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Número 30857 – Pág. 1 – AUTONOMÍA FAMILIAR

Por Monseñor Oscar A. Romero

La «Semana de la Familia» surge en estos días, como un horizonte de esperanza, gracias al buen sentido de beneméritas instituciones familiares. son estas las iniciativas y realizaciones a las que se refirieron nuestros Obispos en su reciente mensaje pascual; «junto con las asquerosas lacras de la familia salvadoreña, se encuentran también valores muy positivos y esperanzadores, que ennoblecen a muchos de nuestros hogares, lo mismo que realizaciones y propósitos, que mucho honran a nuestros dirigentes».
Es mucho lo que hay que hacer por la familia en nuestro ambiente, donde una estadística escandalosa señala el doloroso porcentaje de 70 por ciento de nacidos que no encuentran un hogar constituido. Es tan inmensa la labor de reconstrucción familiar, que los mismos Obispos, puestos a reflexionar sobre el pavoroso problema, decidieron planear -como ya lo están haciendo con sus presbíteros y sus consejos pastorales -«una campaña nacional de educación e integración familiar».
Y para ella hicieron ya un apremiante «llamamiento a todo los salvadoreños de buena voluntad».
Pero entre los numerosos tópicos que, sin duda, están enfocando, los promotores de la «Semana de la Familia» y han de ser preocupación de la «Campaña Nacional de la Familia», nos parece que urge, teniendo en cuenta, las peligrosas circunstancias actuales, destacar con el Concilio: «Siempre fue deber de los esposos, pero hoy constituye la parte más importante de su apostolado…afirmar con valentía el derecho y la obligación que los padres y los tutores tienen de educar cristianamente a la prole y de defender la dignidad y la legítima autonomía de la familia.
Porque, en efecto, el derecho -deber de los centros educativos del Estado y de la Iglesia, no deben interferir, sino más bien apoyar, iluminar y guiar, desde sus respectivas competencias, hasta su verdadero fin, de derecho -deber, de la educación, que primordialmente es de los padres de familia. Y tanto en materia de educación, como en todos los campos que tocan la institución familiar, esta jamás debe dimitir su legítima autonomía de que la ha dotado el Creador. Sobre todo debe ser celosa de esta autonomía, cuando imposiciones, como la de control de natalidad o leyes como del «aborto punible», tratan de manosear su intangible dignidad.

Pero en el reclamo de su autonomía y de sus derechos, la familia tampoco debe olvidar, que éstos tienen un límite que constituyen precisamente la fuerza de su defensa: la ley de Dios.

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