Los Dos Niegan a Dios
«La palabra» «ateísmo designa realidades muy diversas: Esta es una frase del Concilio Vaticano II (G.S.19) el cual pasa a describir una larga serie de actitudes espirituales frente al fenómeno religioso: «unos niegan a Dios expresamente, otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios…» y continuando por «ateísmo» pseudocientíficos o de carácter sociológico, llega a describir la actitud prácticamente atea de «quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe de Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios». A esta clase de ateísmo lógicamente corresponde un rechazo sistemático de los valores trascendentales que alimentan la esperanza de los cristianos. Este rechazo lo describe así el Concilio: «Pretende este ateísmo que la religión que la religión por su propia naturaleza, es un obstáculo para la liberación económica y social del hombre, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público».
Esto lo sabe de sobre la Iglesia por ciencia y experiencia. Por eso es ridículo que se diga que la Iglesia se ha hecho marxista. Si el materialismo marxista mata el sentido trascendente de la Iglesia, una Iglesia marxista sería no sólo suicida, sino estúpida.
Esto lo sabe de sobra la Iglesia por ciencia y experiencia. Por eso es ridículo que se diga que la Iglesia se ha hecho marxista. Si el materialismo marxista mata el sentido trascendente d la Iglesia, una Iglesia marxista sería no sólo suicida, sino estúpida.
Pero hay un «ateísmo» más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia. El Ateísmo del Capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios, el mismo Concilio es el que lo señala: «…el ateísmo nace a veces como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios».
Aquí, en un capitalismo idólatra del dinero y de los «bienes humanos», está para nosotros un peligro tan grave como el otro, y quizá más que el otro al que se le echa la culpa de todos los males. ¿Qué es más grave: negar a Dios por una falsa idea de la liberación del hombre, o negarlo por un egoísmo llevado hasta la idolatría?. ¿Quién resulta más hipócrita: el que cree en este mundo hasta la negación abierta de los trascendente o el que usa lo trascendente y lo religioso como instrumentos y justificación de su idolatría de la tierra?.
Los dos son ateísmo. Ninguno es la verdad que tan bellamente enseña la Iglesia del Evangelio: «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios».