo se puede obtener en una comunión de vida con Cristo muerto y resucitado.

Así hemos de ver la Semana Santa; meta de la Cuaresma: Como la celebración consciente del ministerio Pascual; una celebración que no es el pintoresco colorido de las procesiones y de los templos vestidos de fiesta. Eso también debe hacerse. Las tradiciones y la «piedad popular». Eso también debe hacerse. Las tradiciones y la «piedad popular», tan vivas en Semana Santa, debemos cuidarlas y conservarlas con el cariño de una herencia de nuestros abuelos. Pero no deben ser la finalidad de las celebraciones de Semana Santa; si así fuera, nuestro Semana Santa sólo sería una bella manifestación de nuestro «folklore». La finalidad y el objetivo de la celebración de Semana Santa, debe ser la celebración del ministerio pascual; debemos celebrar la muerte y la resurrección de Cristo como centro y culmen de la obra del Redentor.

Pero, además, no debe ser una celebración que equivale a un recuerdo ajeno a nuestra vida. La celebración de la Semana Santa consiste en actualizar, o sea, hacer presente, aquí, entre nosotros, hoy, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, «para que puedan los fieles ponerse en contacto con ese misterio y llamarse de la gracia de la salvación». (Concilio Vaticano II S.C. 102).

Por eso en la noche gloriosa del Sábado Santo, cuando cantemos el «Aleluya» de la resurrección de Cristo, renovaremos también nuestros compromisos bautismales, ya que el bautismo es, para cada cristiano, el signo perenne de ser un hombre comprometido con la muerte y con la resurrección de Cristo que lo ha redimido y al mismo tiempo lo ha hecho un colaborador eficiente de la liberación del mundo y de la verdadera promoción de la humanidad.

Prosigamos pues nuestra Cuaresma como una peregrinación que tiene una meta muy clara y gloriosa: La celebración del misterio Pascual.
El Arzobispo

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