Dos Actitudes Ateas
Hace dos años, en la cuaresma de 1976, el Papa Pablo VI llamó para dirigir los ejercicios espirituales de la Curia romana al Cardenal Wojtyla que hoy es el Papa Juan Pablo II. Resulta muy oportuno recordar ahora aquellas reflexiones del futuro Papa porque descubren cómo piensa el sucesor de San Pedro en la hora actual del mundo. Afortunadamente, por encargo del mismo Pablo VI, se editaron aquellas meditaciones en un libro titulado «Signo de Contradicción».
El drama de nuestro tiempo es el drama de todos los tiempo contradecir a Cristo, observaba el futuro Juan Pablo II. Hoy se contradice a Cristo de dos modos: hay una contradicción que podemos llamar «indirecta» y otra «directa»; pero las dos son un rechazo de la única fuerza que puede salvar al mundo: Cristo.
La contradicción «indirecta» se puede comparar con la parábola del rico Epulón y Lázaro. «El Epulón del Evangelio se acordaba de Abraham y se dirigía a él como a Padre (Lc. 16,24). Hay ciertamente en este mundo una gran carga de fe, un considerable margen de libertad para la misión de la Iglesia. Pero muchas veces se trata solamente de un margen…»Y el Cardenal imitaba a observar cómo esa «fe» y esa «libertad» del Epulón está marginando a Cristo por sistema; porque decididamente «Jesús está del lado de Lázaro…LA gran pobreza de los pueblos y sobre todo la principal de todos los pueblos del Tercer mundo que es el hambre, la explotación económica, el colonialismo… todo ello tiene el significado de una oposición a Cristo por parte de los poderosos, independiente de los regímenes de las tradiciones culturales. Esta forma de contradicción a Cristo no pocas veces se empareja con una aceptación parcial de la religión, de Cristo como elemento de cultura, de moralidad e incluso de educación…Pero parece como si se quisiera «moderarlo», adaptarlo a las medidas propias de la dimensión humana de la era del progreso y al programa de la civilización moderna, que es un programa de consumismo y no de fines trascendentales. Hay oposición a Cristo desde esas actitudes y no se soporta la verdad proclamada y recordada en su nombre».
Luego está la otra oposición a Cristo, la «directa»; pero «surgida probablemente -dice el Cardenal- de la misma base histórica e incluso casi de la anterior. Es una forma de oposición directa a Cristo, un rechazo abierto del Evangelio, una negación de la verdad de Dios, sobre el hombre y sobre el mundo, que el Evangelio proclama. Esta negación asume a veces carácter de brutalidad». Y el Cardenal recuerda Iglesias cerradas, sacerdotes condenados a muerte, ambientes de catacumbas y de circos de mártires.
Y uno se pregunta, ¿qué más da una que otra contradicción a Cristo? ¿Qué sistema resulta más ateo e inhumano si ambos niegan prácticamente la existencia de Dios y la dignidad de los hombres.