Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
Vamos a pedir a todos los que trabajan en la comunicación social que hagan la crónica del sacrificio y de la dedicación, que se da en el mundo, que den a conocer el bien que abunda y el dinamismo, entusiasmo y generosidad de tantos, especialmente entre los jóvenes». Esto es lo que pide la Iglesia, en la voz de su Pastor Supremo, a todos los artífices de la opinión pública, en esta «jornada Mundial de los medios de Comunicación social».
En respuesta, los que están al volante de estos poderosos vehículos del pensamiento y de la noticia, deberían reflexionar con toda seriedad, si vale la pena manejar esos medios para conducir el material que se está llevando al cerebro y al corazón de los demás hombres. Contribuyen nuestros periódicos, nuestras radioemisoras, nuestras salas de cine, nuestros programas de TV a «afirmar y promover los valores espirituales» como dice el lema de esta jornada. O más bien «son usados, con demasiada frecuencia, para contradecir o corromper los valores fundamentales de la vida humana y producir la discordia y la maldad» como constata con tristeza.
El pretexto económico que convierte la empresa tan noble de promover los valores espirituales en una vergonzosa venta del vicio y del crimen ha quedado, bien rebatido por el «pregón», con que, el nombre del Episcopado Salvadoreño, Monseñor Castro y Ramírez, Presidente de la Comisión Nacional de medios de comunicación social, anunció al país esta Jornada: «Mil veces ha sido comprobado por la experiencia que cualquier material de primera categoría, presentado con habilidad, gusto y sentido artístico, es siempre poderoso para cautivar las masas de aficionados. Es sencillamente un gratuito insulto a la gran mayoría de la humanidad dar por cierto lo que es absolutamente falso. Un ejemplo elocuente y al mismo tiempo soberano mentis, es la concurrencia asidua y numerosa a los conciertos últimos de la Sinfónica de El Salvador. Y sin embargo, era música clásica que eleva, ennoblece e inspira».
También rebate el mensaje episcopal el fácil sofisma o pretexto, de un dudoso mensaje, para cohonestar la exhibición impúdica de las aberraciones sexuales u otras inmoralidades en la pantalla del cine. «En la práctica, la moralidad tal vez implícita e involucrada en hechos inmorales, se perderá irremisiblemente para la gran masa heterogénea desprovista de la facultad de detectar, el dicho mensaje culto. Por ende, el efecto final, será mas nocivo que educativo».
Por su parte, la innumerable masa de destinatarios debe también reflexionar en esta «Jornada» para recuperar la noble actitud que debe tener ante los servicios de la comunicación social, la actitud de quien es servido y exige dignidad en el servicio. Pío XII comparaba la responsabilidad de quien se acerca a una taquilla de cine a comprar su entrada, con la grave responsabilidad de quien emite un voto en una urna electoral. Cada entrada al cine es un voto en favor de aquella película. Ah, si todos los usuarios del periódico, el radio, del cine, de los programas televisados, supieran imponer el decisivo peso de su sufragio encadenados a los vehículos para llevar veneno y venganza a sus propios hogares y al corazón de la patria.