Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
A los 10 años de la elección de Pablo VI, se nos ocurre que ya es tiempo de decir que hemos conocido al Pontífice más reformador de la historia.
Será difícil de medir la trayectoria desde aquel 21 de junio de 1963, cuando el Cardenal Montini reveló a Juan XXIII en el timón de una Iglesia en tremenda situación de cambio. Hasta donde nos ha llevado ya!
Pero lo que más admira y nos ofrece un nuevo motivo para creer en la presencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, es el equilibrio sobrehumano con el Pablo VI, conduce la verdadera reforma enmedio de un torbellino que muchas veces va más allá del legítimo pluralismo para caer en verdaderas esciciones del sentir y del pensar de la Iglesia.
Es porque, sin duda, siempre brilla en el cielo de su pontificado, aquel criterio de su programática Encíclica Eclesiam Suam (42): «Si se puede hablar de reforma, no se debe entender cambio, sino más bien confirmación en el empeño de mantener a la Iglesia con la Fisonomía que Cristo le imprimió; más aún, de quererla llevar siempre de nuevo a su forma perfecta, que responda por un lado, a su primitivo diseño y sea reconocida, por otro, como coherente y autorizada en el obligado desarrollo que, como árbol de la semilla, ha dado a la Iglesia su legítima forma histórica y concreta a partir de aquel diseño».
Ojalá que en nuestra fiebre de reformarlo todo, no dejemos de escuchar y de imitar la doctrina y la actitud de este maravilloso Papa del Equilibrio.