La Semana Santa:
Una Oportunidad del Pueblo de Dios
La Semana Santa es una oportunidad inigualable para renovarnos y rehacernos como hombres y como pueblo. A nadie se puede ocultar que el noble rostro de la Patria está muy deteriorado. Y este rostro no se puede mejorar si su reparación no arranca del corazón de cada salvadoreño.
«La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aún las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay una conversión del corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las siguen». (Pablo VI. E.N. 36).
Qué fácil y eficaz resultaría limpiar el rostro afeado de nuestro pueblo si miráramos con una fe y una esperanza operativas al protagonista de la Semana Santa: «A la hora de saber como es posible superar tan deplorable miseria (la de haber convertido nuestra actividad humana en un instrumentos de pecado), la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por los caminos de la perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro. (Concilio Vaticano II GS.37)
Por un ministerio de solidaridad, el Cristo de la Semana Santa es la figura de cada hombre y de cada pueblo. Aquel misterioso «siervo de Yahvé» que, desde los antiguos profetas prefiguró al Redentor de los hombres sólo puede explicarse a la luz de una «personalidad corporativa», es decir, asimilando lo colectivo del pueblo en lo individual de ese personaje y viceversa viendo en el personaje la colectividad del pueblo. Cristo afeado y dolorido, oprimido y maltratado, no es solo un individuo en la historia: en él hay que mirar al que carga todas las culpas y las consecuencias de todas las culpas. El es la mejor figura de un pueblo desfigurado por el pecado de quienes integran ese pueblo. Ningún esperanza del pueblo puede encontrar mejor sostén en su lucha liberadora que la esperanza puesta en el Cristo doloroso de la Semana Santa. El es el único que nos puede hablar de los horrible que es el pecado que lo mató, pero también de una opresión que su amor y su obediencia convirtieron en redención.
Porque el episodio de la Cruz y del calvario no fue definitivo. Necesario sí porque se trataba de reparar con dolor una humanidad desfigurada; pero transitorio. Lo definitivo es la Pascua. El Cristo glorioso de la resurrección, el de la humanidad que transfiguró en la luz y en victoria su opresión y su humillación es también, en virtud de la «personalidad corporativa», la figura de un pueblo que ha rehecho desde su esfuerzo y su esperanza el rostro que ensangrentó su propio pecado.
Semana Santa…he aquí una magnífica y única oportunidad para hacer, entre todos, con Cristo, una Patria auténticamente bella.
Oscar A. Romero
Arzobispo