Por Monseñor Oscar A. Romero
Obispo Auxiliar de San Salvador
En estos días está dando la vuelta al mundo, la célebre «Declaración sobre la doctrina católica, acerca de la Iglesia, para defenderla de algunos errores actuales». La acogida entusiasta que se ha dado a este documento, del Magisterio de la Iglesia, catalogando ya entre los principales documentos posconciliares, es una consoladora expresión del ansia que el mundo tiene, por ser orientado con una doctrina segura, en medio de tanta confusión de ideas, esparcidas muchas veces por «teólogos» y «profetas».
El carisma de la infabilidad -tan calumniado y mal comprendido -ese tema que se desarrolla con más amplitud en esa «Declaración». Se trata de una prerrogativa que Dios,- el único infalible- ha participado a la Iglesia, al confiarle «el tesoro de la palabra de Dios», en cuya conservación, penetración y aplicación a la vida, contribuye los pastores y el pueblo santo».
El pueblo, pues también participa de la prerrogativa de la infalibilidad; «la totalidad de los fieles no puede equivocarse, cuando cree…y presta su consentimiento unánime en las cosas de fe y costumbre» (LG 12).
Pero urge precisar que esta infalibilidad, participada por el pueblo, no significa una democratización y ya que el papel del Magisterio del Papa y de los Obispos no solo se reduce a sancionar el consentimiento expresado por los fieles, sino que «el Magisterio de los Obispos, es para los creyentes, el signo y el camino que les permite recibir y reconocer la Palabra de Dios».
La misma observación es más urgente hacer para distinguir el magisterio auténtico de los Obispos y el servicio de investigación que prestan los teólogos o expertos. El Obispo no habla sólo como experto de doctrina católica, sino como verdadero Maestro auténtico, es decir, autorizado por Cristo, para enseñar a los fieles, lo que debe creer.
En una palabra, la infalibilidad de la Iglesia, que la preserva de error, en materia de fe y de moral, es una prerrogativa de toda la Iglesia, pero jerarquizada, bajo el magisterio del Papa y de los Obispos.
Esta «Declaración» es muy oportuna en esta hora, en que surgen teorías y opiniones muy atrayentes y deslumbradoras, presentadas por expertos y «teólogos».
Pero antes de aceptarlas, allí están esas dos piedras de toque: el sentido de la fe del pueblo y sobre todo, el Magisterio de la Iglesia.